Ante tí, nuestra familia, para construir un México mejor

de Oscar Armando Campos Contreras
Obispo de Tehuantepec

ANTE TÍ, NUESTRA FAMILIA, PARA CONSTRUIR UN MÉXICO MEJOR

Queridos Hermanos, queridas hermanas:

Nuevamente nos reunimos en esta casa que nos recuerda a todos los mexicanos que somos una familia unida bajo el manto de la Virgen Morena, nuestra Madre Santísima de Guadalupe. Hoy, hemos venido desde el Istmo de Tehuantepec trayendo en el corazón a todos nuestros pueblos indígenas, mestizos; a todos los hombres y mujeres, campesinos, trabajadores, estudiantes, amas de casa, ancianos y niños, jóvenes y adultos. Todos nos acompañan en el corazón de los que, en esta ocasión, tenemos el privilegio de caminar en peregrinación hasta este Templo santo. Venimos a poner a los pies de esta bendita imagen nuestras vidas y a pedirle que nos enseñe, a ser buenos hijos. A pedirle que nos tome de la mano y nos acerque al Camino de la Verdad y de la Vida, que es Jesucristo, su Hijo, hermano nuestro.

Y aquí, en esta casa que es nuestra y es de todos; ante su imagen bendita le confiamos nuestras penas y nuestras alegrías; ante ella ponemos nuestras ilusiones, nuestras esperanzas, pues somos parte de un Pueblo que, aún en medio de sus dificultades y sufrimientos, mantiene viva la esperanza de "un cielo nuevo y una tierra nueva", en donde todos podamos reconocernos como hijos de un mismo Padre, en donde todos nos sintamos hermanos y tratemos de servirnos unos a otros; en donde todos nos preocupemos de los más necesitados. Ese ha sido el mandato de Jesús a sus discípulos. Esa es la tarea que tenemos quienes nos llamamos cristianos y nos gloriamos por tener a la Virgen como Madre. ¡Vivir como hermanos!

Por eso, porque queremos vivir como cristianos, nos apena y nos duele el sufrimiento de nuestro pueblo, especialmente el sufrimiento de quienes, por años, se han sentido abandonados en todos los sentidos; entre ellos está, muy particularmente, el de nuestros pueblos indígenas, que carecen sobre todo de educación y de oportunidades de trabajo. Nos duele la migración de quienes tienen que salir a buscar el sustento lejos del hogar y lejos de la familia. Nos duelen las familias desintegradas y los hijos desatendidos por esta situación. Nos duele la violencia que se ha metido ya en el corazón y en la vida de muchas personas.

Aquí estamos Madre, pidiéndote que, como en Pentecostés, nos ayudes a orar para encontrar el Camino. Queremos construir una tierra nueva donde habitemos todos como hermanos, pero necesitamos encontrar a Jesucristo. Sabemos que Él es el Camino para hacer la voluntad del Padre; sin embargo, lo desconocemos cada día más. Tal parece que queremos vivir lejos de Él. Somos pueblos que han encendido la fe cristiana desde hace siglos, pero hay muchos vientos que quisieran apagarla. Por eso hemos venido, para orar junto a ti, para orar contigo, para que nos enseñes a esperar confiados el Espíritu de tu Hijo Jesucristo Resucitado. Queremos mantener encendida la llama de la fe cristiana en nuestra vida, en nuestras familias, en nuestros pueblos. Necesitamos el fuego del Espíritu para mantener encendida la llama de la Fe.

Esa fe, que recibimos de nuestros padres, nos ha hecho conocer y descubrir el amor misericordioso de Dios, pero ahora hay quienes viven como si Dios no existiera. Esa fe nos ha mantenido unidos, pero hay quienes quieren ver desintegradas y divididas a nuestras familias y a nuestras comunidades. Esa fe nos ha mostrado el camino de la verdadera libertad, pero hay quienes quieren esclavizarnos, particularmente a nuestros jóvenes y niños en el alcoholismo, en la droga, en el narcotráfico, en el crimen, en la ignorancia. Esa fe nos ha señalado el camino del amor y nos ha enseñado a ser hermanos, pero hay quienes alimentan el odio y la violencia.

