SENTIDO TEOLOGICO DE LA MUERTE

Al acercarse la fecha, en la que la Iglesia Católica invita en forma especial, a la oración por los seres queridos y demás que nacieron para la vida eterna; es conveniente reflexionar sobre el verdadero sentido de la muerte, ya que con ella no se acaba todo, sino que es el principio de una nueva forma de vivir. Es la alborada de lo definitivo y se recibe la última forma definitiva de una vida feliz o castigada. Por eso es necesario reflexionar sobre el sentido Teológico de la muerte.

En medio del brillar de las ideologías y de las ciencias hay una incógnita incomoda y espinosa, acerca de esa fuerza enemiga de todo deseo natural de supervivencia: La muerte. Que aunque la consideramos acontecimiento biológico normal, que está dentro de la ordenación natural de las cosas, no deja de ser algo por lo que sentimos una secreta repugnancia y un miedo no muy velado. Vemos como una pesadilla, ese hecho universal y cotidiano que con evidencia innegable hace que desaparezcan del horizonte humano los seres queridos. E1 hombre, por su deseo innato de vivir lucha por su longevidad con todos los medios a su alcance. Pero hay un decreto, dado y no hay más remedio que franquear ese umbral de la muerte lleno de misteriosas lecciones y sorprendentes mensajes, de una fe y esperanza que se realizan.

El hombre, de la sociedad moderna, borracho de sus triunfos científicos, preocupado únicamente por valores materiales en los que encuentra respuesta a problemas de la misma naturaleza, dedica muy poca atención a encontrar sentido a esa fuerza que en lucha adversa nos va matando poco a poco y hace inseguro el mañana. Dentro de esta ligereza de la vida en donde el ruido es ya una necesidad, no hay lugar para una reflexión sobre nuestra existencia auténtica en el mundo y así encontrar un significado a la vida y a la muerte, al fin que esta, no es más que una nueva forma de existir. Y aunque la muerte sea un hecho trivial, no por eso deja de ser asunto grave y delicado. Porque la muerte, supuestas todas las explicaciones científicas, no se le puede reducir a un simple fenómeno natural, con fundamentos o causas biológicas; ya que la revelación nos habla, con doctrina firme y clara que la muerte tiene su verdadera y ultima causa en la ruptura de las relaciones humanas con las divinas. En otras palabras el pecado, es la causa, de esta tragedia. El hombre muere porque es pecador, aunque la muerte lleve a cabo su tarea por causas naturales. "Pero Dios creo al hombre, para que no pereciera y lo hizo inmortal igual como es El, mas por envidia del diablo entro la muerte en el mundo" (Sab. II, 23-24). "Por tanto, como por un solo hombre entro el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzo a todos los hombres" (Rom. V, 12). "El salario del pecado es la muerte, pero el don gratuito de Dios es la vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro" (Rom. VI, 23). "...más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás. Porque el día que comas de él, morirás sin remedio" (Esen. II, 17).

Con estos textos se prueba teológicamente que la muerte es fruto del pecado. Sin embargo, la fe no se queda ahí, en la oscuridad de la tumba, como lo hacen las ciencias, sino que la ilumina, con la muerte y resurrección de Cristo. Todo empezó a cambiar en la tarde del primer viernes santo y se completó en la madrugada de aquel domingo en el que Jesús sale triunfador de la muerte y del pecado. Con la muerte y resurrección de Cristo, se realiza un paso de acción transformadora en la historia de la muerte, la cual sin perder lo negativo adquiere una plenitud de encuentro con Cristo Redentor y de ser lo peor pasa a ser causa de salud. "Porque la vida de los que en ti creemos, no termina se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal (cuerpo) adquirimos una mansión eterna en el cielo, no hecha por manos humanas, sino preparada por Cristo, para todos sus seguidores. "En la casa de mi Padre, hay muchas mansiones; sino fuera así se los hubiera dicho voy pues a prepararles un lugar cuando esté listo vendré por ustedes, para que estén en donde yo estoy”. Con la muerte y resurrección de Cristo, la muerte pierde su aguijón y su carácter amargo y trágico; deja de ser condena y pasa a ser liberación, que nos abre a la realidad y al sentido de nuestra existencia. Pero frecuentemente, el hombre, no rebasa los límites científicos que aunque la ciencia ha transformado todo, no dejan por ello, de ser estrechos. Muchas veces, no se siente mayor interés por el sentido religioso de la muerte, contra Ia cual se lucha más por el dolor y la tristeza que origina, que por el miedo que le ocasiona.

Es pues la fe en la palabra divina la que nos ilumina y fortalece, frente a la muerte. Con la fe, la situación cambia totalmente y creemos que con la muerte no se acaba todo. Es únicamente el fin de la condición espacio temporal de la vida humana, pero en ninguna forma aniquilación, sino principio de una nueva forma de vida. Mientras toda imaginación humana fracasa ante la muerte, la Iglesia enseñada por la divina revelación, afirma que el hombre, ha sido creado por Dios para un destino feliz, que sobrepasa las fronteras de la mísera vida terrestre. La muerte no es como un sueño del cual algún día vamos a despertar. La Iglesia celebra la liturgia de funeral, como un tránsito del hombre que muere y va a la patria del paraíso. Por la muerte el cristiano comienza a participar plenamente del misterio Pascual de Cristo, y nos introduce a una vida que no tendrá fin. Lo que importa es hacernos ricos a los ojos de Dios y hacer lo que El, nos pide: Tener fe en El, comer su cuerpo y su sangre – comulgar- y cumplir sus mandamientos. Y El, nunca olvida sus promesas. ¡Arriba y adelante!, porque nuestros queridos, que este día recordamos, ojalá estén con El, recibiendo la recompensa prometida por haber cumplido.