“PENTECOSTES: CORONAMIENTO Y PLENITUD PASCUAL, ILUMINADO CON LENGUAS DE FUEGO Y FORTALECIDO CON LOS DONES DEL ESPIRITU SANTO”

​Hoy es Domingo de Pentecostés. Para la mayoría de los hombres no es más que un Domingo como cualquier otro. En el que está programado el paseo al parque deportivo, al mar o la visita a algún familiar. Sin tener en cuenta sus compromisos cristianos si es que los tienen. Dios está al margen de sus vidas. Sin embargo este día es de gran importancia y significación para el mundo cristiano. Pentecostés en el A.T. Y judaísmo era una de las tres grandes fiestas que junto con la de la Pascua y Tabernáculos; en la que los Israelitas iban en peregrinación al Santuario nacional, para postrarse ante Yahvé y darle gracias por la recolección del trigo y de la cebada. Era una fiesta esencialmente agrícola de regocijo y acción de gracias. Era Día de mucha alegría y de descanso absoluto. Se recordaba a Israel cuando Yahvé, le había sacado de Egipto y le había llevado a una tierra fértil y espaciosa en la que manaba leche y miel. Con la destrucción del templo en el año 70, no continuó este sentido de la fiesta y se le relacionó con la entrega de la Ley en el Sinaí. Y se celebraba a los cincuenta días de la Pascua.

​El Pentecostés Cristiano, es otra cosa mucho más importante. Esta fiesta cierra el ciclo litúrgico de la redención, ya que el envío del Espíritu Santo constituye el último acto de Cristo como Redentor de la humanidad. Pentecostés es el cumplimiento de la promesa de enviarles a la tercera Persona de la Trinidad, para inaugurar en la tierra en forma plena la Nueva Alianza. La antigua ley dada en el desierto sinaitico caducaba. Ahora después de la inmolación no del cordero pascual, sino del Cordero de Dios, liberador del cautiverio del pecado, de la muerte y del demonio, sucede la promulgación definitiva de la Nueva Ley perfeccionadora de la Antigua. Jesús derramando al Espíritu sobre la comunidad apostólica coronaba y sellaba su obra salvífica y con ese bautismo se iniciaba el comienzo oficial del ministerio apostólico. Los apóstoles deberán ser sus testigos y por lo mismo deben dar testimonio de todo lo que han visto y oído del Maestro; testimonio que les complicará la vida hasta el grado de perderla, como les sucedió a todos. Para ello necesitaban una fuerza muy especial y ésta era el Espíritu Santo. “Cuando el Espíritu Santo descienda sobre ustedes, recibiran fuerza para ser mis testigos en Jerusalén y aún en los lugares más remotos del mundo”: (Hechos I,8). Al reino de Israel limitado a Palestina, Jesús pone la universalidad (Catolicidad) de la Iglesia. Y ninguna autoridad humana, temporal, tiene derecho o poder para limitar este mandato. Poco después los apóstoles responderán a las autoridades de su tiempo: “Primero hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. Llenos del Espíritu Santo, poseen una fuerza sobrehumana y predican a despecho de la contradicción y la persecución, con ánimo inquebrantable y ardiente entusiasmo el mensaje del Resucitado. Pentecostés es el momento cumbre de la presencia de Dios en la vida de los bautizados. Es la fiesta del amor en el que Jesús selló su redención. Es una Encarnación ampliada y una Pascua perpetuada pero en escala de universalidad y perennidad. Desde ese gran acontecimiento eclesial, en el que cada uno de los miembros de la comunidad apostólica queda hecho evangelio viviente, Espíritu Santo e Iglesia viven inseparablemente unidos, como alma y cuerpo en una misma realidad viviente que es la Iglesia de Cristo Sacramento de Salvación.

