Por estar viviendo el trimestre familiar, en los que celebramos llenos de alegría y gratitud a los niños, a la mamá y al papá; algunos amables lectores de este artículo, me han pedido que siga tratando temas familiares, entre los que están las -crisis- de los hijos. Temas que me parecen fundamentales dada la importancia que implica la formación del ser humano desde que es un bebé, la infancia, niñez, adolescencia, juventud, etc.; porque ninguna edad del ser humano es menos importante que otra. Todas tienen su importancia, su gracia y su desgracia. El bebé a todos nos alegra y causa complacencia; el niño de los primeros años escolares, también tiene sus riquezas y problemas. Los adolescentes y sus complicaciones, que son una reacción normal, sana, bienhechora, lo que exige esa edad es vigilancia, consejos, guiarlos, ya que no se puede suplantarlos. La edad juvenil, cuya importancia nadie puede negar, es una etapa fundamental de la vida humana. Hoy más que nunca la juventud es noticia, en ella hay: inquietud, rebeldía y esperanza; fuerza y vigor; es el grito de alerta que está cambiando al mundo actual. Es la época de la radiante primavera, consciente de sus derechos y deberes. Es la esperanza de una vida más humana y de un mundo mejor. No debe ser sólo un adorno de gala, para los grandes desfiles y encuentros deportivos. La juventud no debe vibrar sólo para el mundo y sus placeres, ni para la sensualidad y sus promesas; sino que tiene que inundarse de una luz llamada fe, en Cristo nuestro modelo. La juventud tiene que impregnarse de un ideal noble, real y concreto. Porque una juventud sin esto, es una vida muerta, es un cuerpo sin espíritu, sin alma. La juventud no es una edad quimérica, sino una realidad social, con características y valores propios. Lo que importa es ayudar al adolescente y al joven a realizar su vida en plenitud y esto se logrará en torno al Maestro Divino Jesucristo. Una vida humana sin Cristo es una vida incompleta. Es necesario que la juventud descubra la razón de vivir.
La ciencia psicológica, tanto filosófica como científica ayudan al psicoanalista a hacer el análisis de la persona tanto en el aspecto psicológico como caracterológico, que son en realidad una especie de radiografía que muestra el origen exacto de lo positivo que hay en la persona y como se ha de cultivar; y el defecto que hay que combatir con una buena educación con la que se ayuda al formando a descubrir sus valores y deficiencias. La metodología psicológica tiene por objeto la búsqueda y el análisis de la causa inmediata y remota de un defecto determinado en el ser humano para poder comprenderlo y educarlo, no suprimirlo. No se puede estudiar a una persona en el campo psicológico aislándolo del ambiente familiar, escolar y social; hay que analizar la personalidad de los papás, educadores, relaciones y el medio social en donde se ha desarrollado. No olvide que en el comportamiento del ser humano hay toda una madeja de factores secretos y difíciles de desentrañar. La juventud es siempre un reflejo del ambiente social. Vemos vestidos exóticos, melenas abundantes, música ruidosa y ritmos frenéticos y los papás enojados y desesperados, pero muchos no se preocupan por comprender a sus hijos. Les hace falta no sólo “conocer” a sus hijos, sino “saber” como son, para poderles ayudar en su formación, que es muy necesaria, porque la juventud ciertamente es un tesoro con gran fuerza en la sociedad, que quiere implantar un nuevo estilo de vida familiar y social.