Madre de Jesús, y madre nuestra, enséñanos a encontrar el Camino, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre, Él nos ayudará a construir una vida nueva a cada uno de nosotros, el mantendrá encendido el fuego del amor en cada una de nuestras familias; Él fortalecerá el compromiso de todos los cristianos católicos para edificar una sociedad más justa y más fraterna. Tú has venido hasta el Tepeyac a entregarnos a tu Hijo Jesucristo, ayúdanos también a aceptarlo, a escuchar su Palabra como tú la escuchaste. Tú estuviste dispuesta a obedecer lo que Dios te pedía, cuando dijiste: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu Palabra". Enséñanos a obedecer a esa Palabra que nos devolverá la vida. Necesitamos reconstruir la vida en Jesucristo.

Por eso, aquí, ante tu Imagen bella, sorprendidos como Juan Diego, queremos poner muy especialmente a nuestras familias. Queremos consagrarte a nuestras familias para que cada una de ellas sea un santuario donde se cuide y se proteja la vida en cada una de sus etapas, desde el vientre de la madre, hasta la ancianidad. Que sean nuestras familias las que nos enseñen a agradecer, a respetar y a valorar el maravilloso don de la vida; pues sólo quien respeta y valora su propia vida aprende a respetar y a valorar la vida del prójimo y toda manifestación de vida, como un don que debe cuidarse. Sólo si nos respetamos a nosotros mismos respetaremos y agradeceremos la naturaleza, como una maravilla de la creación amorosa de Dios.

Queremos Madre consagrar ante ti a nuestras familias para que en ellas aprendan los niños desde pequeños a conocer y a amar a Dios. Que sean los padres de familia los primeros en hablar de Jesucristo a sus hijos. De esa manera serán los padres quienes señalen el camino que deben recorrer los hijos para no perderse y para que encuentren la verdadera Felicidad. María, madre y maestra, tu sabes cuanta necesidad tenemos de una verdadera educación cristiana que forme a los futuros padres y madres de familia en la verdad y en el bien, en el amor a Dios, así como tú educaste a tu Hijo Jesús para que buscara con alegría estar en la casa de su Padre. Haz que cada padre y madre de familia sean verdaderos maestros de nuestra juventud.

Queremos que tú estés en cada una de nuestras familias, para que no se apague el fuego del amor entre los esposos, para que haya comunicación entre padres e hijos, para que se superen, en la unidad, las dificultades que en esta época amenazan su integridad. Dales la fortaleza necesaria para que no se derrumben ante los problemas económicos o sociales y que no se dividan por los problemas políticos. Que la familia tenga con tu presencia amorosa el lazo firme que los mantenga unidos en la búsqueda de su propia superación.

Virgen Santísima al consagrarte a nuestra familia queremos también pedirte que nos ayudes a ser familias participativas. Que participemos en nuestras comunidades en todo lo que vea al bien común. Que nuestra unidad ayude a defendernos de todo aquello que ataque la integridad de la familia. Que no permanezcamos indiferentes ante lo daña la vida social, Tú sabes que necesitamos una sociedad sana en donde crezcan los hijos y los nietos con seguridad y con valores cristianos. En ellos está el futuro; para ellos y con ellos debemos construir una sociedad que valore la dignidad de cada persona y que trabaje en unidad y armonía social, en el respeto y la tolerancia. Virgen, Madre de Jesús, nuestras familias tiene un gran compromiso social y una gran tarea, intercede por ellas para que podamos construir el Templo que tú pediste a Juan Diego y que no es otro que un País que viva en paz y trabaje en unidad para solucionar sus problemas. El templo somos nosotros, tu quieres un México en donde la justicia, la honestidad, la paz se hagan realidad. Sabemos que ese es el templo que Tú nos pides.

Madre, poner ante ti a nuestras familias nos compromete a una tarea difícil; muchas veces llena de preocupaciones y aún de lágrimas, ante una sociedad en donde la fuerza del mal quiere hacer cada día más daño. Sin embargo tu cercanía nos fortalece y nos anima en el camino de nuestra vida. Venimos dispuestos, a pesar de las dificultades, a continuar el camino de nuestra vida cristiana, a seguir a Jesucristo tu Hijo. A eso hemos venido, pues tú, como madre nuestra, sabes enjugar las lágrimas de nuestros ojos. Tú nos devuelves la esperanza. Tú nos enseñas a responder a la Palabra de Dios con la humildad necesaria para cumplir con alegría su voluntad. Por eso queremos decirte también: ¡Bendita tu entre las mujeres! y ¡Bendito el fruto de tu vientre, Jesús! AMEN.

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