​Universalidad y perennidad, son las propiedades de Pentecostés. El Espíritu Santo cumplirá su obra portadora de salvación en la interioridad del hombre por siempre, e impulsará a la Iglesia a extenderse, por todos los confines de la tierra, ya que es el agente principal y el término de la Evangelización, cuyo punto de partida es el día de Pentecostés. Él es quien impulsa a cada cristiano a anunciar el Evangelio y es El, quien en el trasfondo de la consciencia hace comprender y aceptar la palabra de salvación. Nos ofrece sus Dones: Entendimiento, ciencia, sabiduría, consejo, piedad, fortaleza y temor. Sus frutos son: amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza y justicia. Y sus carismas son: profecía, curaciones, milagros, lenguas, interpretación, discernimiento, ser maestro, etc. Como ve es abundante en beneficios la presencia del Espíritu Santo. Es por ello, Pentecostés, la fiesta de la alegría, del amor, de la acción de gracias a Jesucristo que selló su redención enviándonos al Paráclito. Alégrese con todos los cristianos y deje que su corazón se llene de entusiasmo, de la paz y del gozo que son lo propio de nuestro estado de creyentes que viven en fuerza de la animación del Espíritu Santo. El prodigio de Pentecostés, es perenne y se prolonga en la historia y en la vida de los hombres, renovándolos espiritualmente. Las manifestaciones de esta renovación son variadas: comunión profunda de las almas, contacto íntimo con Dios en la fidelidad a los compromisos bautismales, unidad en la oración comunitaria, en donde cada uno expresándose libremente, ayuda, sostiene y fomenta la oración de los demás, etc. Pero donde mejor se manifiesta el prodigio de Pentecostés, es en la administración del Sacramento de la Confirmación. En él, se conserva todo el sabor de Pentecostés; volvemos a revivir el calor y el alborozo de la manifestación del Espíritu Santo, porque Confirmación es sinónimo de Pentecostés, porque en él, El Espíritu Santo, nos hace apóstoles y profetas del Nuevo Pueblo de Dios y de la Nueva Alianza. ¿Qué significa ser profeta? Significa ser hombre de Dios, portavoz de su palabra, para anunciarla y denunciar las injusticias aceptando con valentía las complicaciones que traiga. Porque no siempre caen bien las verdades a algunas personas. Por eso Cristo terminó su vida temporal clavado en la cruz. Además, garantizó esta suerte y paradero a sus files discípulos. Y si no sentimos en nuestra vida el aguijón mordaz y cruel de los hombres es porque estamos muy cómodos, viviendo una vida sin riesgos y sin cruz. El destino de los fieles Cristianos es el que Cristo trazó, y no hay otro para quien quiere ser fiel a su misión de profeta. Cosa que no es nada fácil. Porque para poder presentar ante los hombres los valores y antivalores, de nuestro mundo superficial y ligero en cuestión moral, se precisa ser un hombre fuera de serie. Y este modelo de hombres no surgen todos los días. ¿Usted es uno de ellos? Piénselo.

​También la Confirmación nos hace apóstoles. Todo bautizado y todo Cristiano confirmado, tiene la misión de testificar ante la comunidad el evangelio recibido. Ser miembro activo dentro de la Iglesia. Trabajar por restaurar todo en Cristo. Renovar e impregnar del evangelio todas las estructuras humanas, etc. Para realizar esto, no se precisa ninguna preparación especial. Basta ser maduros en la fe y aceptar con responsabilidad y seriedad, los compromisos del Bautismo y de la Confirmación. Para concluir este artículo; Recuerde: Que por la confirmación usted ha recibido al Espíritu Santo, con toda la abundancia de bendiciones que conlleva. Ha aceptado ser testigo de Jesús en el mundo para renovarlo con el dinamismo del Espíritu Santo. Tiene pues un compromiso: transformar y hacer un mundo según los designios de Dios. ¿CUAL ES SU RESPUESTA? Desde el día de Pentecostés, la comunidad eclesial, insignificante y atemorizada, salió con valentía a difundirse por todo el mundo, con la velocidad del relámpago. Y gracias a la presencia del: ¡Espíritu Santo! Se podrá vencer al pecado en todas sus facetas y surgirá el amor a Dios y al prójimo. La comunidad eclesial, no se dormirá sobre laureles; porque, el Espíritu Santo, vigía atento, dará sacudidas fuertes y violentas, para que nadie se adormile en la nave de la Iglesia. No permitirá, que nuestras conciencias se acartonen en la pereza e inactividad. Siempre enviará mensajeros responsables que nos den con voces claras y seguras y con gritos para que despierten a los abotargados en la comodidad material. No podemos cerrar los ojos y tapar los oídos a los problemas que se viven en la actualidad. Hemos de vivir abiertos a todas las necesidades del prójimo, porque la humanidad necesita cristianos auténticos, de calidad. Si el Espíritu Santo reina en nuestro corazón, canalizará nuestras energías hacia el bien del prójimo. El Espíritu Santo siempre protege y protegerá a la Iglesia fundada por Jesucristo y por El enviado, a fortalecernos y a agitar nuestros deberes religiosos, para llevarlos a su fiel cumplimiento y así renovar la faz de la tierra. Por eso, no apaguemos los dones del Espíritu Santo en nuestra vida espiritual, no opongamos resistencia, para que la comunidad eclesial sea una comunidad de hermanos que nos amemos unos a otros como el Divino Redentor, nos amó y nos ama. No olvide que el Espíritu Santo está en calladas profundidades de nuestro corazón y ahí con sus siete dones prepara y fortalece la tierra fecunda de las virtudes cristianas, que son celestiales semillas, que debemos cultivar, para que crezcan y produzcan fruto, para la vida eterna, que nos espera. Los siete dones del Espíritu Santo, son como aires primaverales, que traen lluvia y rocío para avivar nuestra vida espiritual. ¡Aprovéchelos! Para que tenga una buena cosecha, que será bien remunerada por el: ¡Divino Agricultor! ¡Arriba y adelante!