Saludo de S.E.R. Mons. Christophe Pierre, Nuncio Apostólico en México en Apertura de la Asamblea General de la Conferencia Episcopal Mexicana

Saludo de

S.E.R. MONS. CHRISTOPHE PIERRE

Nuncio Apostólico en México

Apertura de la Asamblea General de la

Conferencia Episcopal Mexicana

(11 de noviembre de 2013)

Eminentísimos Señores Cardenales,

Excelentísimos Señores Arzobispos y Obispos.

Durante los próximos días, en un ambiente de fraternidad y oración se ocuparán de “profundizar y compartir el sentido de la Nueva Evangelización en México, para enriquecer una audaz y entusiasta Misión permanente de la Iglesia a partir de las diócesis, ante los desafíos de la secularización”.

¡Cuánto se ha hablado de la Nueva Evangelización! Y, sin embargo, no suficientemente. Sobre todo, porque la secularización, sus derivados y secuelas, efectivamente sigue adelante. ¡Ánimo, pues! Que el Espíritu Santo les acompañe iluminándoles y sosteniéndoles en todo momento.

Yo, sin embargo, no quiero hablar hoy de la Nueva Evangelización. ¡Lo dejo todo a ustedes! Quiero, sí, hablar sobre “algo” que creo está íntimamente vinculado a ella. Hablar, -al fin y al cabo estoy aquí como Nuncio del Santo Padre-, sobre “algunas” cosas que el Papa Francisco ha afirmado están muy en su corazón; “cosas”, por tanto, que creo nos será útil recordar para mejor meterlas dentro de nosotros mismos, y para tenerlas con nosotros, aquí, y sobre todo allá, en donde está la amada “esposa” de cada uno: sus iglesias particulares.

El pasado 28 de julio, dirigiéndose a los miembros del Comité de Coordinación del CELAM, en Río de Janeiro, el Papa Francisco, ya hacia la parte final de su discurso recordaba que quien debe conducir la tarea de la Nueva Evangelización, y por tanto de la Misión Continental, es el Obispo, añadiendo que: No quisiera abundar en más detalles sobre la persona del Obispo, sino simplemente añadir, incluyéndome en esta afirmación, que estamos un poquito retrasados en lo que a Conversión Pastoral se refiere. Conviene -decía-, que nos ayudemos un poco más a dar los pasos que el Señor quiere para nosotros en este “hoy”.

Ayudarnos, pues, comenzando por hacer –creo-, un discernimiento sobre “la persona del Obispo” tomando como base a algunos de los aspectos que el Santo Padre desearía fueran hoy característicos en todo Obispo. Y, entonces, permítanme hablar del obispo, entresacando de la palabra del Papa unas, solo algunas, de esas anheladas características.

1. El obispo: constructor de comunión

Encontrando a los obispos de reciente nombramiento presentes en Roma para un curso de formación (19.09.2013), el Papa Francisco relevaba cómo ese encuentro constituía, ante todo, una experiencia de fraternidad favorecida por la amistad, por conocerse, por estar juntos, pero que es dada sobre todo por los vínculos sacramentales de la comunión en el Colegio episcopal y con el Obispo de Roma. Partiendo de esta afirmación, el Papa pidió y recomendó a los Obispos que este formar un «único cuerpo», los oriente en su trabajo cotidiano y los impulse a preguntarse: ¿cómo vivir el espíritu de colegialidad y de colaboración en el episcopado? ¿Cómo ser constructores de comunión y de unidad en la Iglesia que el Señor me ha confiado? El obispo es hombre de comunión, es hombre de unidad, «principio y fundamento perpetuo y visible de unidad».

2. El obispo: Pastor que acoge con magnanimidad y camina con el rebaño

Somos llamados y constituidos pastores, no por nosotros mismos, sino por el Señor, y –recuerda el Papa Francisco-, no para servirnos a nosotros mismos, sino al rebaño que se nos ha confiado, servirlo hasta dar la vida como Cristo, el Buen Pastor.

Pastores que poseen un corazón, tan grande, como para saber acoger a todos los hombres y mujeres que encuentran a lo largo de sus jornadas y, también, a aquellos que irán a buscar cuando se pongan en camino en sus parroquias y comunidades. Pregúntense –dice el Santo Padre-, pregúntense: los que llaman a la puerta de su casa, ¿cómo la encuentran? Si la encuentran abierta, a través de su bondad, su disponibilidad, experimentarán la paternidad de Dios y comprenderán cómo la Iglesia es buena madre que siempre acoge y ama.

