2013-11-05 L’Osservatore Romano
«Jesús es misericordioso y jamás se cansa de perdonar». Lo recordó el Papa Francisco en el Ángelus del domingo 3 de noviembre, volviendo a proponer a los fieles presentes en la plaza de San Pedro la enseñanza del episodio evangélico de la conversión de Zaqueo: «No existe profesión o condición social, no existe pecado o crimen de algún tipo que pueda borrar de la memoria y del corazón de Dios a uno sólo de sus hijos».
«Ese hombre pequeño de estatura, rechazado por todos y distante de Jesús –dijo refiriéndose a la figura del jefe de los publicanos de Jericó– está como perdido en el anonimato; pero Jesús le llama, y ese nombre “Zaqueo”, en la lengua de ese tiempo, tiene un hermoso significado lleno de alusiones: “Zaqueo” en efecto quiere decir “Dios recuerda”».
El Señor de hecho, añadió, «no olvida a ninguno de aquellos que ha creado; Él es Padre, siempre en espera vigilante y amorosa de ver renacer en el corazón del hijo el deseo del regreso a casa. Y cuando reconoce ese deseo, incluso sencillamente insinuado, y muchas veces casi inconsciente, inmediatamente está a su lado, y con su perdón le hace más suave el camino de la conversión y del regreso».
Luego el Papa, para reforzar el concepto, recurrió al «gesto ridículo» de Zaqueo, que subió a un árbol. Un gesto ridículo pero también «un gesto de salvación». Y dirigiéndose metafóricamente a los miles de personas reunidas en la plaza de San Pedro dijo: «Y yo te digo a ti: si tú tienes un peso en tu conciencia, si tú tienes vergüenza por tantas cosas que has cometido, detente un poco, no te asustes. Piensa que alguien te espera porque nunca dejó de recordarte; y este alguien es tu Padre, es Dios que te espera. Trépate, como hizo Zaqueo, sube al árbol del querer ser perdonado; yo te aseguro que no quedarás decepcionado. Jesús es misericordioso y jamás se cansa de perdonar. Recordadlo bien, así es Jesús».
En la mañana del lunes 4 de noviembre, el Papa, al celebrar la misa –en el altar de la Cátedra de la basílica de San Pedro– en sufragio de los cardenales, arzobipos y obispos fallecidos en el curso del año, recordó sus vidas entregadas al servicio de Dios y de los hermanos. Y es precisamente por esta entrega que ahora están «en las manos de Dios».