San Ignacio de Loyola: hacerlo todo para la mayor gloria de Dios

Jue. 31 Julio

Séneca decía: “no hay viento favorable para quien no sabe a dónde va”. Efectivamente, quien no sabe a dónde se dirige no sabrá qué hacer con lo que le sucede; ni con lo bueno, ni con lo adverso, corriendo el riesgo de perderse y naufragar.

Dios, que nos ama, no quiere eso para nosotros; de ahí que haya enviado a su Hijo Jesús, quien con la fuerza del Amor, el Espíritu Santo, a través de su Palabra, los Sacramentos y la oración, nos revela de dónde venimos y hacia dónde vamos, y el camino que debemos recorrer para ser felices en esta tierra y luego felicísimos en el Cielo.

Así lo entendió un hombre extraordinario, cuya memoria celebramos hoy: san Ignacio de Loyola, “un hombre de Dios… fiel servidor de la Iglesia” (Benedicto XVI, Discurso a los miembros de la Compañía de Jesús, 22 de abril de 2006).

San Ignacio de Loyola nació en España en 1491. Educado en la corte y dedicado a lo que hoy llamaríamos servicio diplomático, fue herido en un combate en Pamplona. Entonces, durante su larga convalecencia, para entretenerse pidió que le llevaran libros de caballería. Pero como no los había en casa de su hermano, le ofrecieron a cambio “La Vida de Cristo” y la “Vida de los Santos”, que comenzó a leer.

Poco a poco fue reflexionando sobre el sentido de la vida. Se dio cuenta que cuando deseaba seguir a Cristo por el camino del amor, como lo habían hecho los santos, sentía una gran paz; en cambio, cuando pensaba volver a una vida de egoísmo y placeres, aunque por un momento sentía gusto, terminaba inquieto y vacío.

Se planteó entonces una posibilidad: “¿Y si yo hiciera lo mismo que san Francisco o que santo Domingo?[10] Decidido a comenzar una nueva vida, se retiró a Manresa para, en la oración y la penitencia, “quitar de sí todas las afecciones desordenadas, para buscar y hallar la voluntad divina y alcanzar la salud del alma”.

Tras peregrinar a Tierra Santa, realizó estudios en Alcalá, Salamanca y París. Ahí, junto con otros jóvenes decidió consagrarse a Dios. Ordenado sacerdote, fundó la Compañía de Jesús. Murió en 1556. Fue canonizado en 1622 por el Papa Gregorio XV.

Uno de los grandes consejos que nos da en sus “Ejercicios Espirituales” es: “En desolación no hacer mudanza”. De esta manera enseña que cuando nos encontramos en crisis, abrumados por problemas y dificultades, no debemos tomar decisiones, sino mantenernos en los buenos propósitos que teníamos antes de sentirnos así. Ojalá le hagamos caso para que, dejándonos ayudar por Dios, sepamos elegir adecuadamente, y hacer nuestra vida plena y eternamente feliz.

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