El obispo debe ser el pastor que acoge con magnanimidad para caminar con su rebaño, con los propios fieles y con todos, compartiendo alegrías y esperanzas, dificultades y sufrimientos, como hermanos y amigos, más aún, como padres capaces de escuchar, comprender, ayudar, orientar. Un caminar juntos que requiere amor. Formar parte de un pueblo en camino en la historia junto con su Señor que camina en medio de nosotros, es la experiencia más bella que vivimos.

La cosa más importante es caminar juntos, colaborando, ayudándose mutuamente; pedir disculpas, reconocer los propios errores y pedir perdón, pero también aceptar las disculpas de los demás perdonando -¡cuán importante es esto! Cuán importante es caminar unidos. Y mientras se camina, se habla, se conocen, se cuentan unos a otros, se crece en el ser familia. Preguntémonos ¿cómo caminamos? ¿Cómo camina nuestra realidad diocesana? ¿Camina unida? ¿Qué hago yo para que camine verdaderamente unida?

Y en ese caminar, el obispo jamás debería olvidar que sus sacerdotes son sus primeros prójimos, sus indispensables colaboradores de quienes hay que buscar consejo y ayuda; a quienes hay que cuidar como padres, hermanos y amigos; cuidar su vida espiritual, pero también atender a sus necesidades humanas, sobre todo en los momentos más delicados e importantes de su ministerio y de su vida.

Nunca –clama el Papa-, nunca es tiempo perdido el que se pasa con los sacerdotes. Recíbanles cuando lo piden; no dejen sin respuesta una llamada telefónica. Que sus sacerdotes oigan que el padre responde. ¡Por favor! Piensen bien en esto. Sería –apunta el Santo Padre-, un buen propósito: ante una llamada de un sacerdote, si no puedo ese día, al menos responder al día siguiente. Y después ver cuándo es posible encontrarle. Estar en continua cercanía, en contacto continuo con ellos.

Luego, la presencia en la diócesis. Sean pastores con el olor de las ovejas, presentes en medio de su pueblo como Jesús Buen Pastor. Bajen en medio de sus fieles, también en las periferias de sus diócesis y en todas esas «periferias existenciales» donde hay sufrimiento, soledad, degradación humana. Caminen con el Pueblo de Dios: delante, indicando el camino, indicando la vía; en medio, para reforzarlo en la unidad; detrás, para que ninguno se quede rezagado, pero, sobre todo, para seguir el olfato que tiene el Pueblo de Dios para hallar nuevos caminos; para escuchar ‘lo que el Espíritu dice a las Iglesias’ y para escuchar la ‘voz de las ovejas’, también a través de los organismos diocesanos que tienen la tarea de aconsejar al obispo, promoviendo un diálogo leal y constructivo. No es, de suyo, pensable, que un obispo no tenga estos organismos diocesanos.

3. El obispo: pastor humilde, austero, enamorado de la “esposa” que el Señor le ha dado y encomendado

El estilo de servicio del obispo al rebaño debería –dice el Papa Francisco-, caracterizarse por la humildad, y también por la austeridad y la esencialidad. Por favor. No seamos hombres con la «psicología de príncipes». Hombres ambiciosos, que son esposos de esta Iglesia, pero viven en espera de otra más bella o más rica. ¡Esto es un escándalo!.. ¿Existe un «adulterio espiritual»? No sé, piénselo ustedes… El anuncio de la fe pide conformar la vida con lo que se enseña. Es una pregunta para hacernos cada día: ¿lo que vivo corresponde con lo que enseño?

San Francisco –dijo el Papa en Asís-, se despojó de todo, de su vida mundana, de sí mismo, para seguir a su Señor Jesús, para ser como Él. El despojamiento de san Francisco dice sencillamente lo que nos enseña el Evangelio: que seguir a Jesús significa ponerle en primer lugar, despojarnos de la muchas cosas que tenemos y que sofocan nuestro corazón, renunciar a nosotros mismos, tomar la cruz y llevarla con Jesús.

