Hay una tercera vía para afrontar la cuestión de la homosexualidad, la vía del amor. Un amor que vence los juicios, la violencia y el odio. Un amor que salva y que hace renacer a las personas. Algo tan obvio… tan claro… como el agua, pero que fácilmente escurre y se olvida. Porque como decía el Papa Francisco, “sin amor, la verdad se vuelve fría, impersonal, opresiva para la vida concreta de la persona”. Sin este amor, incluso cuando tratemos de defender la verdad, falseamos y escondemos el verdadero rostro de la Iglesia. Un rostro que debe ser el de Jesús: No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.