San Teodoro Tiro

Date: 
Martes, Noviembre 9, 2021

UN ANTIGUO panegírico, que se atribuye a San Gregorio de Nissa, pronunciado el día de la fiesta de San Teodoro, comienza agradeciendo a su intercesión el haber preservado al Ponto de las incursiones de los escitas, quienes habían asolado a todas las provincias circundantes. El panegirista implora la protección del santo, diciendo: "Como soldado, defiéndenos; como mártir, habla por nosotros y alcánzanos la paz. Si necesitamos de otros intercesores, reúne a tus hermanos en el martirio y ruega con ellos por nosotros. Mueve a Pedro y a Pablo y a Juan, a mostrar su solicitud por las iglesias que ellos fundaron. Que no brote herejía alguna y que la cristiandad se convierta en un campo fecundo, gracias a tu intercesión y a la de tus compañeros." El panegirista afirma que la intercesión del mártir arrojaba a los demonios y curaba a los enfermos. Los peregrinos solían acudir al santuario para admirar los frescos de la vida del santo que había en él; después se acercaban al sepulcro, cuyo contacto consideraban como una fuente de bendiciones y recogían un poco del polvo de aquel sitio para conservarlo como un tesoro. Cuando se les permitía tocar las reliquias, se las aplicaban con gran reverencia a los ojos, a la boca y a las orejas. "Hablan al santo como si estuviese presente y elevan sus oraciones a aquél que está junto a Dios y, puede obtener todas las gracias que quiera." El panegirista pasa después a referir la vida y el martirio de San Teodoro.

Este mártir, cuyo santuario era un gran centro de devoción en Eucaíta, se alistó cuando era joven en el ejército romano. Entonces se le dio el sobrenombre de "Tiro" (el recluta), probablemente porque pertenecía a la Cohors tironum. Según la leyenda más antigua, la legión de Teodoro fue enviada a los cuarteles de invierno del Ponto. Hallándose en Amasea, el santo se negó a participar en los ritos idólatras de sus compañeros. Fue entonces conducido ante el gobernador de la provincia y el tribuno de su legión, quienes le preguntaron cómo se atrevía a profesar una religión que los emperadores habían condenado bajo pena de muerte. El replicó valientemente: "No conozco a vuestros dioses. Jesucristo, Hijo unigénito de Dios, es mi único Dios. Si mis palabras os ofenden, cortadme la lengua. Todo mi cuerpo está pronto a ofrecerse en sacrificio, si Dios lo quiere así." Por el momento le pusieron en libertad, pero Teodoro, que quería a toda costa probar a los jueces que su resolución era inflexible, incendió un templo pagano. Cuando compareció por segunda vez ante el gobernador y su ayudante, profesó la fe antes de que tuviesen tiem- po de preguntarle algo. Los jueces trataron de doblegarle con amenazas y promesas, pero no se dejó convencer. Así pues, fue brutalmente flagelado y so- metido a toda clase de torturas, en medio de las cuales conservó su serenidad. Finalmente, los jueces le remitieron a la prisión, donde los ángeles entraron u consolarle por la noche. Después de otro interrogatorio, los jueces le condenaron a perecer quemado vivo. Una dama, llamada Eusebia, recogió sus cenizas y las sepultó en Eucaíta.

Esta leyenda no merece crédito alguno, pero se refiere ciertamente a un mártir real, aunque no sabemos si era o no soldado. Con el tiempo, las "actas" de su martirio se enriquecieron con detalles fantásticos, y Teodoro llegó a ser uno de los más famosos "santos soldados", incluido entre los "Grandes Mártires" de oriente. La leyenda acabó por ser tan complicada y contradictoria que, para explicar los hechos, hubo que inventar la existencia de otro soldado del mismo nombre: San Teodoro de Heraclea (7 de febrero). La popularidad de San Teodoro Tiro era tan grande, que treinta y ocho de los famosos ventanales del coro de la catedral de Chartres, que datan del siglo XIII, representan esce- nas de su vida. A él está también dedicada la iglesia de San Teodoro ("Toto"), situada al pie del Palatino. El 17 de febrero del año 971 (día de al fiesta del santo en el oriente), el emperador Juan Zimiskes ganó una importante batalla contra los rusos, en Doristolon y atribuyó su victoria al hecho de que el santo había capitaneado sus huestes; a raíz de ese triunfo, el emperador reconstruyó la iglesia de San Teodoro en Eucaíta y dio a la ciudad el nombre de Teodorópolis. En el oriente se venera todavía mucho a San Teodoro, y su nombre figura en la "preparación" de la liturgia bizantina, junto con el de otros dos santos guerreros: San Jorge y San Demetrio.

Alban Butler - Vida de los Santos