XIV Domingo del tiempo Ordinario, ciclo A

Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón

Primera lectura: (Zacarías 9,9-10)

Marco: El fragmento está tomado del así llamado segundo Zacarías. Esta segunda parte del libro de Zacarías habría sido redactada algún tiempo más tarde que la primera. Las circunstancias históricas ya no son las mismas. Acaso sea obra de un autor distinto del que redactó la primera.

Se sitúa en la etapa posterior a las conquistas de Alejandro y está empapada de esperanza mesiánica como una urgente necesidad del pueblo para reencontrar su sentido en la historia y en el plan de Dios. Este colorido mesiánico ilumina el fragmento que hoy proclamamos. Israel se encuentra entre las naciones. Dios va a realizar un juicio y purificación de las mismas.

Reflexiones

1ª) ¡Dios quiere que los hombres sean felices!

Alégrate, hija de Sión; canta, hija de Jerusalén; mira a tu rey que viene a ti justo y victorioso, modesto y cabalgando en un asno, en un pollino de borrica. Estas palabras las recoge Lucas para introducir el saludo del ángel en la Anunciación. Estas palabras se cumplirán cuando irrumpa en la historia la Palabra eterna de Dios hecha realmente hombre a través de María. Constituyen el frontispicio de la etapa del cumplimiento. Estas mismas palabras son citadas por el narrador de la entrada de Jesús en Jerusalén. El Dios poderoso no se vale de armas ni grandes ejércitos para llevar adelante su proyecto. En cumplimiento de esta vigorosa profecía de Zacarías, Dios se hace presente en la modesta figura humana de su Mesías cabalgando sobre un asno, pero sin dejar de ser realmente el rey victorioso. Las apariencias desmienten una vez más la realidad profunda. ¡Dios es así y actúa así! Estas palabras que iluminan la entrada en Jerusalén, se convierten en labios de Jesús en una invitación a seguirle adoptando la misma actitud de modestia y no violencia que él realizó y vivió. Es una llamada imperiosa a los discípulos de Jesús a asumir esta forma paradójica del actuar de Dios. Pablo recordará que la fuerza se realiza en la debilidad, en la forma de siervo: He rogado tres veces al Señor para que apartase esto de mí y otras tantas me ha dicho: «Te basta mi gracia, ya que la fuerza se pone de manifiesto en la debilidad». Gustosamente, pues, seguiré presumiendo de mis debilidades, para que habite en mí la fuerza de Cristo (2Cor 12,8.9) ¡Desconcertante proceder!

2ª) ¡El Dios victorioso será el soberano universal!

Destruirá los carros de Efraín, los caballos de Jerusalén, romperá los arcos guerreros, dictará la paz a las naciones. Dominará de mar a mar, desde el Éufrates hasta los confines de la tierra. Evocación de la obra realizada en el exilio de Babilonia. El segundo Isaías había contemplado la soberanía universal, sin fronteras, del Dios de Israel. Zacarías asume esta visión y esta panorámica y la integra en su mensaje. Dios será soberano indiscutible para la salvación de la humanidad. Este universalismo, consolador, se convierte en una realidad sólo en el tiempo del cumplimiento. Pero en contra de la estrechez de miras en que poco a poco va sumiéndose el judaísmo inmediatamente anterior a la venida de Jesús, Zacarías levanta la voz para advertir que la soberanía de Dios es universal. Y alcanzará a todas las naciones. Nadie pude ponerse al poder de Dios cuando decide actuar y realizar su proyecto. La fraseología que encontramos aquí se encuentra a lo largo de toda la Escritura. Hoy, que observamos el transitar por nuestras calles de tantas gentes con otras culturas, otras formas religiosas, otras situaciones económicas, pertenecientes a otras razas, estamos urgidos a contemplar, meditar y poner en la práctica esta invitación a la universalidad real de Dios, de nuestro Dios que es Padre de todos los hombres. Se trata de una realidad tangible, que nos desconcierta y nos escandaliza. ¡Incluso nos asalta la tentación de rechazarlos y excluirlos! Pero los tenemos a nuestro lado. La palabra de Dios debe iluminar todos los aspectos de nuestra vida real. Sólo así será convincente nuestro ser en medio de nuestro mundo.

