Reciban el Espíritu Santo (cfr. Jn 20, 19-23) Solemnidad de Pentecostés

Muchas veces, como los discípulos en el cenáculo, nos sentimos solos, tristes y desanimados a causa del miedo que provoca ver que el mal, que se manifiesta en la mentira, la injusticia, la corrupción y la violencia, parece tener la última palabra.

¡Pero Dios no nos abandona! En Jesús viene a nosotros para darnos la paz. Esa paz que resulta de ver las llagas del resucitado, y que son la prueba de que el amor es el auténtico poder, capaz de vencer al pecado, al mal y a la muerte; el poder capaz de hacer triunfar la vida y de renovar todas las cosas[1].

Por eso Jesús nos invita a entrar en la dinámica del amor: “Como el Padre me ha enviado a mí así los envío yo” ¡Él, que ha sido enviado a amar, nos envía a amar! Y para que podamos hacerlo, nos comunica al Espíritu Santo, que es el mismísimo amor, que, como decía san Hilario, “nos da un conocimiento más profundo”[2]; nos permite ver todo con claridad, para reconocer que Jesús es Dios que se ha hecho uno de nosotros para salvarnos, y seguir su camino de amor, procurando el bien de todos[3].

El Espíritu Santo se manifestó en pentecostés en forma de lenguas de fuego que se posaron sobre los Apóstoles, que estaban reunidos en un mismo lugar: la Iglesia[4]. Es en ella donde se nos comunica este Espíritu en el Bautismo y en la Confirmación, para realizar en nosotros cosas extraordinarias, que el Papa Francisco resume en tres: novedad, armonía y misión[5].

La novedad es la verdadera realización que nos da el amor, el cual nos libera de la soledad al conducirnos a la armonía, que es saber unirnos a los demás, comprendiéndolos sin pretender imponerles nuestra forma de sentir y de pensar; tratándolos con justicia, colaborando a un desarrollo integral del que nadie quede excluido, perdonando a quien nos ha ofendido y pidiendo perdón a quien hayamos lastimado. Así realizaremos la misión de comunicar a todos la alegría de la amistad con Jesús y de transformar nuestra familia y nuestra sociedad.

Quien ama no se hace “bolas”; entiende que el amor es ser feliz haciendo felices a los demás: a papá, a mamá, a los hijos, a los hermanos, a los suegros, a las nueras, a los vecinos, a los compañeros de estudio o de trabajo y a cuantos tratan con nosotros.

Quien ama comprende que, como hemos señalado los Obispos de México: frente al mal que hoy parece dominar a nuestro México y al mundo, “no podemos rendirnos, ni sentirnos derrotados, sino urgidos a participar con la fuerza del Espíritu de Cristo Resucitado. A todos nos urge ser positivos y propositivos. No podemos lamentar el mal sin actuar contra él”[6].

Que la Virgen María interceda por nosotros para que colaborando con el Espíritu Santo renovemos con la fuerza del amor nuestra familia, nuestra sociedad y nuestro mundo, y así todos alcancemos la vida plena y eterna que sólo Dios puede dar.


[1] Cfr. Sal 103.

[2] Tratado sobre la Santísima Trinidad, Libro 2,1, 33.35.

[3] Cfr. 2ª Lectura: 1 Cor 12, 3-7. 12-13.

[4] Cfr. 1ª Lectura: Hch 2, 1-11.

[5] Cfr. Homilía en el Domingo de Pentecostés, 19 de mayo de 2013.

[6] Mensaje de los Obispos de México Por México ¡Actuemos!”, 30 de abril 2014.

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