SAN PLATÓN, abad del monasterio de Simbóleon en el Monte Olimpo, en Bitinia, tenía un cuñado cuyos tres hijos fueron a establecerse en sus posesiones de Sakkoudion, cerca del Monte Olimpo, para llevar ahí vida eremítica. El más fervoroso de los tres hermanos era el mayor de ellos, Teodoro, quien iba a cumplir veintidós años. Los jóvenes persuadieron a San Platón para que renunciase al gobierno de su abadía y se encargase de gobernar a los ermitaños de Sakkoudion. Más tarde, San Teodoro fue enviado a Constanti- nopla para recibir la ordenación sacerdotal. El joven hizo tales progresos en la virtud y el saber, que su tío Platón le confió la dirección de la comunidad con el consentimiento unánime.
El joven emperador Constantino IV se divorció de su esposa y se casó con Teódota, que era pariente de San Platón y San Teodoro. Ambos protestaron contra ese abuso. Constantino, que deseaba ganarse a Teodoro, le hizo grandes promesas y trató especialmente bien a sus parientes. Como no obtuviese ningún resultado, Constantino fue entonces a los baños de Brusa, cerca de Sakkoudion, con la esperanza de que San Teodoro fuese a hacerle una visita de cumplimiento; pero ni el abad, ni ninguno de sus monjes se presentaron a recibirle. El emperador regresó furioso a su palacio e inmediatamente envió a un pelotón de soldados con órdenes de desterrar a Teodoro y a sus más fieles seguidores. Todos fueron desterrados a Tesalónica, donde se publicó un edicto que prohibía a los habitantes darles asilo y ayudarlos, de suerte que ni siquiera los monjes de la región se atrevieron a tenderles la mano. San Platón, que era ya muy anciano, fue encerrado en una celda en Constantinopla. San Teodoro le escribió desde Tesalónica un relato del viaje, en el que le contaba las vicisitudes por las que habían atravesado él y sus compañeros y expresaba •su admiración por su antiguo maestro. El exilio sólo duró algunos meses. La forma en que terminó, es un ejemplo característico de la ambición brutal que reinaba ahí en aquella época. En efecto, el año 797, Irene, la madre del emperador, destronó a su hijo y mandó sacarle los ojos. Irene, que reinó seis años, llamó del destierro a Teodoro y sus compañeros. El santo regresó a Sukkoudion y reorganizó el monasterio, pero el año 799 , como el monasterio era una presa fácil para los árabes, los monjes se refugiaron dentro de las murallas de la ciudad. Entonces, se confió a San Teodoro la dirección del célebre monasterio de Studios, que el cónsul Studius había construido el año 463, en un viaje que hizo de Roma a Constantinopla. Constantino Coprónimo había expulsado a los monjes, de suerte que cuando llegó San Teodoro, apenas había una docena. Bajo su gobierno, el monasterio llegó a tener un millar de habitantes, entre monjes y criados. En materia de legislación monástica, San Teodoro fue quien más contribuyó a desarrollar la tradición procedente de San Basilio. San Atanasio el Lauriota aplicó la legislación de San Teodoro en el Monte Athos y de ahí se extendió a Rusia, Bulgaria y Serbia, donde todavía es la base de la vida monástica. San Teodoro fomentó los estudios y las bellas artes; la escuela de caligrafía que fundó fue famosa durante largo tiempo. Los escritos del santo constituyen una serie de sermones, instrucciones, himnos litúrgicos y tratados de ascética monástica, en los que se muestra muy moderado, si se le compara con otros orientales. El santo dijo en cierta ocasión a un ermitaño: "No practiquéis la austeridad para satisfacer vuestro amor propio. Comed pan, bebed alguna vez, usad zapatos en invierno y comed carne cuando os haga falta." Teodoro gobernó apaciblemente el monasterio durante ocho años, en medio del remolino de la política imperial, hasta que la cuestión del adulterio de Constantino volvió a surgir.