Segunda lectura: (Romanos 8,9.11-13)

Marco: A lo largo de los próximos cinco domingos la segunda lectura será tomada de este rico capítulo 8. Acaso sea una de las cimas más altas de la carta a los romanos, de la doctrina y mensaje de Pablo y la de doctrina y experiencia del Espíritu en la vida del creyente. Se trata de un capítulo denso, pero muy realista a la vez. Entra en el meollo mismo de la respuesta cristiana para los hombres de todos los tiempos. Tres grandes temas son presentados en el conjunto y que se irán desgranando a lo largo de estos domingos: la vida gozosa e inmarcesible que Dios ofrece, la esperanza alentadora y el amor salvador de Dios. Juntos constituyen la esencia del vivir cristiano. Y todos estos valores esenciales y fundamentales están relacionados con el Espíritu, don recibido en el bautismo.

Reflexiones

1ª) ¡El Espíritu, carta de identidad de la pertenencia a Cristo!

Vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tienen el Espíritu de Cristo, no es de Cristo. La contraposición que Pablo establece en estas afirmaciones no es entre el cuerpo y el alma (componentes del ser humano), sino entre dos modos, dos talantes, dos criterios básicos de discernimiento en la actuar de hombre. La carne conlleva un talante, un estilo de vida con unas consecuencias evidentes a nuestra experiencia humana: la esclavitud, el desprecio de la persona humana, los enfrentamientos, la muerte violenta, la muerte en general. En la carta a los Gálatas recogerá esta misma enseñanza y la concretiza en lo que él llama los frutos de la carne: En cuanto a las consecuencias de esos desordenados apetitos, son bien conocidas: fornicación, impureza, desenfreno, idolatría, hechicería, enemistades, discordias, rivalidad, ira, egoísmo, disensiones, cismas, envidias, borracheras, orgías y cosas semejantes (Gl 5,19-21. En cambio, el Espíritu es un medio o ambiente vital totalmente nuevo, radicalmente distinto y enfrentado al anterior: en el ámbito del Espíritu es posible la vida, la esperanza, la honradez, la solidaridad auténtica entre los hijos de Dios; el gozo de sentirnos hijos de Dios, como luego explicitará el Apóstol. También en la carta a los Gálatas concretiza el autor los frutos del Espíritu: amor, alegría, paz, tolerancia, amabilidad, bondad, fe (fidelidad), mansedumbre, y dominio de sí mismo (Gl 5,22-23). El Espíritu realiza una obra radical que garantiza todas las otras: es la carta de pertenencia viva a Cristo con todas las consecuencias que ello conlleva para el tiempo presente y para el destino definitivo. Pertenecer a Cristo es lo mismo que vivir el mismo talante de vida que él llevó. El autor de la Carta de Juan dice que “camina” como él. La sociedad de ayer y de hoy, como se puede percibir, ha estado siempre asaltada por las mismas tentaciones. ¡Somos muy poco originales e innovadores! Por tanto, el mundo de hoy como el de ayer necesita la proclamación de esta obra realizada por el Espíritu. Está en juego algo de mucha monta: la verdadera o falsa felicidad y realización del hombre y de la mujer.

2ª) ¡La posesión del Espíritu, arras y garantía eficaz de resurrección y de vida!

