Abnegación y sacrificio, ¿palabras fuera de época?

de Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Obispo Auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM

"El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo" (cfr. Mt 16,21-27)

Hace casi 30 años un sacerdote me regaló un escrito que decía: “Abnegación y sacrificio, ¿palabras fuera de época?”. Y pareciera que sí. Hoy, quien dejándose amar por Jesús decide seguirle por el camino hermoso pero sacrificado del amor, se convierte “en hazmerreír de todos”[1]. En cambio, las palabras “comodidad”, “placer” y “utilidad” ¡sí que siempre están de moda!

Por eso comprendemos que Pedro, al escuchar que Jesús, amando hasta el extremo está dispuesto a padecer, morir y resucitar para salvarnos, exclame: “Eso no puede pasarte”. Entonces, para ayudar a sus discípulos a encontrar el camino de la vida, que es el amor, Jesús responde: “Apártate de mí, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios”.

Pensar como los hombres y no como Dios es optar por el egoísmo, que nos hace amar “a medias”. Así, si acomedirnos en casa es cansado, no nos acomedimos; si no se nos “antoja” ir a Misa, no vamos; si la fidelidad conyugal o la castidad en el noviazgo es difícil, nos abandonamos a la pasión; si ser honestos parece poco útil, decidimos ser “abusados” antes que honrados; si para ayudar a alguien tenemos que renunciar a la propia comodidad o conveniencia, optamos por no ayudar.

“Cuando la realización de la propia vida está orientada únicamente al éxito social, al bienestar físico y económico –explica Benedicto XVI–, ya no se razona según Dios sino según los hombres” [2]. ¿Y cuál es el resultado? Que la vida se precipita al abismo del sinsentido y la insatisfacción; los matrimonios y los noviazgos fracasan, las familias y las amistades se dividen, y la sociedad se hace injusta y violenta. Entonces comprobamos que ¿de qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si se pierde a sí mismo?

“No se dejen transformar por los criterios de este mundo –aconseja san Pablo– dejen que una nueva manera de pensar los transforme internamente para que sepan discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo perfecto”[3]. ¿Cómo hacerlo? Escuchando a Jesús que nos dice: “El que quiera venir conmigo –para alcanzar la vida verdadera, plena y eterna–, que salga de su egoísmo, que cargue con su cruz –es decir, que ame de verdad– y me siga”.

San Agustín lo comprendió. Entonces, reconociendo que se había dejado extraviar al pensar como los hombres y no como Dios, exclamó: “¡Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera!... Cuando yo me adhiera a ti, Señor, con todo mi ser, ya no habrá para mi dolor ni fatiga, y mi vida será realmente viva, llena toda de ti”[4].

Comprendiendo la esperanza que nos da el llamamiento de Dios[5], sigamos a Jesús por el camino del verdadero amor, que hace la vida plena y eterna. Y si sentimos que somos demasiado débiles para pensar como Dios y seguir a Jesús, acudamos con toda confianza al Señor. Entonces comprobaremos que su mano es capaz de sostenernos[6].


[1] Cfr. 1ª Lectura: Jer 20, 7-9.
[2] Ángelus, 28 de agosto de 2011.
[3] Cfr. 2ª Lectura: Rm 12, 1-2.
[4] Confesiones, Libro 7,10,28; 10,27.
[5] Cfr. Aclamación: Ef 1,17-18.
[6] Cfr. Sal 62.
Noticia: 
Local