2014-08-18 L’Osservatore Romano
Para Corea, que desde hace más de sesenta años vive «una experiencia de división y de conflicto», y para toda Asia, el Papa Francisco ve en el horizonte «nuevas oportunidades de diálogo, de encuentro y de superación de las diferencias». Y así, como conclusión de su tercer viaje más allá de los confines italianos, lanza un mensaje que une realismo y esperanza: incluso cuando toda perspectiva humana parece «imposible, irrealizable y, quizás, hasta inaceptable» —asegura durante la misa celebrada en la catedral de Seúl el lunes 18 de agosto, por la mañana, poco antes de dejar Corea para regresar al Vaticano— es posible experimentar que «el perdón es la puerta que conduce a la reconciliación» que «supera toda división, sana cualquier herida y restablece los lazos originarios del amor fraterno».
Una convicción que, en la visión del Papa Francisco, se basa en la «disciplina de la paciencia» y en el trabajo paciente de una diplomacia lejana de «recriminaciones recíprocas, críticas inútiles y demostraciones de fuerza», como había destacado ante las autoridades políticas coreanas ya a su llegada el jueves 14 por la mañana. Sin olvidar que en un mundo cada vez más globalizado la paz pasa también a través de un desarrollo económico a la medida del hombre, atento a los más vulnerables y capaz de poner un freno al «espíritu de competición desenfrenada —adviritió en la misa de la solemnidad de la Asunción— que genera egoísmo y hostilidad».
A este compromiso el Pontífice llama a los cristianos a dar una aportación original, a través de un «testimonio profético» en beneficio de toda la sociedad. Y así a los obispos coreanos recordó que la Iglesia debe huir de la tentación del «bienestar espiritual» que aleja a los pobres de sus puertas. Y a los prelados del continente le presenta una iluminadora lección de diálogo, invitándoles a no «esconderse detrás de respuestas fáciles, frases hechas, leyes y reglamentos» sino a acercarse a los demás con espíritu libre y abierto. Teniendo bien presente que los cristianos no actúan como «conquistadores» sino deseando caminar junto a cada hombre para mostrar que la unidad —como recordó a los jóvenes protagonistas de la sexta jornada de la juventud asiática en el santuario de Solmoe— «no destruye la diversidad sino que la reconoce, la reconcilia y la enriquece».