Si el Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por el mismo Espíritu que habita en vosotros. La pertenencia real a Cristo conlleva un mismo destino futuro. Jesús, afirma Pablo, pasó realmente por la muerte. Pero el Espíritu Vivificador lo arrebató de la muerte y lo devolvió a la vida, a una vida en la resurrección, es decir, definitiva, total y universal. Este pensamiento evoca el primer paso de la humanidad allá en los orígenes. Dios sopla sobre el hombre y le concede del don del espíritu que da vida. Este sello permanece indeleble en la intimidad del hombre y es el garante del anhelo de vida que hay en lo hondo de todos los hombres y mujeres de toda la historia. Pero ha quedado neutralizado por la ruptura producida por el hombre frente a Dios y frente a los demás. Esta ruptura ha sido restaurada en la muerte amorosa y sustitutiva de Jesús. Ahora ha quedado de nuevo abierto y expedito el camino de la vida. El garante de la misma vuelve a ser el Espíritu Vivificador. Pero en otro plano más auténtico y definitivo. La presencia del Espíritu (que habita permanentemente en los discípulos de Jesús) garantiza ya para siempre el anhelo de vida continuada y feliz. Sabemos que en la etapa preparatoria, narrada en el Antiguo Testamento, la donación del Espíritu era esporádica y selectiva. En la etapa final irrumpe el Espíritu para todos y para siempre. Es el fruto de la obra de Jesús. El Espíritu habita ya para siempre y de modo superior en las personas de quienes aceptan pertenecer a Jesús. Y ese mismo Espíritu que habita permanentemente dentro de los hombres recibe la misión de vivificarlos tras la amarga experiencia de la muerte. Mensaje singularmente consolador.

Evangelio: (Mateo 11,25-30)

Marco: Este fragmento pertenece al segundo bloque narrativo del evangelio de Mateo. Este segundo bloque narrativo prepara el bellísimo discurso parabólico que tendremos ocasión de proclamar y escuchar durante algunos domingos. En medio de ese bloque narrativo encontramos esta perla preciosa que acabamos de proclamar. Parece un meteorito descendido del evangelio de Juan al evangelio de Mateo. Así lo discuten quienes se dedican a estos estudios. En todo caso, necesitamos de la espiritualidad de Juan para entenderlo mejor. Es un remanso consolador en medio de los avatares de la vida de sufrimiento que soportó Jesús y que soportan sus discípulos.

Reflexiones

1ª) ¡Desbordante e incontenible alegría de Jesús por el modo de actuar de su Padre!

Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla. Es un texto que encontramos, sustancialmente, en Mateo y en Lucas. No lo encontramos en Marcos. Pero Lucas añade, como introducción de estas afirmaciones de Jesús, una referencia al Espíritu Santo: En aquel momento, el Espíritu Santo llenó de alegría a Jesús, que dijo... (Lc 10,21). Esta referencia al Espíritu no la encontramos en Mateo. Lucas tiene especial predilección por el Espíritu y lo hace presente allí donde los otros evangelistas refieren otras realidades. Esta introducción baña el conjunto de una atmósfera entrañable. La intimidad de Jesús se derrama en una sobrecogedora acción de gracias. Sabe que todo viene de su Padre y todo vuelve a él. Jesús sabe la razón de su alegría y la expresa de manera solemne y, a la vez, sobriamente llamativa. El Señor del cielo y de la tierra, descripción habitual de Dios que encontramos en la Escritura, dispone de las cosas, de las personas y de los acontecimientos con indiscutible soberanía. Somos invitados ahora a dirigir la mirada a los interlocutores de Jesús, a aquellos a quienes se dirigen estas consoladoras palabras. En el marco de la vida de Jesús los sabios y entendidos son los escribas y fariseos, según su propia autoestima y autovaloración. No obstante, Jesús mismo alaba la sabiduría de sus discípulos que saben sacar del arcón cosas antiguas y nuevas. Jesús mismo ha instado a los discípulos a ahondar en la palabra de Dios. Jesús mismo actúa como un maestro que llama entorno así un grupo cada vez mayor de discípulos que aprenden su doctrina. El reproche de Jesús va dirigido no a la sabiduría de los sabios sino al talante de esos sabios. A la actitud profunda de esos sabios y entendidos que están pagados de sí mismos, como Jesús denuncia a lo largo de toda su predicación. No son sabios en el Reino porque no se abren a la gratuidad y misericordia del Padre. En cambio los sencillos, no necesariamente ignorantes, reciben el Reino como una gracia y se ponen en marcha. Abren su intimidad de par en par y Dios puede realizar esta admirable obra. Un texto que ilumina adecuadamente estas afirmaciones de Jesús lo encontramos en Marcos cuando se aborda el sentido de las parábolas y por qué Jesús hablaba en parábolas: A vosotros se os ha comunicado el misterio del Reino de Dios, pero a los de fuera todo les resulta enigmático (Mc 4,11). Estas palabras de Jesús están redactadas sobre el cañamazo literario que se ha convenido en llamar paralelismo antitético: los que rodean a Jesús (los sencillos) como se han abierto a la gracia entienden a Jesús, sus gestos y sus palabras; los de fuera (los “sabios y entendidos”) no alcanzan esta comprensión. Sólo será posible su inclusión si Cambian de actitud básica y se abren al Evangelio de la gracia. Jesús quiere advertir a unos y a otros que la sabiduría de Dios es un don gratuito que hay que recibir como un niño (Mt 18). Pero poniendo a disposición del Reino todas las cualidades que se posean.

