No teman, ustedes valen mucho. Den testimonio de mi (cfr. Mt 10, 26-33)

XII Domingo Ordinario Ciclo A

“No teman”, nos dice Jesús a los que vivimos en una sociedad que nos presiona para que luzcamos un cuerpo escultural; para que vistamos, hablemos, actuemos y pensemos como lo dicta la moda; para que consumamos sin restricciones toda clase de sensaciones y emociones placenteras; para que seamos superficiales viviendo sin más horizonte que el momento presente; para que usemos a la gente y nos desentendamos de los que nos rodean, especialmente de los más necesitados.

“Cuando falta la luz –recuerda el Papa–, todo se vuelve confuso, es imposible distinguir… la senda que lleva a la meta de aquella… multitud de senderos, que no llevan a ninguna parte, y forman más bien un laberinto”[1]. Así lo comprobó la Dorotea de Cervantes, quien habiendo cedido a los halagos de don Fernando, se le entregó, y luego de descubrirse utilizada, exclamó con desesperación: “sus pensamientos, aunque él dijese otra cosa, más se encaminaban a su gusto que a mi provecho”[2].

Esto es lo que terminamos por descubrir cuando nos dejamos seducir por ideologías y estilos de vida que, evitando que veamos la totalidad de lo real, nos hacen pensar que sólo existe lo material y que únicamente es valioso lo que produce alguna satisfacción física, sexual o emocional en el momento presente, para así despojarnos de identidad y de sentido, encerrarnos en la soledad del individualismo y reducirnos a objeto de placer, de producción y de consumo, con las consecuencias vemos hoy: mentira, injusticia, corrupción, pobreza, violencia y muerte.

Pero Dios, que está de nuestro lado, no nos abandona[3]; en Jesús nos rescata del laberinto del pecado[4], nos recuerda lo mucho que valemos y nos invita a reconocer que sólo en Él descubrimos la grandeza de nuestra dignidad, el sentido de la vida, el camino del auténtico desarrollo personal y social, y la vida eternamente feliz que nos aguarda. Quitándonos el temor y haciéndonos superiores a los oprobios –como comenta san Juan Crisóstomo[5]– Jesús nos comunica su Espíritu de amor y nos envía a ser testigos de que la vida encuentra su centro, su sentido y su plenitud sólo cuando se ama[6].

Así supo hacerlo santo Tomás Moro (1478-1535), esposo, padre de familia, abogado y servidor público, quien sin dejarse atemorizar por quien sólo podía matar su cuerpo, dio testimonio de Cristo al renunciar a su cargo como Canciller de Inglaterra antes que negar la verdad y hacerse cómplice de un autoritarismo inhumano, con esta convicción: “Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que Él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor”[7].

Como Tomás Moro, hagamos un balance sensato y reconozcamos a Jesús, que nos muestra nuestra identidad, dignidad y derechos, el sentido de la vida, el camino de la libertad, del verdadero progreso y de la eternidad. Y si nos damos cuenta que nos estamos dejando atemorizar, elevemos a Dios nuestra plegaria[8]. Entonces comprobaremos que el Señor nunca desoye a quien en Él confía.


[1] Lumen Fidei, nn. 3, 13, 29.

[2] CERVANTES Miguel de, Don Quijote de la Mancha, Ed. Del IV Centenario, Ed. Santillana, México, 2005, 1ª Parte, Cap. XXVIII, p. 280.

[3] Cfr. 1ª. Lectura: Jr 20,10-13.

[4] Cfr. 2ª. Lectura: Rm 5,12-15.

[5] Cfr. Homiliae in Matthaeum, hom. 34,3.

[6] Cfr. Aclamación: Jn 15,26.27.

[7] The EnglishWorks of Sir Thomas More, Londres, 1557, p. 1454.

[8] Cfr. Sal 68.