MENSAJE DEL CONSEJO DE PRESIDENCIA DE LA CEM EN OCASIÓN DEL DÍA INTERNACIONAL CONTRA LA VIOLENCIA HACIA LAS MUJERES

B. 75 / 2013

La Organización de las Naciones Unidas ha declarado el 25 de noviembre “Día Internacional para la eliminación de la violencia contra las mujeres”, con el objetivo de exhortar a las autoridades gubernamentales, a las instituciones y a la sociedad a tomar conciencia de la dignidad de toda mujer y a luchar contra el grave mal de la violencia que afecta a miles de ellas y que lesiona a toda la sociedad.

El beato Juan Pablo II constataba con dolor que, “desgraciadamente el mensaje cristiano sobre la dignidad de la mujer halla oposición en la persistente mentalidad que considera al ser humano no como persona, sino como cosa, como objeto de compraventa, al servicio del interés egoísta y del solo placer”[1].

La violencia reviste muchas formas: física, sexual, psicológica, moral o patrimonial, y puede manifestarse en humillaciones, burlas, gritos, insultos, amenazas, empujones, golpes, aislar a la mujer o controlar sus salidas, acosarla, forzarla a sostener una relación sexual contra su voluntad, discriminarla laboral o salarialmente, condenarla a la pobreza, obligarla a emigrar, imponerle ciertos parámetros de belleza que la presionan a arriesgar su salud y su vida.

Sin duda, una de las expresiones más viles de la violencia es la trata de personas, que afecta principalmente a las mujeres, y que ha sido calificada por el Papa Francisco como “vergüenza para nuestras sociedades que se dicen civilizadas”[2] ¡Y qué decir de la violencia que padecen tantas mujeres, provocada por el crimen organizado!

Los efectos de la violencia son muchos: lesiones físicas, miedo, confusión, desilusión, angustia, dolor, impotencia, soledad, odio, rencor, y a veces, hasta sentimiento de culpa, lo que puede hacer pensar a la mujer que no vale y que no hay esperanza. Además de herir a la mujer, la violencia lesiona a la familia y a toda la sociedad, ya que acrecienta la falta de respeto a la persona humana, a su vida y a sus derechos fundamentales.

Aunque la violencia puede tener diversas causas, ésta es una conducta que se aprende en casa y en la vida social, donde muchas veces se reduce a la mujer al rango de “objeto”. Por eso, para erradicar este mal es preciso educarnos en el ámbito personal, familiar, de noviazgo, de amistades, de estudios, de trabajo y social, para valorar la dignidad de todas las mujeres, hablarles, hablar de ellas y tratarlas con respeto y justicia.

En la edificación de una cultura así, las mujeres tienen un papel protagónico. Cada una debe descubrir su grandeza y vivir conforme a su dignidad, respetándose, dándose a respetar, respetando a los demás, y exigiendo de todos el respeto que merece.

Y si alguna mujer es víctima de la violencia ¡no deje de quererse! Pida ayuda y denuncie lo que le sucede, recordando que no está sola; todos estamos para ayudarla.

Que el Señor, por intercesión de Santa María de Guadalupe, nos ayude a formar una red de amor y solidaridad para defender la vida, la dignidad y los derechos de todas las personas, y erradicar así el terrible mal de la violencia contra las mujeres.


[1] Familiaris Consortio, n. 24.

[2] Audiencia a los participantes en la Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio de la Pastoral para los Inmigrantes y los Itinerantes, 24 de mayo de 2013.

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