Lecturas del miércoles, primera semana de cuaresma, ciclo A

Pastoral: 
Litúrgica
Date: 
Mié, 2014-03-12

I. Contemplamos la Palabra

Lectura de la profecía de Jonás 3,1-10:

Vino la palabra del Señor sobre Jonás: «Levántate y vete a Nínive, la gran ciudad, y predícale el mensaje que te digo.»
Se levantó Jonás y fue a Nínive, como mandó el Señor. Nínive era una gran ciudad, tres días hacían falta para recorrerla. Comenzó Jonás a entrar por la ciudad y caminó durante un día, proclamando: «¡Dentro de cuarenta días Nínive será destruida!»
Creyeron en Dios los ninivitas; proclamaron el ayuno y se vistieron de saco, grandes y pequeños.
Llegó el mensaje al rey de Nínive; se levantó del trono, dejó el manto, se cubrió de saco, se sentó en el polvo y mandó al heraldo a proclamar en su nombre a Nínive: «Hombres y animales, vacas y ovejas, no prueben bocado, que no pasten ni beban; vístanse de saco hombres y animales; invoquen fervientemente a Dios, que se convierta cada cual de su mala vida y de la violencia de sus manos; quizá se arrepienta, se compadezca Dios, quizá cese el incendio de su ira, y no pereceremos.»
Y vio Dios sus obras, su conversión de la mala vida; se compadeció y se arrepintió Dios de la catástrofe con que había amenazado a Nínive, y no la ejecutó.

Sal 50,3-4.12-13.18-19 R/. Un corazón quebrantado y humillado, tú, Dios mío, no lo desprecias

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. R/.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R/.

Los sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú no lo desprecias. R/.

Lectura del santo evangelio según san Lucas 11,29-32:

En aquel tiempo, la gente se apiñaba alrededor de Jesús, y él se puso a decirles: «Esta generación es una generación perversa. Pide un signo, pero no se le dará más signo que el signo de Jonás. Como Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para esta generación. Cuando sean juzgados los hombres de esta generación, la reina del Sur se levantará y hará que los condenen; porque ella vino desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón. Cuando sea juzgada esta generación, los hombres de Nínive se alzarán y harán que los condenen; porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás.»

II. Compartimos la Palabra

Cuando vio Dios sus obras y cómo se convertían de su mala vida, tuvo piedad de su pueblo.

Nínive fue una de las capitales del Asiria y representaba para el pueblo judío la manifestación más clara del imperialismo opresor: el poder que se impone por la fuerza sin respetar el derecho de los pueblos. Pues resulta que, con este imperio que amenaza la vida del pueblo judío, Dios quiere ser misericordioso, quiere perdonarlo y por eso envía a Jonás para que invite a la ciudad de Nínive a la conversión. No es de extrañar que Jonás no quiera saber nada del asunto, que prefiera morir antes que realizar la tarea encomendada y que finalmente fuera a regañadientes; imagino que pensaría que los ninivitas no “se merecían” que Dios fuera bueno con ellos sino, al contrario, que sufrieran el castigo por todo lo que habían hecho. Pero, contra todo lo previsto, la ciudad entera se convertirá “de su mala vida y de las injusticias cometidas.”

En el mensaje de esta obra descubrimos de nuevo el rostro de un Dios que quiere hacer llegar su salvación a todos; también a los opresores. Una salvación que implica un cambio de actitudes y de cambio de vida. Es verdad que nos pasa a menudo un poco como a Jonás, que ya hemos firmado nuestra sentencia condenatoria definitiva contra unos cuantos e, incapaces de perdonar, nos descoloca la actitud de este Dios que al mirar a los ninivitas y “ver sus obras y cómo se convertían de su mala vida, tuvo piedad de su pueblo”. ¡Qué impresionante! Aquellos que eran los “enemigos” se convierten en “su pueblo.” Y es que como Jonás somos un poco tercos y quizás necesitemos como él escuchar y hacer nuestras las palabras finales que Dios le dirige al final de esta preciosa obra:

“Tú sientes compasión de un ricino que tú no has hecho crecer, que en una noche brotó y en una noche pereció, ¿y no voy a tener yo compasión de Nínive, la gran ciudad, en la que hay más de ciento veinte personas que aún no distinguen entre el bien y el mal?”

No se le dará más signo que el signo de Jonás

Los ninivitas que eran “malísimos” se convierten y he aquí que la gente a la que habla Jesús, seguramente “del montón”, como nosotros, nada: como piedras, pidiendo signos, pruebas, alguna garantía de lo que está diciendo. Y como los “de dentro” no nos enteramos, Jesús nos pone como ejemplo a “los de fuera”: los ninivitas que fueron capaces de cambiar de vida gracias a que el Señor les envía a Jonás, la reina del sur que reconoce en la sabiduría de Salomón el don que Dios hace a su pueblo.

¿Qué nos aportan estos ejemplos? Que Dios constantemente nos está haciendo guiños cotidianos que nos hablan de su presencia, pero no siempre tenemos la actitud de apertura para poder descubrir en ellos su paso, su llamada, su invitación.

Estas pequeñas señales tienen que ver más con lo que Jesús llama “el signo de Jonás” que con acontecimientos deslumbrantes que puedan parecer cegadores. Es el signo de la semilla enterrada que luego da mucho fruto, el del pequeño grano de mostaza que luego se convierte en un gran árbol. Es en definitiva el signo, los signos, que nos hablan de vida entregada que luego resucita: eso es lo que fue la vida de Jesús; él es el signo. Un signo que sigue presente en medio de lo de cada día, pequeño fermento que va haciendo crecer lentamente la masa, presencia misteriosa en el corazón de las cosas, fuerza de transformación que va impulsando la creación y que se manifiesta de tantas maneras y con tanta variedad a través de las personas que van poniendo sus dones al servicio del bien común: en el trabajo, en la casa, en las asociaciones civiles, en las relaciones con sus vecinos, en la calle…en tantos espacios y de tantas maneras.

¡Y nos parece poco signo!

Hna. María Ferrández Palencia, OP
Congregación Romana de Santo Domingo