El emperador Nicéforo I eligió al futuro San Nicéforo, que era entonces laico, para ocupar la sede patriarcal de Constantinopla. Como San Nicéforo no había recibido las órdenes, San Teodoro, San Platón y otros monjes se opusieron al nombramiento. El emperador los tuvo presos durante veinticuatro días, al cabo de los cuales, a instancias de Nicéforo y de un reducido grupo de obispos, restituyó la jurisdicción al sacerdote José, que había sido degradado por haber bendecido el matrimonio de Constantino IV con Teódota. San Teodoro y otros se negaron a mantener la comunión con José y a aceptar la decisión de que el matrimonio había sido válido. Así pues, San Teodoro, San Platón y José (que era hermano de San Teodoro y arzobispo de Tesalónica), fueron aprisionados en la Isla de la Princesa. Teodoro explicó el asunto por carta al Papa, y San León III le contestó alabando su prudencia y su constancia. Los enemigos de Teodoro habían hecho correr en Roma el rumor de que éste había caído en la herejía y estaba despechado por no haber sido nombrado patriarca, de suerte que San León III prefirió abstenerse de un juicio definitivo. Los monjes estuditas fueron dispersados en diferentes monasterios y muy mal tratados. El destierro de San Teodoro y sus compañeros duró dos años, hasta la muerte del emperador Nicéforo, ocurrida el año 811.
Teodoro y el patriarca Nicéforo se reconciliaron, ya que su actitud en el doloroso problema de la veneración de las imágenes era idéntica. En nuestro artículo sobre San Nicéforo (13 de marzo) hemos dado ya ciertos detalles sobre la segunda persecución iconoclasta, que tuvo lugar durante el reinado de Leo V, el Armenio. San Teodoro negó abiertamente que el emperador tuviese derecho a inmiscuirse en los asuntos eclesiásticos y, el Domingo de Ramos, cuando San Nicéforo había sido ya expulsado, ordenó a sus monjes que saliesen a la calle en solemne procesión con las sagradas imágenes, cantando un himno que comienza así: "Reverenciamos tu sagrada imagen, bendito santo". Desde ese momento, San Teodoro se convirtió en el jefe del movimiento ortodoxo. Como continuase en la defensa del culto a las imágenes, el emperador le desterró a Misia, desde donde continuó exhortando a los fieles por cartas de las que se conservan algunas. Cuando se descubrió su correspondencia, el emperador le desterró a Bonita, en la Anatolia, y mandó decir al carcelero, Nicetas, que flagelase a su víctima. Aquél vio conmovido la alegría con que San Teodoro se despojaba de su túnica y ofrecía al látigo su cuerpo consumido por los ayunos y, lleno de compasión, hizo salir de la mazmorra a todos los presentes, colocó una zalea de borrego sobre el lecho del santo y descargó sobre ella los golpes para que los oyesen los que se hallaban afuera. Finalmente, Nicetas se rasguñó los brazos para manchar con su sangre el látigo y salió a mostrarlo a los otros. San Teodoro pudo escribir más cartas a los fieles, a los patriarcas y una al Papa Pascual, a quien decía: "Escucha, obispo apostólico, pastor que Dios ha puesto para guiar el rebaño de Jesucristo: tú has recibido las llaves del Reino de los Cielos, tú eres la piedra sobre la que ha sido edificada la Iglesia, tú eres Pedro, puesto que ocupas su sede. Ven en ayuda nuestra". El Pontífice escribió a Constantinopla algunas cartas, que resultaron infructuosas. Entonces, San Teodoro le escribió para agradecerle con estas palabras: "Tú has sido desde el principio la fuente pura de la ortodoxia, tú eres el puerto seguro de la Iglesia universal, su amparo contra las acometidas de los herejes y la ciudad de refugio que Dios nos ha dado".
