No seas injusto, no calumnies, no odies

de Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar de San Cristóbal de las Casas

Audio aquí. 10 Marzo
Levítico 19,1-2.11-18 “Juzga a tu prójimo con justicia”
Salmo 18: “Tus palabras, Señor, son espíritu y vida”
San Mateo 25,31-46: “Como lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron”

Los grandes ideales del hombre pasan por los pasos pequeños de cada día. La primera lectura de este día nos lanza a alturas que el hombre ni siquiera podría imaginar: “Sean santos, porque yo, el Señor, soy santo”. Un ideal inalcanzable, pero un ideal que nos tendría que mover para parecernos a Dios. Y el libro del Levítico no lo deja en simples propósitos ambiguos de una santidad que no toca la tierra. Inmediatamente lo concreta en acciones que van directamente a favor o en contra del hermano, entendido en al antiguo Testamento quizás solamente como los de la propia raza o condición.

Las palabras son precisas: “Porque yo soy el Señor, no oprimas ni explotes a tu prójimo. No retengas su salario injustamente. No seas injusto en la sentencia. No calumnies. No odies a tu hermano ni en lo profundo de tu corazón. No te vengues ni guardes rencor”. Y entonces se nos quita de la cabeza esa idea dulzona de santidad que se queda encerrada en los santuarios, y el Señor nos invita a una relación justa, amorosa y comprometida con el prójimo. Ésta es la verdadera santidad y a esta santidad muchos, que se dicen ateos, se apuntan con gusto: la búsqueda de un mundo más justo y más hermano, donde se puedan construir relaciones de iguales.

La razón final es porque debemos parecernos a Dios, que es santo. Y nosotros todos somos sus hijos. Pero Jesús va mucho más allá con su encarnación, pues se hace presente no sólo en la humanidad toda, sino que se quiere hacer presente en cada hombre. Y así, pone como fundamento de la participación en su Reino la forma en que hemos actuado con Él, pero en el rostro de cada uno de los pequeños. Si los besos y cuidados que damos a sus imágenes se tradujeran en besos, cuidados y preocupación por los que Él llama “el más insignificante de mis hermanos”, estaríamos no solamente asegurando una participación en el Reino, sino construyendo el Reino aquí en la tierra. El migrante, el encarcelado, el hambriento, el pordiosero, el abandonado y despreciado, se convierten en rostro de Jesús para que en ellos y con ellos construyamos el Reino. Señor Jesús que te has encarnado plenamente en la humanidad, concédenos descubrir tu rostro en cada persona que venga hoy a nuestro encuentro.

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