Reconozcamos que a veces es necesario que alguien descubra nuestro delito

de Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar de San Cristóbal de las Casas

2 Samuel 15,13-14.30; 16,5-13: “Huyamos de Absalón. Dejen que Semeí me maldiga, porque se lo ha ordenado el Señor”
Salmo 3:“Levántate, Señor, y sálvame, Dios mío”
San Marcos 5,1-20: “Espíritu inmundo, sal de este hombre”

Cuando escuchamos y reflexionamos con detenimiento esta narración de San Marcos podemos quedar impresionados. La viveza con que describe al endemoniado y todos los males que le provoca a aquel pobre hombre pueden hasta horrorizarnos. Por eso nos desconcierta aún más la actitud de los pobladores pidiéndole a Jesús que se fuera. ¿Eran más importantes sus cerdos que la salud de aquel hombre? ¿Temían tener un encuentro profundo con Jesús que los obligara a cambiar sus estructuras y modificar sus prioridades?

La acción de Jesús resulta incomoda. Ciertamente es un bien para una persona pero perjudica los intereses de otros y ellos prefieren quedarse como están, alejar a Jesús de su presencia pues puede provocar más cambios.

El Papa ha criticado duramente esta actitud que resulta muy actual: por encima de las personas están los intereses económicos, políticos, de poder… Así nunca lograremos la verdadera paz. Para Jesús por encima de todos los intereses, está la dignidad de la persona. Algunas veces también a nosotros nos resulta fácil distinguir y reconocer el valor de las personas, sobre todo de las que amamos. Todos hemos experimentado cómo en una enfermedad o en la muerte de un ser cercano, dejamos los trabajos, ponemos a disposición nuestros bienes, buscamos hacer lo imposible. Pero eso es en casos extremos y solamente movidos por las circunstancias especiales. Con frecuencia damos la espalda al hermano y preferimos nuestra seguridad.

Le tenemos miedo a la libertad, a la luz y a la palabra de Jesús, porque nos desenmascara y pone al descubierto nuestro corazón e intereses. Sin embargo hoy podemos acercarnos con toda confianza a Jesús. El mirará nuestra pequeñez y nuestra desnudez pero para restablecer nuestra dignidad. No le importa los demonios que traigamos dentro, nos limpiará y nos levantará. No tengamos miedo. Al igual que David en la primera lectura reconozcamos que a veces es necesario que alguien descubra nuestro delito y nos mueva al arrepentimiento. Nos acercamos pues, confiadamente a Jesús que nos libera.