Juan Pablo II, testigo de la misericordia divina

de Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Obispo Auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM

En la alegría de la resurrección de Cristo, que con la omnipotencia del amor ha vencido a favor nuestro al pecado, al mal y a la muerte, y ha hecho triunfar la verdad, la libertad, la justicia, el bien y la vida, el próximo 27 de abril, II Domingo de Pascua, Fiesta de la Divina Misericordia, el Papa Francisco proclamará santos a los papas Juan XXIII y Juan Pablo II.

Karol Joseph Wojtyla, nació el 18 de mayo de 1920, en Wadowice, Polonia. Su padre, Karol Wojtyla, era militar del ejército austro-húngaro. “Mi reconocimiento es sobre todo para mi padre –escribe–, que era un hombre profundamente religioso”[1]. Su madre, Emilia Kaczorowsky, murió cuando Karol tenía apenas 9 años de edad y su único hermano, Edmund, cuando tenía 12.

Desde niño acudió a su Parroquia al catecismo y al grupo de monaguillos. Poseedor de destacadas cualidades para el estudio, el deporte, la literatura y la actuación, en 1938 se trasladó con su padre a Cracovia para estudiar Literatura y Filología Polaca en la universidad Jaghellonica.

Pero un año después vio interrumpidos sus estudios por la ocupación nazi. Los catedráticos fueron deportados a un campo de concentración, y él se empleó como obrero en una cantera de piedra vinculada a la fábrica Solvay. Ahí hizo amistad con muchos obreros, uno de los cuales murió en un accidente de trabajo, experiencia que plasmó en su poesía “La Cantera”[2][3].

Camino al trabajo acudía a orar a la capilla de la orden a la que perteneció santa Faustina Kowalska, “portavoz de la Divina Misericordia”[4]. Así lo recordaría en su último viaje a Polonia[5]. Viendo su testimonio, un compañero de trabajo le decía: “deberías ser sacerdote”[6].

En 1941, al volver del trabajo encontró a su padre muerto. Pero su fe y el apoyo de la familia Kydrinski y de otras familias lo sostuvieron[7]. Al tiempo que trabajaba en Solvay, participaba en el “Teatro de la palabra viva”, que en la clandestinidad procuraba mantener el espíritu polaco. Por esa época conoció a Jay Tyranowsky, sastre inspirado en las obras de san Juan de la Cruz y de santa Teresa, fundador de “El Rosario Vivo”, donde Karol aprendió métodos de autoformación[8]. También tuvo mucho contacto con los Carmelitas Descalzos, con quienes hizo los Ejercicios Espirituales.

Así pudo descubrir la llamada de Dios. “Ante la difusión del mal y las atrocidades de la guerra –comenta–, era cada vez más claro para mí el sentido del sacerdocio y de su misión en el mundo”[9]. En octubre de 1942 ingresó al Seminario de Cracovia, que se encontraba en la clandestinidad por la invasión nazi. Estudiaba Teología en la Universidad Jaghellonica, trabajaba en Solvay y vivía con otros seminaristas en la residencia del Arzobispo.

En 1946 fue ordenado sacerdote. Ese mismo año partió a Roma, donde se entregó a la oración y al estudio[10]. Viajó a París y Holanda, donde se percató del reto del secularismo. En Ars, donde san Juan María Vianney, confesando más de 10 horas al día, logró una “revolución espiritual”, tomó una decisión: entregarse a servir con generosidad en el confesionario[11].

Tras obtener el Doctorado volvió a Polonia. Fue destinado como Vicario a dos parroquias, y más tarde se convirtió en catedrático en el Seminario y en dos universidades, realizando una gran labor pastoral entre los jóvenes, a cuya formación integral colaboraba a través del deporte y las excursiones.

En 1958, estando de excursión, fue llamado por el Primado de Polonia, cardenal Wyszynski, para anunciarle que el Papa le había nombrado Obispo Auxiliar de Cracovia[12]. Recibió la consagración episcopal con esta convicción: “Si quiero satisfacer esa hambre interior de los demás, es preciso que, a ejemplo de María, escuche yo antes la Palabra de Dios y la medite en mi corazón (cfr. Lc 2,19)”[13].

