¿Vas a tenerme rencor porque yo soy bueno? (cfr. Mt 20, 1-16)

de Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Obispo Auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM

XXV Domingo Ordinario, ciclo A

Tres náufragos, caminando en una isla desierta, encontraron una lámpara. La frotaron y salió un genio que les dijo: “Pida cada uno un deseo”. “¡Deseo volver a casa con mi familia y ser muy rico!”, dijo el primer náufrago, y el genio se lo concedió. Mirando esto, el tercer náufrago sonrió maliciosamente. “También deseo volver a casa, ser rico y además famoso”, exclamó el segundo náufrago, y el genio se lo concedió. Entonces el tercer náufrago soltó una carcajada. “De que te ríes”, preguntó intrigado el genio. “De lo que voy a pedirte: que mis amigos regresen a esta isla solitaria”.

La envidia es tristeza del bien ajeno, como lo vemos en aquellos trabajadores de la parábola que, habiendo recibido lo que el propietario de la viña les había ofrecido por su labor, se quejaron de que los que llegaron después hubiesen recibido la misma paga. Así son los envidiosos: “se quejan de lo que se da a otros como si se les quitara a ellos”[1].

¡Qué diferente es Dios!, cuyos caminos aventajan a los nuestros[2]. Él, que es misericordioso[3], deseando nuestra plena y eterna felicidad, nos invita a trabajar en su creación, en cualquier etapa de la vida, como explica san Gregorio: en la niñez, la adolescencia, la juventud, la edad adulta o en la vejez[4]. Por eso, como decía san Juan Pablo II: “A nadie le es lícito permanecer ocioso”[5].

Dios nos pide trabajar en este mundo, con sus valores y sus problemas, sus inquietudes y sus esperanzas, sus conquistas y sus derrotas[6]. ¿Cómo? Llevando una vida digna del Evangelio de Cristo[7], que, buscando la gloria de Dios, hace de la persona el centro de la vida política, económica, cultural y social[8]. ¿Por dónde comenzar? Por el propio matrimonio y la familia; por el noviazgo, los ambientes de amistades, de estudio, de trabajo, de vecinos y la comunidad parroquial.

Se trata de ser esposos fieles, padres ejemplares, hijos agradecidos, hermanos compartidos, novios respetuosos y vecinos amables. De ser estudiantes, obreros, profesionistas o empresarios responsables. Ser buenos con los amigos y los compañeros de estudio o de trabajo, y ciudadanos participativos y solidarios con todos, especialmente con los más necesitados, cuidadosos del medio ambiente.

Dejemos que Dios abra nuestros corazones para que comprendamos las palabras de su Hijo[9]; esas palabras que nos muestran el camino del verdadero desarrollo, y que nos enseñan cómo ser felices en esta tierra y luego felicísimos para siempre en el cielo[10]. ¡Nunca es tarde para empezar! Más vale aprender de viejo, que morir necio ¡No muramos necios! ¡A trabajar!


[1] PSEUDO-CRISÓSTOMO, Opus imperfectum in Matthaeum, hom. 34.

[2] Cfr. 1ª Lectura: Is 55, 6-9.

[3] Cfr. Sal 144.

[4] Homiliae in Evangelia, 19,1.

[5] Cristifideles Laici, 3.

[6] Ídem.

[7] Cfr. 2ª Lectura: Flp 1, 20-24.27.

[8] Cristifideles Laici, 36, 37,38, 40 y 43

[9] Cfr. Aclamación: Hch 16, 14.

[10] Cfr. SAN GREGORIO MAGNO, homiliae in Evangelia, 19,1: “Todos reciben… igual recompensa, la de la vida eterna”.