“Ámense como hermanos. Ámense como YO los he amado”. Palabras dichas por el Divino Maestro, para enseñarnos la forma correcta de vivir el amor humano. Desde la creación de los primeros seres humanos Dios depositó en su corazón, la aspiración a la fraternidad, porque todos los seres humanos somos sus hijos. Pero como en todo lo humano, desde este principio estuvo la fraternidad rota. Caín mato a su hermano Abel y no quiere, ni siquiera saber dónde se encuentra. Porque desde Adán la humanidad es pecadora. Y con Caín, se desenmascara en ella el rostro del odio. Y desde entonces, en todos los niveles sociales humanos, se echa de menos la fraternidad humana. Pero con el nuevo “Adán” Cristo, ese sueño profético de fraternidad universal, se hace realidad. Y con su muerte en la cruz reconcilió con el PADRE CELESTIAL, a toda la multitud de hermanos. A todos sus discípulos los llama hermanos y lo seremos si hacemos su voluntad. Este amor fraternal se debe practicar, vivir en toda la comunidad de creyentes cristianos, pero no como una simple filantropía natural; porque no tiene nada que ver con el amor platónico, sino impregnado por el ejemplo del DIVINO SALVADOR, que nos amó hasta dar su vida por nosotros. Debemos vivir esta fraternidad perfecta. Empezando por los Sacerdotes, a los que se les impone una obligación especial de caridad Cristiana y fraternal entre todos los miembros que forman el presbiterio diocesano. Todos los discípulos de Cristo debemos amarnos mutuamente siempre: En las buenas y en las malas, con verdadera y sincera caridad fraternal. Pero los sacerdotes son los primeros que deben dar este ejemplo de amor fraternal. Pero como en todo lo humano; como vimos desde la primera familia, hay fallas, porque los sacerdotes son seres humanos y también se dan problemas, como en los primeros hermanos y se falta a la caridad, no viviendo la fraternidad evangélica pedida. Se nos olvida el apremio con el que impuso el Sumo y Eterno Sacerdote, a todos sus discípulos el mandato del amor fraternal, que fue el “mandamiento nuevo”, para convertirlo en un lazo real y verdadero y vínculo de unidad ejemplar para la comunidad eclesial. Y por este olvido a veces los sacerdotes se convierten en francotiradores, comentando y criticando a otros sacerdotes, en las mismas reuniones de sacerdotes. Como sucede en las reuniones de grupos de amigos, que se juntan para tomar café, convivir y “conbeber”; y comerse al prójimo. Siempre habrá en todo ser humano, antagonismos; porque se es persona y cada quien tiene su modo de ser y de pensar. Y por ser persona nadie es igual. El problema empieza cuando se nos olvida, las enseñanzas y mandamientos divinos: “No veas la paja en el ojo de tu vecino, ve la viga que llevas en el tuyo”. “El que esté sin pecado que le tire la primera piedra”. “No hagas a otro, lo que no quieras que te hagan a ti”. “Traten a los demás, como quieran que los traten a ustedes”. “Con la vara que midan, serán ustedes medidos”. Y el Señor Divino Juez, nunca olvida sus promesas. Por lo general, en lugar de felicitar al hermano por lo bueno que hace; de apreciar y valorar sus cualidades positivas; agradecerle sus servicios; pedirle consejo por la experiencia que tiene; etc. Nos especializamos en ventilar sus defectos y divulgarlos; y lanzarle a la cara el lodo de sus errores, para ensuciarlo más de lo que está. También la palabra de Dios nos dice: “Si alguien dice: Amo a Dios, pero aborrece a su hermano, es un mentiroso. Porque el que no ama a su hermano, a quien ve, no es posible que ame a Dios a quien no ve”. Ojos que no ven, corazón que no siente; éste, es un refrán popular, pero que tiene algo de verdad. El magisterio eclesiástico siempre, pero especialmente en el del Concilio Ecuménico Vaticano -II- en el decreto sobre la vida y ministerio de los sacerdotes entre la variedad de temas tratados está en el número -8- el de la: Fraternidad Sacerdotal. En el que se nos recuerda que por la ordenación sacerdotal, somos reflejo del Sumo y Eterno Sacerdote y eso nos pide unidad y fraternidad, la que nos lleva a la ayuda mutua y recíproca, para cuidar en todos la vida espiritual y humana y del servicio ministerial, prestado a la comunidad. La fraternidad sacerdotal, nos pide dice el Concilio que: Los sacerdotes de edad avanzada, reciban a los jóvenes, como verdaderos hermanos y se les ayude en su ministerio sacerdotal que están iniciando. Y que se les comprenda su novata mentalidad ministerial. Y que los sacerdotes jóvenes, sepan respetar y apreciar la experiencia de los mayores de edad, que son un rio caudaloso, que lleva de todo positivo y negativo, pero pueden por lo mismo aconsejar, a los que empiezan a caminar en la vida sacerdotal. Se nos pide preocuparnos y ayudar a los sacerdotes enfermos, afligidos, aislados, marginados, para ayudarlos a librarse de las consecuencias negativas que les puedan sobrevenir. Y el Concilio en este documento, nos pide a los sacerdotes, que nos sintamos especialmente obligados, con aquellos que se encuentran en