El diario trabajar, esforzarse y ver pocos resultados...¿Cómo dar sabor?

10 Junio (AUDIO)

I Reyes 17, 7-16: “La tinaja de harina no se vació, según las palabras que dijo el Señor por medio de Elías”
Salmo 4: “Señor, no te alejes de nosotros”.
San Mateo 5, 13-16: “Ustedes son la luz del mundo”

La sal, nada más ordinario y casero, nada más insignificante, pero muy necesaria en la vida cotidiana. ¿Qué piensas cuando escuchas a Jesús que dice a sus discípulos que ellos son sal? Claro, lo primero que se nos ocurre es que debemos dar sabor.

Esta vida agridulce, muchos la encuentran sin sabor. El diario trabajar, esforzarse y ver pocos resultados, a muchos les parece sin sentido. ¿Cómo dar sabor? ¡Con la alegría del Evangelio! La propuesta es vivir en un nivel superior, pero no con menor intensidad: “La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás”. Es la realidad de la sal: cuando se hace dura y no se “deshace” en los alimentos, en lugar de dar sabor, lo quita. “Sala” y echa a perder los alimentos. Cuando Jesús nos lanza a ser sal, nos descubre el corazón de su seguimiento: darse, dar sabor, dar vida.

No quedarse solos y aislados. Cuando tomamos en serio las palabras de Jesús descubrimos otra ley profunda de la realidad: que la vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros. Eso es en definitiva la misión que propone a sus discípulos. Por consiguiente, un discípulo no debería tener permanentemente cara de funeral, como nos lo dice el Papa Francisco, sino ser sal, ser luz, ser alegría. Recobremos y acrecentemos el fervor, seamos luz y seamos sal.

Descubramos la dulce y confortadora alegría de evangelizar, de llevar Buena Nueva, incluso cuando haya que sembrar entre lágrimas. Y ojalá el mundo actual –que busca a veces con angustia, a veces con esperanza– pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo. ¿Cómo ser sal en nuestros tiempos? ¿Cómo ser luz? Ciertamente no escondiéndonos o quedándonos apáticos, sino arriesgándonos en el servicio, en la entrega y en la donación.