2014-01-17 L’Osservatore Romano
La mirada amplia y el corazón grande que deben caracterizar el servicio de los cardenales de la Iglesia de Roma y que el Papa Francisco recomienda explícitamente en una carta escrita de su puño y letra, son los mismos que recorren el tradicional discurso al Cuerpo diplomático, es decir, a todo el mundo. Un discurso que trae a la mente una perfecta expresión de la larga nota que Pablo vi redactó en Castelgandolfo el 5 de agosto de 1963, pocas semanas después de la elección, casi un programa espiritual del pontificado apenas iniciado: «Iniciativa siempre vigilante al bien de los demás: política papal».
Y la política papal nace, quiso destacar Francisco, de su «corazón de pastor» y de la atención «por las alegrías y dolores de la humanidad», palabras que resuenan al inicio de uno de los más célebres documentos del Concilio, la Gaudium et spes. Inmediatamente esta atención se dirigió a la familia, que debe asemejarse a la de Jesús recién nacido: una comunidad abierta a todos donde se pueda aprender la fraternidad.
El obispo de Roma no oculta, ciertamente, las dificultades que la familia debe afrontar hoy, desde el debilitamiento del sentido de pertenencia hasta condiciones demasiadas veces precarias, y pide por ello políticas que la sostengan y consoliden. Y una vez más el Papa fijó la atención en la debilidad de dos sectores de la sociedad —los ancianos y los jóvenes— de hecho marginados por una cultura de lo efímero que termina por desgastarse en un consumo ávido y miope que pone en riesgo el futuro mismo de muchas sociedades.
Es esta cerrazón la que se debe combatir en favor de una cultura del encuentro. Así, en Siria, donde diariamente la guerra siembra destrucción, atrocidad y muerte, la jornada de ayuno y oración convocada por el Papa en septiembre fue importante y suscitó consensos inesperados, pero por este camino ahora es urgente una «voluntad política de todos» para poner fin al conflicto, mientras se acerca la conferencia de Ginebra. Y en tanto que los diplomáticos escuchaban el discurso papal, precisamente sobre la trágica situación siria, en la Academia pontificia de las ciencias se realizaba un seminario a puertas cerradas.
En el panorama internacional, a las preocupaciones por las tensiones y las violencias en Líbano, Irak y Egipto, en África y en Asia, dan, sin embargo, respuesta positiva los esfuerzos por asistir a millones de refugiados en fuga de Siria, en el Líbano mismo y en Jordania, y los progresos sobre la cuestión nuclear iraní. Es éste el camino real que la Santa Sede no se cansa de indicar, activa desde hace más de un siglo en las fronteras de la paz. Por ello Benedicto xv se comprometió contra la «inútil carnicería» provocada por la tremenda guerra mundial, a cuyo centenario se refirió de este modo el Papa Francisco.
Con confianza, obstinadamente, el Pontífice indica todo destello positivo, pero no esconde la denuncia de reiteradas y persistentes tragedias que siguen causando innumerables víctimas, sobre todo entre los niños. A causa del hambre, del aborto, de la guerra, de la trata se seres humanos, «delito contra la humanidad». La paz —repetía Pablo vi recordado en esta ocasión por su sucesor— no es, en efecto, sólo la ausencia de guerra y «se construye día a día». Por esto es necesaria la aportación de todos, sin distinción.