Todos -¡todos, no solo algunos!-, estamos llamados a ser pobres, a despojarnos de nosotros mismos; y por esto debemos aprender a estar con los pobres, compartir con quien carece de lo necesario, tocar la carne de Cristo. El cristiano no es uno que se llena la boca con los pobres, ¡no! Es uno que les encuentra, que les mira a los ojos, que les toca.

Despojarse de toda mundanidad espiritual; despojarse de toda acción que no es por Dios, no es de Dios; del miedo a abrir las puertas y a salir al encuentro de todos, especialmente de los más pobres, necesitados, lejanos; no para perderse en el naufragio del mundo, sino para llevar con valor la luz de Cristo, la luz del Evangelio, también en donde no se ve, donde puede haber tropiezos; despojarse de la tranquilidad que dan las estructuras, ciertamente necesarias e importantes, pero que jamás deberían oscurecer la única fuerza verdadera que lleva en sí: la de Dios. Despojarse de lo que no es esencial, porque la referencia es Cristo; la Iglesia es de Cristo.

4. El obispo: pastor que permanece con su rebaño

Permanecer con el rebaño, estabilidad que tiene dos aspectos precisos: «permanecer» en la diócesis y permanecer en «ésta» diócesis. El nuestro es un tiempo en que se puede viajar, moverse de un punto a otro con facilidad, un tiempo en el que las relaciones son veloces. Pero los obispos son esposos de su comunidad. Por tanto, -subraya el Papa-, les pido, por favor, que permanezcan en medio de su pueblo. ¡Eviten el escándalo de ser «obispos de aeropuerto»! ¡Permanezcan con su rebaño!

5. El obispo: pastor de la Iglesia, no dirigente de una ONG

La Iglesia es institución, pero cuando se erige en “centro” se funcionaliza y poco a poco se transforma en una ONG. Se vuelve cada vez más autorreferencial y se debilita su necesidad de ser misionera. De “Institución” se transforma en “Obra”. Deja de ser Esposa para terminar siendo Administradora. De Servidora se transforma en “controladora”.

En Aparecida –recuerda el Papa Francisco-, se dan de manera relevante dos categorías pastorales que surgen de la misma originalidad del Evangelio que también pueden servirnos de pauta para evaluar el modo como vivimos eclesialmente el discipulado misionero: la cercanía y el encuentro. Existen pastorales “lejanas”, pastorales disciplinarias que privilegian los principios, las conductas, los procedimientos organizativos; por supuesto sin cercanía, sin ternura, sin caricia; incapaces de lograr el encuentro con Jesucristo y con los hermanos. La cercanía crea comunión y pertenencia, da lugar al encuentro. La cercanía toma forma de diálogo y crea una cultura del encuentro.

A veces parece que las relaciones humanas estén reguladas por dos «dogmas»: eficiencia y pragmatismo. Pero, hay que tener el valor de ir contracorriente de esta cultura del descarte. La solidaridad es una palabra que se trata de esconder en esta cultura, es casi una mala palabra; pero la solidaridad y la fraternidad son elementos que hacen nuestra civilización verdaderamente humana. Sean -pide el Papa-, servidores de la comunión y de la cultura del encuentro. Los quisiera casi obsesionados en este sentido. Y hacerlo sin presunción, guiados por la certeza humilde y feliz de quien ha sido encontrado, alcanzado y transformado por la Verdad que es Cristo, y que no puede dejar de proclamarla.

Como con entusiasmo ha también recordado el Papa, ¡gran don es ser Iglesia, formar parte del pueblo de Dios! Todos somos el Pueblo de Dios. En la armonía, en la comunión de la diversidad, obra del Espíritu Santo que es, Él mismo, la armonía y construye la armonía. Y el obispo es el custodio natural de este don de la armonía en la diversidad. Él debe construir la armonía: es su tarea, su deber y su vocación.

Con el Papa, queridos hermanos en el episcopado, pidamos a María Santísima que cuando andemos “medio así, por otro lado”, nos tome de la mano. Que Ella nos empuje a salir al encuentro de tantos hermanos y hermanas que están en la periferia, que tienen sed de Dios y no hay quien se lo anuncie. Que no nos eche de casa, pero que sí nos empuje a salir de casa, para que, así, seamos verdaderos y eficaces discípulos, misioneros, apóstoles del Señor. Que Ella, Santa María de Guadalupe, nos conceda a todos este don

Muchas gracias.

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