Pidan como hijos de la luz. Los frutos de la luz son la bondad, la santidad, y la verdad

Pidan como hijos de la luz. Los frutos de la luz son la bondad, la santidad, y la verdad. Así, nos recomienda san Pablo en la segunda lectura. ¿Cómo podemos ser nosotros hijos de la luz? Nos lo explica hoy esta escena tan densa, tan llena de simbolismos y llena también de doctrina y enseñanza en el Evangelio. Vamos a tratar de recoger algunos de estos elementos. Empezando por el final del Evangelio, cuando Jesús dice: Yo he venido a este mundo para que se definan los campos, para que los ciegos vean; y los que ven queden ciegos. Una frase que hay que saberla interpretar.

Cristo viene a definir los campos. Habla de dos maneras de ver; y dice que la auténtica manera de ver es la que le va a dar a este ciego de nacimiento, que se convierte en modelo para todos nosotros. En cambio, los que ven quedarán ciegos. ¿De qué vista y de qué ceguera está hablando Jesús? Habitualmente cuando nacemos, cuando empezamos a crecer y a tomar conciencia pensamos que las realidades son aquellas que tocamos y que vemos. Por eso, es que nos compadecemos de un ciego, porque no puede ver lo que nosotros vemos, lo material, lo físico, la apariencia; y quedamos fascinados con lo que vemos, porque nos satisface el ver físicamente. En cambio, Jesús habla de un ver distinto, de un ver que transforma, de un ver que da respuesta a nuestras grandes inquietudes, de un ver que explica la vida misma. Por eso, sus Discípulos son hijos de la luz. Por eso, Jesús mismo dice: Yo soy la luz del mundo. Es esta luz que Él nos da, la que nos hace ver mucho más allá de la visión física y material, de los objetos y realidades que solo vemos por fuera. Bien dice un refrán: caras vemos, corazones no sabemos. ¿Qué se necesita entonces para ser un hijo de la luz? Jesús hace un nuevo nacimiento. Se lo había dicho a Nicodemo en el capítulo tercero del Evangelio de san Juan. El que no nace de lo alto, no entrará en el Reino de los cielos. Ese nacimiento nuevo, Jesús simbólicamente lo realiza cuando Jesús escupe y con la saliva en la tierra hace lodo, lo pone en los ojos del ciego de nacimiento, y le dice ve a lavarte en la piscina del enviado, en la piscina de Siloé. En la piscina del que da la vida, del Espíritu. Jesús le había dicho a Nicodemo que ese nuevo nacimiento, era nacimiento del Espíritu, que el hombre envejece, pero que el Espíritu es lo que permanece. Lo que nos está dando Jesús es la posibilidad de este nuevo nacimiento que nos transforme en nuestro interior; y nos prepare para la eternidad. Desde aquí, desde esta peregrinación terrena.

¿Qué es lo que transforma a este ciego de nacimiento en el Evangelio? Estaba a la puerta del templo pidiendo limosna, todos lo reconocían, le ayudaban. ¿Qué ha pasado con él cuando Jesús vio al pasar que estaba allí? El ciego no pidió ver. Jesús le da la vista como un regalo, como un don y lo transforma. Si vemos en este recorrido del Evangelio, este ciego de nacimiento que se la pasaba sentado a las puertas del templo, ya no lo reconocen luego, empiezan a decir, ¿será que es el ciego o es otra persona? Efectivamente, es otra persona. Su identidad se ha transformado gradualmente. Primero, no sabe dónde está el que le dio la vista. Solo sabe que es alguien que se llamaba Jesús. Después, vemos en el Evangelio, que lo confiesa ante el interrogatorio de las autoridades judías como el profeta, como un hombre de Dios. Aquí vemos el avance. De quien le dio el regalo de la vista, pasa no solamente a conocer su nombre, sino empieza a ver algo más que ese hombre Jesús; empieza a ver que en Él está la presencia de Dios, y posteriormente, cuando lo echan fuera de la sinagoga, de la comunidad judía por afirmar que ese hombre que le dio la vista es un hombre de Dios, Jesús sabiendo que lo habían echado fuera va en busca de él; y le pregunta: ¿crees tú en el Hijo del hombre? ¿Quién es para que yo crea? El que te está hablado. “Creo, Señor”. Identifica plenamente a Jesucristo como el enviado, como el Mesías, como el hombre no solamente que le dio la vista material, sino que ahora lo pone en contacto, en comunión con Dios mismo. Se ha transformado la persona, no solamente porque vea, que eso es lo que maravilla a los que lo conocían. Él se ha transformado en un hombre espiritual, él ha tenido este nuevo nacimiento en el espíritu, él es alguien que reconoce a Jesucristo como el Mesías, como el que le da vida. ¡Esa es nuestra vocación!. Por eso, al final es que Jesús dice: yo he venido para distinguir estos campos. Para ofrecer a los que no ven, que vean. Nos tenemos entonces que preguntar… ¿realmente vemos? O ¿solo nos contentamos con lo que nuestros ojos físicamente nos hacen ver? ¿Realmente conocemos esa presencia del Espíritu de Dios en nosotros y en los demás? Ese Espíritu es el que nos ofrece Jesús. Estamos ya cerca de la Pascua, estamos ya cerca de esos días santos en que podemos renovarnos después de este itinerario de haber buscado la purificación de nuestro corazón. Hoy, en este cuarto domingo de Cuaresma el Señor nos pregunta… ¿Quieres ver? ¿Quieres nacer de nuevo? ¿Quieres ser un hombre de Espíritu? Ven a mí, que yo te haré hombre de Dios. A esa llamada debemos responder desde nuestro corazón. Que así sea.

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