No siempre se puede afirmar que la edad juvenil sea un período de la vida humana feliz y fácil. A la juventud con frecuencia se le compara con la Primavera, que es rica en promesas y en cielos azules; pero también es la estación de ráfagas heladas, arrastradas bruscamente por negros nubarrones y aquí están las crisis de la juventud: afectiva, de autonomía, vocacional, social y crisis moral. La crisis afectiva se vive cuando se da más importancia al placer sensual, que al deber; a la superficialidad, que a la profundidad del sentido de la vida. Para muchos jóvenes la vida es para gozarla, no para realizarla. Cuando el joven no encuentra sentido a la vida, se le pasan los días y los años sin hacer nada que vaya acorde al recto sentido de la vida, se la pasa aburrido y desorientado y esta situación destruye a la persona humana, tanto en lo físico como en lo psíquico. También la crisis afectiva afecta a la sexualidad humana. En la edad juvenil, se abusa de esta facultad maravillosa del cuerpo humano, sin lograr insertarla en su función debida. La función del sexo es de muy elevada dignidad, dentro de la vida humana. Es el medio que Dios Creador del hombre, lo puso en el cuerpo humano para que a través de su función se exprese el amor humano perfecto. El impulso sexual contiene un misterio que debe ser respetado, pero en muchas ocasiones, se le denigra. Ojalá que se sepa apreciar la bondad natural del sexo y se evite usar de él, sólo en el aspecto hedonista. Otra crisis de la edad juvenil es la de la autonomía, que es igual a rebeldía e independencia, de cuanto sea ley, tradición y autoridad. Con frecuencia y más a esa edad se ignora la posición central que ocupa la obediencia en la vida del creyente. Piensa la juventud que la obediencia obstruye la libertad humana. Se nos olvida que Jesús el Maestro Divino subordina su propia vida a la obediencia y acepta gustoso cumplir con los designios divinos y por eso abraza la cruz y el dolor de la pasión. Ojalá que tengan los jóvenes conciencia de que la comunidad familiar feliz exige la obediencia de todos sus miembros, entre los que están los hijos que deben obedecer a sus papás y quienes no obedezcan a sus padres, están pecando contra el cuarto mandamiento. Otra crisis es la vocacional. No hallan su lugar, en el mundo del trabajo, del estudio. Se vive en la inconstancia, rutina, despreocupación, evasión y pereza; porque se ignora que toda vida es una vocación, es decir; un llamamiento a una profesión y ejercicio de una terminada profesión en servicio de los demás. Jóvenes no olviden que saber vivir significa la inexorable forzocidad de realizar el proyecto de la existencia para el cual fuimos creados. Y que para llevar este proyecto Dios nos ha dado las fuerzas necesarias para realizarlo, lo que pasa es que no sabemos utilizar esos medios que Dios nos dio. La crisis social, se da en el individualismo. Y en la falta de sentido comunitario. A esa edad juvenil con frecuencia se vive en la ausencia de virtudes sociales, en la insensibilidad frente a los problemas que se viven. Se es egocéntrico y se vive un culto idolátrico, en el egoísmo que hace todo en función del propio beneficio, olvidando y desatendiendo las necesidades de quienes nos rodean. El egoísmo aísla y empobrece y pone una barrera para la comunicación adecuada con los demás. El egoísmo cierra la puerta del corazón, para no oír ni servir al prójimo. Por último la crisis moral. Para la juventud los valores humanos y cristianos, han perdido toda su importancia. Están a un lado como cosas viejas y desgastadas que de nada sirven. De aquí surge el materialismo práctico en el que viven: se da un relativismo moral al estilo sofista: “el hombre es la medida de todas las cosas”, no existen para ellos normas objetivas y eternas de moral. Hay una clara y persistente conducta apática a la vida religiosa, que es una de las mayores desgracias, que se vive, en cualquier edad que se tenga. Dios como Padre, nos dio la fe para fortalecernos, elevarnos y embellecernos si se vive y se enriquece de una vida moral religiosa, llena de obras buenas. Por eso papá y mamá deben sembrar a tiempo, en el campo familiar, con los consejos, orientaciones y con las obras, una buena vida religiosa, moral, ética. Que los jóvenes que tienen muchas amistades y les gusta seguir buscando, sepan que Cristo es nuestro gran amigo, amistad que nos la demostró con la máxima prueba de amor: “muriendo en la cruz“. Y con insistencia nos invita: “Vengan a Mí, todos cuantos están fatigados y agobiados y Yo les ayudaré” (Mt. 11, 28, 30). Espera nuestra respuesta. Jóvenes no sean sordos a esta invitación. El Señor Jesús quiere ser su amigo. Y siempre nos espera en el silencio del Sagrario, que está lleno de luz, que nos impulsa a ser mejores. Y no olviden que la felicidad verdadera, no está en el mundanismo, sino en la amistad divina que es un gran tesoro. Reflexionen. ¡Arriba y adelante!