alguna dificultad; Se nos pide ayudarlos oportunamente como hermanos y aconsejarlos discreta y prudentemente si es necesario y oportuno. Y hacer oración por ellos. Se nos pide que siempre manifestemos caridad fraterna evangélica; para los que han fallado en algo y mostrarnos siempre como hermanos y amigos de verdad. Todos los verdaderos discípulos del Maestro Divino, pero especialmente los sacerdotes debemos dar en forma respetuosa, comprensiva y caritativa la mano al caído de alguna forma y animarlo a que se levante y siga adelante. Debemos ser siempre: “Buenos Samaritanos” y sufrir con el que sufre. Si hay entre los sacerdotes un verdadero amor fraternal evangélico, sabemos ver y apreciar todo lo positivo que tiene el hermano caído, para ayudarlo a superarse. A todos se nos exige esta caridad evangélica: “Si vas a presentar tu ofrenda ante el altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja allí mismo tu ofrenda ante el altar, y ve primero a reconciliarte con tu hermano y luego vuelve a presentar tu ofrenda”. La enseñanza divina que leemos en -Mateo-(5, 23-24) nos dice la importancia de la caridad fraternal. Sin ésta, la práctica de los actos religiosos cultuales, son una verdadera farsa. Porque si no se realizan con un corazón lleno de amor fraternal, carecen de valor ante Dios. Puede suceder que se hagan extremadas sutilezas cultuales litúrgicas, pero tiene una piel espiritual paquidérmica, para con el hermano sea sacerdote o no. Se piensa que la vida religiosa cristiana se limita a la oración y demás actos piadosos. Pero el Maestro Divino nos enseña que es preferible dejar la ofrenda -estos actos- y lo primero es vivir el amor fraternal, que tiene una fuerza valorativa, de calidad superior a los puros actos piadosos. Por eso urge restablecer la caridad fraternal entre todos los seres humanos. Y en el tema presente entre los sacerdotes que deben ser ejemplo de este precepto divino, que tiene que vivirse y manifestarse en la vida cotidiana. Esta fraternidad es y debe ser un distintivo necesario de la vida sacerdotal, que está totalmente ordenada a la mayor gloria de Dios y de su reino de paz y amor fraternal. Que es constelación de relaciones que llenas de caridad misteriosa e irrompible, para los hermanos en este caso de sacerdotes. El Presbiterio diocesano debe ser una comunidad de hermanos, en la que cualquier falta de caridad entre ellos, es una afrenta directa al ágape eucarístico. Los sacerdotes debemos darnos cuenta que el amor de fraternidad, es algo esencial para que el ministerio que se ejerce, sea grato a Dios. Y El mismo lo exige, y nos pide compartir con el hermano, las alegrías y los sufrimientos y brindarles consuelo y fortaleza para que sigan adelante realizando su ministerio dignamente. El sacerdote que tiene este amor auténtico y sobrenatural de fraternidad que Cristo nos pide, procurará siempre asociarse al hermano y ayudarlo no a criticarlo, a que siga adelante con una vida lo mejor que se pueda. Fraternidad que implica un esfuerzo especial y continuo que debemos tener y vivirlo. Los sacerdotes que cultivan este amor fraternal, hacen un bien inmenso, por ayudar a santificar la vida y la convivencia entre sacerdotes. Porque la caridad fraternal evangélica, es incompatible con toda actitud de aversión o antipatía. Esta Caridad no se reduce únicamente al abstenerse a causar graves daños a los hermanos sacerdotes, sino que nos obliga y nos pide caridad evangélica, para fomentar el bien del hermano. Y aunque tenga problemas, es cuando hay que amarlo más. El mismo Sumo y Eterno Sacerdote nos dice: No trates bien, sólo a quienes te traten bien; sino que hay que ser buenos y positivos con aquellos que nos hacen daño. Debemos saber disculparnos mutuamente. Porque quién puede afirmar que él, nunca ha fallado y el que esté sin pecado que tire la primera pedrada. La fraternidad evangélica es una fuerza que nos empuja a acercarnos al hermano caído y en vez de divulgar el mal hecho, hay que buscar la posibilidad de ayudarlo, con discreción y respeto. Ofrecerle apoyo y consejos orientadores. Pero nunca despreciarlo y humillarlo, sino hacer oración por él. Todos necesitamos sentirnos reconocidos y valorados, pero este reconocimiento no se consigue, sin la caridad fraternal y la carencia de este amor fraternal, se corre el riesgo de refugiarse en cuevas oscuras contrarias a la vida sacerdotal. Pero el amor de los hermanos salva de todos estos peligros. Que no se nos olvide que el Corazón del Sumo y Eterno Sacerdote fue y es, un horno de ardiente amor, que siempre perdonó y ayudó a toda clase de enfermos. Y es el maestro por excelencia y la mejor escuela para aprender a amarnos como hermanos. Procuremos no engolfarnos, en el torbellino del egoísmo farisaico, y olvidarnos del amor fraternal; y en lugar de ayudar perjudicar de diferentes maneras al hermano caído.
¡Para que haya el amor fraterno entre todos los seres humanos, como verdaderos hijos de Dios y como tales, verdaderos hermanos, especialmente los Sacerdotes!