“El interés por el otro comienza en la oración –decía– Cuando conozco a una persona, rezo por ella (y)... tengo por principio recibir a cada uno como una persona que el Señor me envía y, al mismo tiempo, me confía”[14]. Así, anunciaba el Evangelio, visitaba las parroquias, celebrara los sacramentos, guiaba a sus sacerdotes y fieles, y atendía a los enfermos, jóvenes, novios y matrimonios. De estas experiencias nacieron “El taller del orfebre” y “Amor y responsabilidad”[15]

Cuando las autoridades comunistas, pisoteando el derecho fundamental a la libertad religiosa, prohibieron la construcción de una Iglesia en Nowa Huta, el Obispo Wojtyla les hizo frente, y obtuvo el permiso después de dialogar[16].

En 1962, participó en el Concilio Vaticano II, y colaboró en la elaboración de las Constituciones Lumen Gentium y Gaudium et Spes. En 1963 Paulo VI lo designó Arzobispo de Cracovia, y en 1967, a los 47 años de edad, lo nombró Cardenal.

Convencido que la ciencia es un inestimable patrimonio, procuraba informarse, reunirse y dialogar con los protagonistas de la ciencia, que tienen el deber de servir a la verdad y de promover el bien común[17]. Perseveraba en el recogimiento y el estudio. Procuraba formar bien la conciencia de los niños y jóvenes, para lo cual participaba en movimientos juveniles y excursiones donde charlaba, cantaba y celebraba la Misa[18]. “Sin la oración no conseguiremos educar bien a los niños. La confesión y la dirección espiritual ayudan a los jóvenes”[19], afirmaba.

La ayuda a los pobres y la promoción humana de los necesitados era una de sus prioridades. Decía: “Se necesitan personas que amen y que piensen”[20]. Por eso animaba a los laicos y colaboraba con ellos. Fue Presidente de la Comisión para el Apostolado de los Laicos en el episcopado polaco[21]. Cuando encontraba problemas, pedía a las órdenes religiosas su oración. Le gustaba esquiar. Conocía uno por uno a los seminaristas, e invitaba a los sacerdotes a celebrar con él la Misa y a desayunar. “Era una ocasión muy buena para conocerles”[22], dirá.

Toda esta labor la comenzaba a los pies de Cristo, en su capilla privada, donde rezaba y escribía[23], procurando tener presente el testimonio de los santos, para así encontrar la fuerza necesaria para dar testimonio de la verdad[24]. De los mártires aprendió que, “cuando todo se derrumba alrededor de nosotros, y tal vez también dentro de nosotros, Cristo sigue siendo nuestro apoyo indefectible”[25].

La tarde del 16 de octubre de 1978, la vida del cardenal Wojtyla cambió para siempre. “En el Cónclave, a través del Colegio cardenalicio, Cristo me dijo también a mí, como en otro tiempo a Pedro: "Apacienta mis corderos" (Jn 21, 16)”[26]. Así se convirtió en el Papa Juan Pablo II.

“Desde el comienzo de mi pontificado –dijo en el XXV aniversario de su elección–, mis pensamientos, mis oraciones y mis acciones han estado animados por un único deseo: testimoniar que Cristo, el buen Pastor, está presente y actúa en su Iglesia. Él va continuamente en busca de la oveja perdida, la lleva al redil y venda sus heridas; cuida de la oveja débil y enferma y protege a la fuerte. Por eso, desde el primer día, no he dejado jamás de exhortar: "¡No tengan miedo de acoger a Cristo y aceptar su poder!". Déjense guiar por él. Fíense de su amor” [27].

Este fue el mensaje que comunicó al mundo a través de su rico magisterio –el Catecismo de la Iglesia Católica, 14 encíclicas, muchos documentos y cinco libros–; de sus 104 viajes pastorales, iniciados en Puebla, México; de sus esfuerzos por lograr la unidad de los cristianos y promover la cooperación entre las diferentes religiones en favor de la paz; de su defensa y caridad constante hacia los más necesitados –como las fundaciones “Para el Sahel”, “Populorum Progressio” y “Buen Samaritano”–; y de su labor en favor de la vida, la verdad, la justicia, la libertad, los derechos humanos y la paz.

Ni siquiera la adversidad pudo detenerlo. Seguía adelante, inspirado en la exhortación: “No te dejes vencer por el mal, antes bien, vence al mal con el bien” (Rm 12,21). Así lo hizo cuando el 13 de mayo de 1981 el terrorista Agca tiró a matar. El Papa cayó herido y comenzó a orar. “Estaba sufriendo y esto me daba motivos para tener miedo, pero mantenía una extraña confianza”[28], comenta. Y antes de perder el conocimiento, dijo que perdonaba a su agresor.

