Juan XXIII, el Papa de la misericordia, el diálogo y la paz

de Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Obispo Auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM

En la alegría de la resurrección de Cristo, que con la omnipotencia del amor ha vencido a favor nuestro al pecado, al mal y a la muerte, y ha hecho triunfar la verdad, la libertad, la justicia, el bien y la vida, el próximo 27 de abril, II Domingo de Pascua, Fiesta de la Divina Misericordia, el Papa Francisco proclamará santos a los papas Juan XXIII y Juan Pablo II.

Así, Dios nos muestra que con Jesús y dejándonos guiar por el Espíritu Santo, es posible alcanzar la plenitud de la vida, que es la santidad, la cual consiste en vivir en la dinámica del amor: dejarse amar por Dios, amarlo y confiar en Él; amarnos a nosotros mismos, viviendo cada día con libertad, verdad, dignidad e identidad, como lo que somos: hijos de Dios que es amor; y amar al prójimo, ayudando a los que nos rodean a alcanzar una vida plena y eterna.

Así lo entendió Ángelo Giuseppe Roncalli, el cuarto de 13 hermanos, nacido en Sotto il Monte, Bérgamo, Italia, el 25 de noviembre de 1881, y bautizado el mismo día. Sus padres, Giovanni Battista Roncalli y Marianna Mazzola, eran campesinos, pero no analfabetos. Su padre fue presidente de la fábrica local, consejero comunal, asesor y juez de paz.

Habiendo recibido una buena formación religiosa, particularmente de su tío abuelo y padrino de bautismo, ingresó al Seminario de Bérgamo en 1892. Ahí comenzó a redactar notas sobre su vida espiritual, costumbre que conservó hasta su muerte. Estos escritos se encuentran reunidos en el libro “Diario del Alma”.

Viendo sus grandes cualidades y los esfuerzos que había hecho para superar las carencias de sus estudios precedentes, sus superiores lo enviaron al Seminario romano dell'Apollinare, donde obtuvo el doctorado en Teología. Fue ordenado sacerdote en 1904, e inmediatamente comenzó los estudios de Derecho Canónico. Pero en 1905 fue nombrado secretario del Obispo de Bergamo, Mons. Tedeschi. También fue designado profesor en el Seminario, director de la revista “La Vita Diocesana” y asistente del Movimiento Católico Femenino

Cuando estalló la Primera Guerra Mundial (1915) fue reclutado como sargento en el cuerpo médico y como capellán de los soldados heridos. Además aceptó atender a los soldados enfermos de tuberculosis, a pesar del riesgo de un contagio.

En 1918 se le encargó la asistencia y la formación de los estudiantes de Bérgamo. En 1919 fue nombrado director espiritual del Seminario. En 1920, Benedicto XV lo designó Presidente del Consejo Central de la Obra de Propagación de la Fe en Italia, lo que le llevó a viajar al extranjero para dar a conocer las finalidades de la obra y favorecer la coordinación entre los diferentes centros misioneros.

En 1925 Pío XI lo hizo Obispo y lo designó Visitador Apostólico en Bulgaria, donde trabajó en la reorganización de la comunidad católica, el establecimiento de relaciones con el Gobierno de la Casa Real y la Iglesia Ortodoxa, y organizó iniciativas de ayuda para la gente más necesitada, especialmente niños pobres, prófugos y exiliados.

En 1934 fue designado Delegado Apostólico en Turquía y Grecia, y Administrador apostólico para los latinos de Constantinopla. En Turquía contribuyó a que los católicos, arraigados a sus tradiciones nativas, superaran sus divisiones y se abrieran a la sociedad turca, con cuyo gobierno estableció buenas relaciones. En Grecia, logró mejorar las relaciones con las jerarquías ortodoxas, que consideraban “extranjeros” a los católicos.

Durante la Segunda guerra mundial Turquía permaneció neutral, convirtiéndose en meta de muchos judíos que huían del exterminio Nazi. Roncalli ayudó a miles de prófugos, especialmente judíos, interviniendo de muchas maneras para salvarlos.

