El reclamo es fuerte: no se puede ser fiel a Dios cuando se aplasta al hermano

de Enrique Díaz Díaz
Obispo Coadjutor de San Cristóbal de las Casas

Foto: Internet

30 Junio (AUDIO)

Primeros Santos Mártires de la Iglesia Romana.
Amos 2, 6-10. 13-16: “Aplastan a los pobres contra el suelo”
Salmo 49: “Perdona a tu pueblo, Señor”
San Mateo 8, 18-22:“Sígueme”.

La persona de Jesús atrae y no es extraño que muchos quieran seguirlo. Sus palabras, sus hechos, su coherencia, la novedad de su doctrina, hacen de Él un líder que todos quieren seguir. Pero Jesús pone sus condiciones y deja en claro que seguirlo tiene sus riesgos. Al escriba le responde que no se haga ilusiones, que el Hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza. A otro discípulo le pide dejar que los muertos entierren a sus muertos. ¿Intransigencia? ¿Demasiado duro? Cristo quiere claridad en los que escojan su seguimiento y busca purificar sus corazones.

Hoy en la primera lectura, Amós nos ofrece un fuerte contraste entre el pueblo de Israel que se dice fiel pero que comete injusticias contra los hermanos y Dios que lo ha cuidado y protegido.

El reclamo es fuerte: no se puede ser fiel a Dios cuando se aplasta al hermano. Vender al pobre, el adulterio, la profanación del nombre, no pueden ser compatibles con el pueblo que ama el Señor. Así anuncia castigos contra ellos porque les ha amado y protegido y ellos no corresponden. Ese mismo sentido tienen las condiciones que Jesús exige para su seguimiento. No hay que hacerse ilusiones que por un padre nuestro y un sacrificio estamos siguiendo a Jesús. Ir tras Jesús supone condiciones y exigencias que no siempre estamos dispuestos a cumplir. Nosotros no vivimos el Evangelio radicalmente como lo hace Jesús. Enterrar al padre, no quiere decir que ya estuviera el cadáver del papa de aquel discípulo, la respuesta de Jesús va mucho más allá de un simple muerto físicamente. Es dejar atrás toda la cultura de muerte, desprenderse de todo lo que ata el corazón. Dejar libre el espíritu para vivir esa nueva experiencia a la que nos lanza la invitación de Jesús. Su llamamiento exige coherencia: una coherencia que va muy unida a la justicia y a la atención al hermano más desprotegido, a sus necesidades y su acompañamiento. ¿Estamos dispuestos a seguir a Jesús?