Dos grandes Papas Santos

Palabra del Obispo
Domingo 27 de Abril de 2014

La canonización de los Papas Juan XXIII y Juan Pablo II en este domingo, Fiesta de la Divina Misericordia, es un acontecimiento histórico de gran significado y trascendencia en la vida de la Iglesia. Doy gracias a Dios de haber conocido a ambos y poder participar en la proclamación solemne por la que son reconocidos como santos en la Iglesia Universal.

La vocación de todo cristiano es el llamado a la santidad, la realización plena de una persona que con sus limitaciones humanas, y en la brevedad de su existencia terrena, es invadida por el Espíritu de Dios, se agiganta y trasciende el tiempo y el espacio para ser modelo para todas las generaciones y culturas.

El origen e historia de cada uno, así como su personalidad, son muy diferentes. José Ángel Roncalli nació en una aldea del norte de Italia y creció en un ambiente de campesinos. Desde niño entró al Seminario y, aunque estudió después en Roma, conservó siempre su estilo sencillo sin avergonzarse de sus raíces.

Secretario personal de su obispo, fue llamado al servicio de la Santa Sede, Nuncio en Turquía y Grecia, países de minoría católica; amó y se identificó con esos pueblos abriéndose su espíritu a dimensiones ecuménicas; posteriormente fue enviado a París en donde con su estilo evangélico realizó una misión más pastoral que diplomática.

Nombrado Patriarca de Venecia, seguramente pensó que ahí concluiría su carrera. Muy querido por el pueblo y por sus sacerdotes, vivió en plenitud su paternidad espiritual. A la muerte de Pío XXII, salió en tren para participar en el Cónclave y, para sorpresa del mundo entero, fue elegido Papa a los 77 años. Su mayor mérito fue convocar el Concilio Vaticano II, pero lo que conquistó la simpatía del mundo entero fueron su sencillez, amabilidad, optimismo, libertad de espíritu y confianza en Dios.

Karol Wojtyla fue universalmente conocido por sus viajes y por la duración de su pontificado. Cuando le gritaban: “¡Juan Pablo II, te quiere todo el mundo!”, solía responder con cierta ironía: “No todo el mundo”. No es de extrañar que aun ahora sea incomprendido y criticado por algunos; pero quienes lo conocieron de cerca dan testimonio de sus virtudes heroicas. Nació y creció en medio de grandes pruebas y sacrificios en Polonia. Nunca perdió el buen humor ni la fortaleza de espíritu, expresiones de grande fe y profunda vida interior.

Mexico se le entregó desde la primera visita, apenas iniciando su ministerio petrino y, a su vez, él también se encariño de tal modo con nosotros, que llegaba a despertar cierta envidia en otros países, seguramente encontró alguna semejanza con su patria, en la que fue también perseguida la Iglesia, y en donde se tiene especial devoción a la Virgen Maria. Lo conocimos lleno de vigor y al final lo vimos casi sin fuerzas, pero siempre con gran temple.

Los invito a vivir con gozo este día de gracia. Encomendemos a la poderosa intercesión de los nuevos santos a nuestra patria, tan necesitada, que nuestra fe sea capaz de hacernos vivir como hermanos y que vivamos una santidad práctica y comprometida en los hogares y en la sociedad.

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