Narran los evangelios que muchas veces estuvo Jesús en actitud profunda y serenamente orante; Cuando es bautizado, en el momento de la elección de los apóstoles, poco antes de la profesión de fe de Pedro, en el momento de la transfiguración, cuando resucita a Lázaro, cuando bendice al Padre porque oculta ciertas cosas a los sabios y prudentes y se las ha revelado a los humildes, la oración sacerdotal y sobre todo la oración que hace en el huerto de Getsemaní. Su actitud orante, impresionó y gustó a sus discípulos que le pidieron les enseñara a hacer oración. El por respuesta les dice que cuando oren digan la oración llamada dominical por haberla enseñado el mismo Señor Jesús. Es la oración del “Padre Nuestro”; oración que dentro de su sencillez, encierra una grandeza extraordinaria y una fecundidad admirable. En ella pedimos que el nombre de Dios, sea honrado en todas partes; que el reinado del Rey de reyes, se establezca universalmente; que la Voluntad del Soberano por excelencia, se cumpla en la tierra, así como se cumple en el cielo. Después del honor de Dios, vienen las peticiones para remediar las necesidades del hombre, tanto corporales como espirituales. ¿Por qué esta oración? Porque en Cristo Jesús, se nos ha otorgado la condición teológica de “Hijos”; por eso la oración cristiana ha venido a ser, una vivencia dialogante de relación Padre-hijos. En Jesús se nos ha evidenciado, el modelo perfecto de trato filial y amoroso con el Padre Celestial. Jesús es el Hijo de Dios en estado de oración medianera que siempre es oído. En El, se nos ha dado el diseño justo para orar. ES PUES EL MAESTRO.
Pero es un mundo divertido y superfluo, lleno de técnicas y adelantos científicos, en donde el hombre encuentra solución a sus necesidades inmediatas, ¿Habrá deseo y tiempo para la oración? En un mundo tan complicado en lo material, en donde el “Homo Faber” sumergido en la atmósfera de productividad, sólo entiende de máquinas y utilidades materiales redituables. ¿Habrá un espacio para la reflexión espiritual? Debe de haberlo, porque nuestra propia indigencia y caducidad, nos lo están pidiendo. Lo que importa es tener conciencia de ello. Sólo la soberbia antievangélica puede impedirnos el derecho filial a la oración. No olvide que por nuestro bautismo, se nos ha otorgado el pleno derecho a la oración, la seguridad de su eficacia salvífica y la responsabilidad de integrarnos al seno de una comunidad orante ante el Padre Dios. La oración del cristiano es el eco natural de la relación filial en la que se halla con su Padre Celestial. En esa relación, tan real como íntima, tiene toda oración cristiana su primer fundamento, su justificación y su razón de ser como una necesidad natural. Así como el niño mira a su padre con amor y confianza y siente necesidad de comunicarle todo lo que abriga en su alma de alegría y de penas; de deseos y preocupaciones, de igual manera ocurre en las relaciones del hombre con Dios. Tenga siempre presente que el hombre es un ser en comunicación. Y la oración es la comunicación entre Dios y el hombre por la cual este desahoga su corazón en íntima amistad. Siendo la oración una comunicación de amor, en la que los hijos y el Papá aportan cada quien lo suyo; el hijo en ella aporta la confesión humilde de sud debilidades, flaquezas y pecados, su inconsistencia, su pereza y negligencia. Confiesa sentirse hijo de Dios, herido de muerte por el aguijón del pecado, que le ha dejado en un laberinto tremendo de instintos y pasiones que desorienta y ofusca, lleno de peligros y escollos para llegar a una vida verdaderamente santa. Pero Dios como Padre y amigo también aporta lo suyo. Nos ayuda a reflexionar en nuestra triste situación en la que nos encontramos, nos da sentimientos de vergüenza que provocan una aversión al pecado, a la tibieza, a la rutina y un anhelo de salir de ese estado. Nos da confianza con su gran misericordia y gracias y auxilios para vivir en la fidelidad.
“Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide recibe; el que busca encuentra; y al que llama se le abrirá. ¿O hay acaso alguno de ustedes que al hijo que le pide pan le dé una piedra; o si le pide un pescado, le dé una culebra? Su ustedes, siendo malos saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre Celestial dará cosas buenas a los que se las pidan!” (Mt., VII, 7-11). Jesús por estas palabras nos está hablando de la necesidad de orar, con perseverancia, con confianza, con insistencia. También reconoce que a pesar de los defectos e imperfecciones, los hombres saben dar a sus hijos lo que les pidan. Con mayor razón el Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que las pidan. Tenga pues fe, en la eficacia de la oración, aunque algunas veces el Señor nos pruebe. Pedimos, oramos y parece que no obtenemos lo que pedimos, nuestra oración no es inmediatamente escuchada, pero es necesario insistir con confianza. Las adversidades están también destinadas a producir frutos de salvación que nosotros desconocemos, pero Dios sabe por qué las permite. Y siempre están cuidadosamente proporcionadas a nuestras fuerzas. Ore siempre desde su pobreza, desde su cruz, desde su sufrimiento, con mucha confianza; Dios le ayudará. ¿PARA QUE ORAR? Se hace oración, en primer lugar para alabar a Dios, por su grandeza y magnificencia, por todos sus atributos admirables, por su inmensidad, por su bondad, por su omnipresencia, por su omnipotencia, etc.; también se ora para agradecer a Dios todo lo que nos da, sin merecerlo: Vida, salud, bienes materiales, espirituales por todas sus bendiciones. Se ora también para pedirle ayuda en nuestras necesidades, que ciertamente las conoce, pero le gusta que se las pidamos. Sobre todo Jesús recomienda que hagamos oración, para no caer en la tentación pues aunque el espíritu sea fuerte y tenga mucha voluntad, el cuerpo es débil.
La oración es una necesidad vital para el hombre. El hacerla no depende del estado de ánimo pasajero. Las personas que piensan que sólo deben hacer oración cuando les nace, están en un error. Consideran la oración unilateralmente, desde el lado humano, olvidando que la oración es ante todo la expresión de la adoración y del culto debidos a Dios. Desconoce también la importancia que tiene, para el mantenimiento e incremento de la vida espiritual, que al igual que la vida física necesita de una alimentación sana y regular. Si usted renuncia a la oración, está renunciando a los medios más eficaces para fortalecerse internamente y usted mismo se hace culpable, cuando la tentación llegue y lo venza. Sin la oración ha perdido las fuerzas, para combatir el peligro. La oración es la fuerza informante de la vida cotidiana del hombre de fe, de la que depende el que se vaya santificando y formando su conciencia. La vida cristiana sin oración es prácticamente irrealizable. Sin hábito de meditación constante, hay el peligro de caer en “beaterio”, en devocionismo estéril o farisaico, que sólo son deformaciones de la auténtica oración. Decir oraciones, no es lo mismo que hacer oración. Para esto hace falta descender a un nivel más profundo que el de la mera formalidad exterior, que se contenta con repetir algunas fórmulas. Diga pues con humildad y confianza la misma petición de los apóstoles a Jesús: “SEÑOR ENSEÑANOS A ORAR”. Y ya nos enseñó con la palabra y con el ejemplo. Y no olvide que la oración es un intercambio de amor, entre el ser humano y Dios nuestro Padre, que ejerce sobre nosotros el desbordamiento de su amor paternal, para ayudarnos en nuestras peticiones. Abramos nuestro corazón a estos torrentes de su misericordia; y amor con amor se paga y como Padre Celestial, que no es Padre mudo y cerrado, quiere que lo tratemos con amor filial, de hijos adoptivos. ¡Arriba y adelante! En su oración llena de fe.