2014-02-10 Radio Vaticana
(RV).- Asegurando nuestras oraciones - como él pidió - y contando con las suyas, como nos prometió, recordamos que se cumple un año de la histórica renuncia de Benedicto XVI, que ha guiado a la Iglesia Universal, durante casi ocho años, con sabiduría, dulzura, humildad y firmeza, como «simple y humilde trabajador de la viña del Señor», como dijo la tarde del 19 de abril de 2005. El 11 de febrero de 2013, daba la vuelta al mundo la noticia de la histórica renuncia de Joseph Ratzinger, anunciada con profunda emoción, por él mismo ese día, memoria de Nuestra Señora de Lourdes. Marcando un hito en 20 siglos de historia, al final del consistorio que había convocado, para tres causas de canonización, anunció al colegio cardenalicio su renuncia al ministerio de Obispo de Roma, con sencillez y confiada, serena y filial entrega al Señor de la historia:
“Los he convocado a este Consistorio, no sólo para las tres causas de canonización, sino también para comunicarles una decisión de gran importancia para la vida de la Iglesia. Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino. Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en no menor grado sufriendo y rezando. Sin embargo, en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado. Por esto, siendo muy consciente de la seriedad de este acto, con plena libertad, declaro que renuncio al ministerio de Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro, que me fue confiado por medio de los Cardenales el 19 de abril de 2005, de forma que, desde el 28 de febrero de 2013, a las 20.00 horas, la sede de Roma, la sede de San Pedro, quedará vacante y deberá ser convocado, por medio de quien tiene competencias, el cónclave para la elección del nuevo Sumo Pontífice”.
«Me consuela – decía el día de su elección pontificia el hasta entonces cardenal Joseph Ratzinger - el hecho de que el Señor sabe trabajar y actuar incluso con instrumentos insuficientes». Ya desde el primer momento, pues, el Papa Benedicto XVI mostró su humildad y sencillez encomendándose a las oraciones de los fieles y a la “alegría del Señor” para seguir adelante.
«Les suplico que se acuerden de mí en sus oraciones y que sigan pidiendo por los Señores Cardenales, llamados a la delicada tarea de elegir a un nuevo Sucesor en la Cátedra del Apóstol Pedro», pedía Benedicto XVI, en la última, intensa audiencia general de su pontificado - el 27 de febrero de 2013 - en cuya catequesis reiteró que «amar a la Iglesia significa también tener el valor de tomar decisiones difíciles, sufridas, teniendo siempre por delante el bien de la Iglesia y no de sí mismos».
Con grandes aplausos y mucha emoción cientos de miles de fíeles y peregrinos acompañaron al Papa Ratzinger en la ultima audiencia general de su pontificado: casi ocho años de luminoso magisterio con «momentos de alegría y luces, así como también ‘momentos difíciles’, pero siempre bajo la guía y protección de Dios». Sabiendo que la barca de la Iglesia es del Señor y que Él la conduce por medio de hombres. Escuchemos sus palabras en nuestra lengua:
«Queridos hermanos y hermanas: Muchas gracias por haber venido a esta última audiencia general de mi pontificado. Asimismo, doy gracias a Dios por sus dones, y también a tantas personas que, con generosidad y amor a la Iglesia, me han ayudado en estos años con espíritu de fe y humildad. Agradezco a todos el respeto y la comprensión con la que han acogido esta decisión importante, que he tomado con plena libertad. Desde que asumí el ministerio petrino en el nombre del Señor he servido a su Iglesia con la certeza de que es Él quien me ha guiado. Sé también que la barca de la Iglesia es suya, y que Él la conduce por medio de hombres. Mi corazón está colmado de gratitud porque nunca ha faltado a la Iglesia su luz. En este Año de la fe invito a todos a renovar la firme confianza en Dios, con la seguridad de que Él nos sostiene y nos ama, y así todos sientan la alegría de ser cristianos. Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y de los países latinoamericanos, que hoy han querido acompañarme. Os suplico que os acordéis de mí en vuestra oración y que sigáis pidiendo por los Señores Cardenales, llamados a la delicada tarea de elegir a un nuevo Sucesor en la Cátedra del apóstol Pedro. Imploremos todos la amorosa protección de la Santísima Virgen María, Madre de la Iglesia. Muchas gracias. Que Dios os bendiga».
Benedicto XVI prosiguió su agradecimiento dirigiéndose a las numerosas personas de todo el mundo, que en especial en las últimas semanas le habían enviado muestras conmovedoras de atención, amistad y oración. «Sí, el Papa nunca está solo, ahora lo experimento de nuevo de una manera tan grande que toca el corazón». «Me escriben como hermanos y hermanas, o como hijos e hijas, con sentimientos de vínculos familiares muy cariñosos. Aquí se puede tocar con mano lo que es la Iglesia - no es una organización, ni una asociación con fines religiosos o humanitarios, sino un cuerpo vivo, una comunidad de hermanos y hermanas en el Cuerpo de Jesucristo, que nos une a todos. Experimentar la Iglesia de esta manera es tener casi la capacidad de tocar con las manos el poder de su verdad y de su amor, es una fuente de alegría, en un momento en que muchos hablan de su declive».
Y cómo no recordar el primer saludo del Papa Bergoglio, al ser elegido como sucesor suyo, rezó e hizo que la abarrotada Plaza de San Pedro, sus alrededores y millones de personas en el mundo rezaran con él un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria al Padre por su amado predecesor:
«Hermanos y hermanas, buenas tardes.
Saben que el deber del cónclave era dar un Obispo a Roma. Parece que mis hermanos Cardenales han ido a buscarlo casi al fin del mundo..., pero aquí estamos. Les agradezco la acogida. La comunidad diocesana de Roma tiene a su Obispo. Gracias. Y ante todo, quisiera rezar por nuestro Obispo emérito, Benedicto XVI. Oremos todos juntos por él, para que el Señor lo bendiga y la Virgen lo proteja. -
(CdM – RV)