2ª) ¡Jesús, un oasis para todos los fatigados y rotos del mundo!

Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera. Jesús dirige la mirada a su alrededor y contempla una humanidad afanosa e inmersa en mil preocupaciones. La historia se repite. O quizá en esa repetición aumenta la situación de agobio. Son palabras a tomar en sentido directo. Pero quizá sea necesario recordar ciertas costumbres entre los orientales que yo mismo pude observar en mi estancia en Jerusalén. Los transportes se hacían sobre las espaldas de hombres mediante un complejo de cuerdas apoyadas en la frente. Se pueden ver todavía hoy cargas de hasta seis y ocho cajas de alimentos u otros objetos o sacos de los productos más variados. La forma se parece mucho a la de un yugo. Los hombres sucumben muchas veces bajo el peso de esa carga a la que son sometidos, con frecuencia, violentamente o impelidos por la necesidad sin salida. Ante esa imagen, Jesús invita a los discípulos a contemplar su misión y su tarea como una carga dura para los hombros humanos. Por eso sin él no es posible realizarla (Juan 15). Pero con él todo es posible (Corintios). En estas palabras se evoca otro campo no menos importante. Los rabinos tenían a gala definir la Ley como un yugo sobre las espaldas de los hombres. Cargar con el yugo es cargar con la ley y todas sus prescripciones. Jesús libera al hombre también de esa terrible carga insoportable, como el mismo Jesús reconocía en otras ocasiones. Jesús y sus mensajeros son enviados a ofrecer al hombre una liberación de estas cargas. Estas palabras de Jesús están relacionadas con la experiencia de la primera Iglesia que dio lugar al Concilio de Jerusalén. La liberación de Jesús es una realidad seria e imperiosa que alcanza al corazón de todos los tiempos y de todos los hombres que quieran aceptar su oferta y entraren el grupo de sus discípulos. ¿Qué raras suenan estas palabras a los oídos de nuestros hombres y mujeres! ¿Sólo basta acercarse a un metro cualquiera de una ciudad cualquiera para percatarnos cómo estamos todos! Siempre corriendo y afanosos a todas partes. ¡Y no digamos se tomamos la molestia de escuchar nuestras conversaciones diarias! ¿Tienen valor estas palabras de Jesús hoy? ¿Tienen cabida en nuestro mundo? ¿No serán una extraña utopía que corresponde a otro mundo que nada tiene que decir al nuestro? Pues son más necesarias que nunca precisamente por eso.

Fr. Gerardo Sánchez Mielgo
Convento de Santo Domingo. Torrent (Valencia)