Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor Jn. 20, 1-9

¡Bienvenida LA LUZ!

Tal como lo permite la liturgia, reflexionamos hoy no sobre el evangelio que se proclama en la Misa del día de la Pascua, sino sobre lo que se lee en la vigilia de la noche anterior. De este modo profundizaremos en la visión de la resurrección que nos ofrece San Mateo, cuyo relato sirve de hilo conductor a lo largo de este ciclo litúrgico.

Este pasaje contiene dos escenas diferentes, pero muy relacionadas: el anuncio de la resurrección de Jesús a las mujeres y el encentro de estas con el resucitado. María Magdalena y la otra María se encaminan la mañana del domingo para ver el sepulcro; ellas habían sido testigos de la crucifixión y el sepelio, por ello buscan a un cadáver, el del crucificado.

Se nos narra la manifestación divina que se refleja en elementos como un terremoto y posteriormente la presencia de un ser celeste. Además el rodar la piedra grande de la tumba que había sido sellada, corrobora la victoria definitiva sobre el poder de la muerte. Este ser celeste les comparte un mensaje y les dirige palabras tranquilizadoras, con un “no teman”. Después de esto es cuando les comparte el anuncio: “Ha resucitado”. El mensaje del ángel concluye con una misión y las mujeres son enviadas a transmitir esta buena noticia a los discípulos. Este mandato se los ratificara posteriormente Jesús que les sale al encuentro; aunque esto resulta sorprendente, ante una sociedad donde el testimonio de las mujeres ante los tribunales era invalido.

Jesús les sale al encuentro y ellas de inmediato expresan su reconocimiento del Resucitado como un ser divino, por eso se acercan, se echan a sus pies y le adoran.

Llama la atención, cómo Jesús rescata a María Magdalena, que junto con la otra María, las constituye en Apóstoles de los Apóstoles; María Magdalena se ha convertido y ahora puede compartir su testimonio de haber sido perdonada, y de que Cristo estaba vivo. El Mensaje es para los dicipulos que habían abandonado a Jesús, quien no los descarta de la misión sino que insiste en que continúen en un proceso de conversión y de recapacitación para que ahora ellos sean testigos de Cristo resucitado.

Hoy como ayer, el Señor nos sigue saliendo al encuentro y nos convoca para verle y para anunciar la alegre noticia de la resurrección. El Señor va delante de nosotros, por ello la responsabilidad bautismal de responder a la cita que nos hace para colaborar en la tarea de anunciar su presencia viva en medio de la humanidad.

Hoy la luz de Cristo resucitado ilumina el caminar de los hombres y su calor da calidad a sus vidas. A todo lo pasado, lo presente y lo futuro llega el amor de Dios.

Es cierto que hay noche todavía. Los bosques se destruyen y las aguas se contaminan sin ningún respeto a la vida. La violencia no ha cesado, la lucha contra el hambre se ralentiza. Los rostros sufrientes siguen siendo un reto para quien no cierra los ojos para no ver: migrantes, indigentes, personas con dramas y en soledad que optan por el suicidio. Además, muchas personas vivas están muertas por dentro.

Por ello, bienvenida la luz para quienes siembran futuro, para los que no se conforman. Para los que dejan a su paso una estela de fraternidad y solidaridad. La luz no quedará solo en ellos. La compartirán en la misión.

La luz y la alegría nos viene porque tenemos la certeza de una vida en plenitud en Cristo, por eso con nuestra mirada fija en el cirio pascual y sosteniendo la lámpara encendida en nuestras manos, demos gracias a aquel que alumbra nuestro diario caminar y nuestro horizonte final.