Las insignias del rey, fiesta de Cristo rey: 24 de noviembre de 2013

de Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar de San Cristóbal de las Casas

Escucha en voz de S.E. Mons. Enrique Díaz Díaz en Evangelio del Día

II Samuel 5, 1-3: “Ungieron a David como rey de Israel”
Salmo 121: “Vayamos con alegría al encuentro del Señor”
Colosenses 1, 12-20: “Dios nos ha trasladado al Reino de su Hijo amado”
San Lucas 23, 35-43: “Señor, cuando llegues a tu Reino, acuérdate de mí”

Mientras las personas mayores nos encontrábamos en una reunión seria donde se discutía sobre los graves problemas de conflictos, violencia, corrupción y narcotráfico que azota la región, los niños jugaban alegremente en locas carreras, gritos, ajenos a toda la seriedad de la situación. Se propusieron muchas soluciones: marchas en silencio, protestas y desplegados en los medios de comunicación, denuncias ante la poca o nula responsabilidad y actuación de las autoridades. Los niños seguían sus juegos… Además de todas las actividades, se decidió acompañarlas con oración continua y con ayuno comunitario… Y se insistió mucho en la educación de los pequeños, educar para la paz. Fue entonces cuando nos dimos cuenta: los niños jugaban a la guerra despiadada e inmisericorde con insultos, con órdenes intransigentes, con golpes y ofensas… ¿Por dónde ha entrado tanta violencia en el corazón de estos pequeños? Ya en sus juegos está presente la venganza, la corrupción y la muerte… ¿Qué tendremos que cambiar para educar para la paz?

Es la fiesta de Cristo Rey y me acerqué a los textos buscando descubrir a un Rey que diera respuesta a todos los interrogantes que nos plantea la vida actual, y grande fue mi sorpresa al descubrir el Rey que hoy nos ofrece la liturgia: un rey sin trono, sin fuerza física, sin soldados, sin espadas, sin vasallos… un rey colgado de un madero que es burlado y violentado, un rey que es despreciado hasta por quien padece el mismo sufrimiento… Sólo un buen “ladrón” parece entender su mensaje y descubrir, entre pensamientos nebulosos, la personalidad y realeza del moribundo que cuelga de la cruz junto a la suya. Es cierto tiene un letrero que lo denuncia como rey: “Éste es el rey de los judíos”, un letrero que parece más bien un sarcasmo que una declaración, y para mayor claridad aparece en griego, latín y hebreo, para dar a conocer la locura de este rey. Sin embargo este rey, en sus insignias, viene a dar respuesta a los interrogantes profundos del hombre.

Una toalla y una vasija fueron los instrumentos que dieron forma a su propuesta: servir. En aquella noche de amor y de entrega, como signo de servicio, lavó los pies a sus discípulos. Su servicio va a lo más humilde, a lo más pobre, a lo más cercano al suelo. Su servicio limpia de todas las suciedades, sana y restaura. Es cierto ha debido inclinarse hasta los pies de aquellos campesinos que surcaban los caminos y que recogían toda clase de inmundicia a su paso. Y Cristo Rey no duda un momento en besar con cariño aquellos pies tan maltratados y tan despreciados. Su primera enseñanza es que todo reinado, todo gobierno y toda autoridad, debe ser para servir y no para servirse, para limpiar y no para enlodar, para sanar y no para dejar heridos a lo largo del camino. Contemplemos a nuestro rey con su toalla ceñida y su vasija en la mano, haciéndonos la invitación: “si yo, el maestro y el señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros”

La caña que colocaron entre sus manos como símbolo de autoridad en medio de burlas e inclinaciones grotescas para desdecir su gobierno, nos dan la pista para entender cómo construye su reino: desde lo despreciado del mundo, desde lo que creían inservible, desde los pequeños. Siempre así lo hace Jesús. Quisieron hacer una burla y descubrieron su secreto, por eso afirma: “Gracias te doy, Padre, porque has descubierto tu reino a los pequeños y sencillos”. Sí, a los olvidados, a los que vivían en tinieblas y en sombra de muerte, los ha llamado a construir su Reino, porque “Él nos ha liberado del poder de las tinieblas y nos ha trasladado al Reino de su Hijo amado, por cuya sangre recibimos redención, esto es, el perdón de los pecados”. Y la caña no es poder que destruye, sino fuerza amorosa que restaura, que une, que da vida. El verdadero poder nunca es para destruir personas, sino para dar vida. Qué diferente a nuestras mafias y gobiernos que utilizan armas, amenazas y poderosas influencias para destruir, para aniquilar con tal de permanecer en sus cotos de poder.

La corona de espinas, colocada con saña y desprecio, es signo de la verdadera libertad con que Jesús entrega su vida y se juega su destino por amor a los hombres. No necesita coronas de oro para sentirse grande, no necesita riquezas y posesiones para saberse fuerte, no necesita espadas o dinero para hacerse valer. Muchas veces quisieron coronarlo Rey y él escapaba de entre sus manos porque su corazón estaba libre para amar. Ahora que le colocan una corona de espinas, porque el amor duele, la acepta y la llena de sentido. Su amor no tiene límites, su amor llega hasta la plenitud de la muerte y resurrección.

Sí, urge contemplar a Jesús que tiene por trono una cruz, por título una sentencia y por vasallos unos ladrones. Hoy, más que nunca, nos urge volver nuestra mirada a este Cristo y reconocerlo como nuestro rey, pero descubriendo las sólidas bases de su reino. El reino de Jesús es muy distinto a como lo hubieran podido imaginar los hombres, muy lejano a la ambición de poder de unos cuantos. Jesús viene a ofrecer un reino de vida. Su propuesta es la participación de una vida plena de todos los pueblos y todas las gentes como hijos de Dios. Es hacer realidad el proyecto del Padre. Sin embargo no utiliza ni el poder ni el dinero ni la fuerza para implantar su Reino: su única arma es el amor, un amor pleno, un amor total. Por eso en este día se nos invita a contemplarlo tal y como nos lo presenta San Lucas: clavado en la cruz, con un letrero que da fe de su sentencia y con las autoridades, los soldados y un ladrón burlándose de su reinado e invitándolo a manifestar su poderío. Pero este rey cambia todo el sentido de nuestra existencia: no vivimos ni para el poder, ni para las violencias, ni para las posesiones, vivimos para el amor. Hagamos hoy posible declarar a Jesús Rey de nuestras vidas. Su ejemplo y el seguimiento de sus enseñanzas nos traen paz, felicidad, justicia y amor. Y, sobre todo, nos muestra un reino de humildes, de afables, de limpios de corazón, de pobres de cuerpo y de espíritu. Alejados del poder, de la violencia, de la explotación, del odio. Con Jesús es posible construir en medio de nosotros un reino de paz, amor, cordialidad, humildad, fraternidad y alegría.

¿Cómo es nuestro homenaje a Cristo Rey? Fiesta de Cristo Rey, fiesta para examinar nuestras actitudes frente a Cristo y frente a los hermanos; fiesta para “entronizar” en la familia a este Rey de Amor; fiesta para convertirnos en sus fieles seguidores, llenos de esperanza, y constructores incansables de un Reino diferente.

Padre Bueno y Misericordioso, que quisiste fundar todas las cosas en tu Hijo muy amado, Rey del universo, haz que toda creatura, liberada de toda esclavitud, sirva a tu majestad y te alabe eternamente. Amén.

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