En 1944, Pío XII lo promovió a la Nunciatura de París, donde afrontó con éxito el intento del gobierno provisional de Francia, recién liberada, de destituir a veinticinco obispos acusados de haber colaborado con el gobierno de Vichy. Gracias al Nuncio Roncalli, sólo fueron destituidos siete obispos. También logró un acuerdo con las autoridades para solucionar los intentos de intervención del laico Estado francés en la elección de los nuevos obispos. Visitó muchas diócesis y participó en los debates que apasionaban a la sociedad francesa, sobre los insuficientes subsidios estatales a las escuelas católicas y los sacerdotes obreros.

El 12 de enero de 1953 Pío XII anunció la promoción del Nuncio Roncalli como cardenal y patriarca en Venecia. El presidente Auriol, gracias a la tradicional prerrogativa de los jefes de Estado franceses, le impuso el Capelo, y además le otorgó la condecoración de la Legión de Honor.

Cuando contaba con 77 años de edad, el cardenal Roncalli fue electo Papa el 28 de octubre de 1958. En su primer radiomensaje habló de la libertad de los pueblos, invitó a poner fin a la carrera de armamentos, y pidió trabajar por la unidad de los cristianos y la paz.

Aunque su pontificado duró menos de cinco años, fue muy intenso: visitaba a los fieles en las parroquias, las cárceles y los hospitales. Tenía más de 80 años y no dejaba de buscar la forma específica de ser, servir y amar. Por eso, procuraba aprender nuevas lenguas y se actualizaba a través de la lectura y el estudio.

Fue ese amor servicial el que le llevó a responder a la inspiración de Dios, al convocar el 25 de enero de 1959 al Concilio Ecuménico Vaticano II; un Concilio novedoso, ya que no tenía por objetivo definir alguna verdad de fe o condenar alguna herejía, sino transmitir la doctrina cristiana en forma cada vez más eficaz, de acuerdo a la sensibilidad moderna, privilegiando la misericordia y el diálogo con el mundo, antes que la condena y la contraposición[1]. Deseando abrazar a todos los hombres y mujeres, invitó a participar a las diversas confesiones cristianas.

Frente aquellos que sólo veían en los tiempos modernos prevaricación y ruina[2], Juan XXIII respondía: “Nos parece justo disentir de tales profetas de calamidades… En el presente momento histórico, la Providencia nos está llevando a un nuevo orden de relaciones humanas que, por obra misma de los hombres pero más aún por encima de sus mismas intenciones, se encaminan al cumplimiento de planes superiores e inesperados”[3]. Así, el Papa, manifestaba la confianza y la esperanza que brinda la fe, y que es impulso para comprometerse en la edificación de un mundo mejor.

Buscando el bien de la humanidad, impulsó la mayor autonomía a los católicos comprometidos en política, facilitando así el nacimiento del primer gobierno de centro-izquierda. Ayudó a los movimientos de independencia en los países del Tercer mundo, nombrando por primera vez cardenales autóctonos. Favoreció el diálogo entre las potencias mundiales para superar la “guerra fría”.

En 1963 fue condecorado con el Premio Balzan por la paz, en reconocimiento a su decisiva intervención durante la grave crisis de octubre de 1962 entre Estados Unidos y la Unión Soviética por las bases de misiles nucleares rusas descubiertas en Cuba. Poco después, el 3 de junio, aquejado por un cáncer de estómago, Juan XXIII partió al cielo a la edad 81 años, dejando al mundo sus grandes encíclicas “Mater et Magistra” (1961) y “Pacem in terris” (1963).

En 1966 concluyó el proceso para su beatificación, en el que se recogieron más de 300 testimonios y se presentó el informe sobre la curación inexplicable de la hermana Caterina Capitani, de las Hijas de la Caridad, afectada por una grave y mortal perforación gástrica hemorrágica, quien el 25 de mayo de 1966, en Nápoles, luego de invocar la ayuda de Juan XXIII, vio al Papa y recobró la salud. Juan XXIII fue beatificado en el Año 2000 por Juan Pablo II. Su cuerpo incorrupto descansa en la Basílica de San Pedro. Su memoria se celebra el 3 de junio. El 30 de septiembre de 2013 el Papa Francisco anunció que el beato Juan XXIII será canonizado junto al beato Juan Pablo II el 27 de abril de 2014.


[1] Discurso durante la inauguración del Concilio Vaticano II, 11 de octubre de 1962.

[2] Ídem.

[3] Ídem.

Noticia: 
Local