San Teodoro y su fiel discípulo Nicolás, estuvieron presos en Bonita durante tres años. Sus sufrimientos eran indecibles: en el invierno, el frío era muy intenso; en el verano, se ahogaban de calor y padecían hambre y sed, pues los guardias sólo les echaban por una claraboya un trozo de pan cada tercer día. San Teodoro afirma que muchas veces creyó morir de hambre y añade: "Pero Dios es todavía demasiado misericordioso con nosotros." Probablemente hubiesen muerto de hambre, si un oficial de la corte que visitó la cárcel por casualidad, no hubiese ordenado que se les diese bien de comer. El emperador Leo interceptó una carta en la que el santo exhortaba a los fieles a desafiar a "la infame secta de los iconoclastas", ordenó al prefecto del oriente que casti- gase al autor. El prefecto no se dejó ganar por la compasión, como el carcelero Nicetas y mandó azotar al monje Nicolás, a quien Teodoro había dictado la carta, y a éste le condenó a sufrir cien azotes. Después de la tortura, los verdu- gos dejaron al santo tirado en el suelo durante largo tiempo, expuesto a los rigores del frío de febrero. San Teodoro no pudo comer ni dormir durante muchos días y, si escapó con vida, fue gracias a Nicolás que olvidó sus propios sufrimientos, le alimentó gota a gota con una cueharita y le vendó sus heridas, no sin antes cortarle los trozos de carne infectada en las llagas. San Teodoro sufrió lo indecible durante tres meses. Antes de que estuviese totalmente restablecido, se presentó un oficial imperial con el encargado de conducirle a Esmirna, junto con Nicolás. Durante el día caminaban a marchas forzadas y, por la noche, se los encadenaba.
El arzobispo de Esmirna, que era un iconoclasta furibundo, mandó vigilar estrechamente al santo y llegó a decirle que iba a pedir que el emperador le mandase decapitar o, por lo menos, cortarle la lengua. Pero la persecución ter- minó el año 820 con el asesinato de quien la había provocado. El sucesor de Leo, Miguel el Tartamudo, fingió al principio suma moderación y levantó las sentencias de destierro. San Teodoro el Estudita regresó al cabo de siete años de prisión y escribió una carta de agradecimiento al emperador, exhortándole a permanecer unido a Roma —la primera de las Iglesias— y a permitir el culto de las imágenes. Pero Miguel se negó a permitir el culto de las imágenes y a devolver sus cargos al patriarca, al abad de Studios y a todos los prelados ortodoxos que no estuviesen de acuerdo con esa medida. San Teodoro, después de hacer vanos intentos por convencer al emperador, partió de Constantinopla (en realidad era una forma d e destierro) e hizo un recorrido por los monasterios de Bitinia para alentar y reconfortar a sus partidiarios. "El invierno ha pasado ya —les decía—, pero aún no ha llegado la primavera. El cielo se despeja y hay buenas esperanzas. El fuego está ya apagado, pero las cenizas humean todavía." La influencia de San Teodoro llegó a ser tan grande, que los monjes en general y los estuditas en particular se convirtieron en el baluarte de la ortodoxia. Algunos de los discípulos del santo fueron a reunirse con él en un monasterio de la península de Akrita. A principios de noviembre de 826, San Teodoro enfermó ahí. Al cuarto día de su enfermedad, pudo ir hasta la iglesia a celebrar el santo sacrificio, pero el mal fue en aumento, y el santo dictó a su secretario sus últimas instrucciones. Dios le llamó a Sí el siguiente domingo, 11 de noviembre. Sus restos fueron transportados al monasterio de Studios dieciocho años más tarde.
En el oriente hay gran veneración por San Teodoro el Estudita. El Martirologio Romano dice que es "famoso en toda la Iglesia". El santo merece ese elogio como legislador monástico, como defensor de la suprema autoridad de Roma y como valiente propugnador del culto de las imágenes, por el que tanto sufrió. San Teodoro hizo la guerra a los iconoclastas por motivos teológicos y no porque considerara las imágenes como un adorno esencial de las iglesias, ya que desaprobaba absolutamente la representación pictórica de los vicios, las virtudes y otros '"excesos injustificados de la fantasía religiosa". Por otra parte, no creía que la devoción a las imágenes fuese absolutamente necesaria (él mismo parece haberla practicado muy poco), sino sólo una ayuda para los "hermanos más débiles". En sus instrucciones sobre la oración habla de la unión de la mente y el corazón con Dios sin la ayuda exterior de las imágenes. Pero comprendía claramente que negar la validez del culto a las imágenes, equivalía a negar la validez de ciertos principios teológicos esenciales. Se conservan muchos escritos de San Teodoro, entre los que hay cartas, tratados sobre la vida monástica y el culto de las imágenes, sermones y cierto número de himnos. Dichos escritos reflejan su integridad y despego del mundo, que rayan en ese puritanismo que caracterizó a muchos de sus discípulos y que en algunos de sus sucesores llegó a extremos que turbaron la paz de la Iglesia.
Alban Butler - Vuda de los Santos