Juan Pablo II había dicho: “De una forma o de otra, el sufrimiento parece ser, y lo es, casi inseparable de la existencia terrena del hombre”[29]. Él mismo lo experimento. Aquel gran Pontífice, que con mirada profunda y sonrisa cautivadora había recorrido los caminos del mundo para anunciar, celebrar y vivir el Evangelio, pleno de fuerza y vigor extraordinario, al final de su largo pontificado se encontraba anciano y enfermo, sin poder caminar y con grandes dificultades para moverse, hablar y respirar.

“Juan Pablo II sufrió un largo e ininterrumpido martirio –comenta el Cardenal Dziwisz–soportaba con gran serenidad y paciencia cristiana el dolor… mientras intentaba tenazmente seguir cumpliendo su misión. No hacía pesar sus males físicos a ningún otro, ni siquiera a los que vivíamos cerca de él… Así ha sido, incluso cuando la enfermedad (el mal de Parkinson) comenzó a devastarlo”[30].

En medio del sufrimiento, Juan Pablo II siguió testimoniando el amor misericordioso de Dios, promoviendo, sirviendo y defendiendo a todo ser humano. Hasta que el sábado 2 de abril, día dedicado a la Virgen María y vísperas de la Fiesta de la Divina Misericordia, fue llamado al último y más importante viaje: la Casa del Padre. En su testamento había escrito: “…como todo, también deposito este momento en las manos de la Madre de mi Maestro... En esas manos dejo sobre todo a la Iglesia y también a mi nación y a toda la humanidad. A todos doy las gracias. A todos pido perdón. Pido también oraciones para que la misericordia de Dios se muestre más grande que mi debilidad y mi indignidad”[31].

42 días después, inició la causa de su beatificación, que se llevó a cabo el 1° de mayo de 2011, Fiesta Divina Misericordia. “Juan Pablo II –ha dicho Benedicto XVI– Con su testimonio… ayudó a los cristianos de todo el mundo a no tener miedo de llamarse cristianos, de pertenecer a la Iglesia, de hablar del Evangelio… a no tener miedo de la verdad, porque la verdad es garantía de libertad”[32]. Ahora, Juan Pablo II, que será canonizado por el Papa Francisco el 27 de abril, “desde la ventana de la Casa del Padre, nos ve y nos bendice”[33], cumpliendo la promesa que nos hizo: “Me voy, pero no me voy. Me voy, pero no me ausento, pues aunque me voy, de corazón me quedo”[34]


[1] Cfr. JUAN PABLO II, “Don y misterio”, Ed. Plaza & James, Barcelona, 1997, p. 26.

[2] Ibíd, p. 15.

[3] Ídem.

[4] Cfr. JUAN PABLO II, “Memoria e identidad”, Ed. Planeta, México, 2005, p. 17.

[5] Cfr. Palabras dirigidas en el Santuario de la Divina Misericordia, Polonia, 17 de agosto 2002.

[6] Cfr. “Memoria e identidad”, Op. Cit., p. 16.

[7] Cfr. “Don y misterio”, Op. Cit., p. 43.

[8] Ibid, p. 29.

[9] Ibid, p. 38.

[10] Ibid, p. 56.

[11] Ibid, pp. 58-59.

[12] Cfr. Juan Pablo II, “Levantaos! ¡Vamos!”, Ed. Plaza & Janes, México, 2004, p. 23.

[13] Ibid, p. 48.

[14] Ibid, p. 69.

[15] Ibid, pp. 73-76.

[16] Ibid, pp. 77-79.

[17] Ibid, p. 86-87.

[18] Ibid, p. 93.

[19] Ibid, p. 97.

[20] Ibid, p. 100.

[21] Ibid, p. 109.

[22] Ibid, p. 115.

[23] Ibid, pp. 130-131.

[24] Ibid, p. 164.

[25] Ibid, p. 170.

[26] Homilía en su XXV Aniversario de Pontificado, 16 de octubre 2003.

[27] Ídem.

[28] Cfr. JUAN PABLO II, “Memoria e identidad”, Op. Cit., p. 196.

[29] Carta Ap. “Salvifici doloris”, n. 3.

[30] DZIWISZ Stanislao, “Una vita con Karol”, Ed. Rizzoli, Italia, 2007, pp. 215-217.

[31] VIS, N. 0198, “Il testamento del 6.3.1979”.

[32] Homilía en la beatificación del Siervo de Dios Juan Pablo II, 1 de mayo 2011.

[33] Homilía en la Misa en el sepelio del Santo Padre, 8 de abril 2005.

[34] Homilía en la Beatificación de Juan Bautista y Jacinto de los Ángeles, México, 1 de agosto 2002.

Noticia: 
Local