La ciudad bajo la luz del Evangelio

de Jonás Guerrero Corona
Obispo de Culiacán

LA CIUDAD BAJO LA LUZ DEL EVANGELIO. (Homilía en el Aniversario 483 de la fundación de la ciudad de Culiacán).

HERMANOS: celebrar a Jesucristo esta mañana de Aniversario es ratificar a la luz de la Palabra de Dios y ante el Altar que representa a Cristo nuestra mirada de fe, mirada trascendente que lleva hacer memoria de quienes trazaron esta ciudad hace cinco siglos y también hacer memoria de los que a lo largo de la historia de esta ciudad capital y ciudad episcopal, Culiacán, han acompañado su crecimiento y proyección académica, deportiva, social, económica, política y por supuesto en medio de todo ello la fuerza de la fe en Cristo. Fe que lleva al respeto y al amor al prójimo y nos capacita para ser ciudadanos de esta ciudad concreta y poner en juego nuestras actitudes y comportamientos que tejen la verdadera ciudadanía y hacen el entramado social que requiere esta ciudad noble y generosa.

Pastores y fieles, autoridades y ciudadanos, estamos ratificando nuestra fe que nos hace alabar y bendecir a Dios que camina con nosotros en esta querida ciudad de Culiacán. Yo, como pastor diocesano, estoy desafiado por la fe a mirar esta ciudad con mirada evangélica sin importar raza, cultura, opción política, color o religión; como la ve Jesucristo el que pide “seamos uno en Él para que el mundo crea” (Jn 17,21) en su salvación, como cuando llegó a la ciudad de Zaqueo y éste tenía deseo de verlo y dio el paso en la fe cambiando sus criterios de conducta adherido a Jesucristo. Y aquel hombre pasó a ser un ciudadano honesto, veraz, recto estableciendo relaciones de justicia y solidaridad con sus conciudadanos.

Esta fiesta ciudadana nos impulsa a vivir la fe procediendo como lo hacía Jesús: Él “pasó haciendo el bien” (Hch 10,38), así nosotros desafiados a vivir la madurez católica ahora que en el proceso diocesano estamos acompañando a los laicos hacia una fe madura. Dicha madurez requiere el lenguaje del amor, uno de esos lenguajes es: COMPARTIR. Esta ciudad, a 483 años de su fundación, es el resultado del amor de quienes nos han precedido y han compartido su tiempo, su saber y su tener, su salud, su escucha y su energía de servir, su trabajo, su laboriosidad y alegría sinaloense. Por ello se fue generando esta ciudad proactiva y dinámica en el noroeste del país.

Compartir no equivale a dar de lo mío y basta, sino a DARSE en todo lo compartido, va en juego la persona generosa, la persona entera y se hace el nuestro social, se hace la utopía de los que creyeron que era posible una ciudad próspera y corrieron todos los riesgos y lograron aproximarse a ciudadanos que vinieron de otros países y de otros continentes; el compartir es relacional, lleva a aproximarse, desde el evangelio: hacerse prójimo y se genera la hermandad, es una manera de evangelización profunda de la sociedad, no por anuncio sino por atracción, el que comparte atrae y rehace el entramado social desde el darse.

Se es maduro si se sabe convivir con las inseguridades en medio de riesgos de toda índole, a veces en actitud radical y siempre hacia lo noble, hacia lo digno y hacia todo lo que nos hace más humanos. Y se genera la creatividad en medio del clima adverso, de inclemencias de la historia, de situaciones que al generoso lo estimulan a darse y a vivir en otra dimensión más allá de egoísmos y más allá de intereses mezquinos.

Sin duda alguna esta ciudad no fue excepción de lo recurrente en toda sociedad formada por los que comparten y los que no comparten; éstos acumularon para sí mismos, hurtándolo a las necesidades de los otros; tal vez compulsivos en el tener sin darse cuenta que el tener egoísta los tenía atados y esclavizados y perdieron la capacidad de ver a los demás como hermanos y no colaboraron en la historia de esta ciudad, sino solo se aprovecharon de ella y sus nombres se perdieron en la oscuridad del no compartir. Mientras que los que compartieron y llevaron el peso de la fatiga y el cansancio de construir la historia: sus nombres, como dice la Santa Escritura, “están escritos en la palma de la mano del Creador” (Is 49,16) quien desde el inicio del humanidad llamó al hombre y a la mujer a colaborar cuidando y cultivando la creación y abiertos a la vida formaron sus familias desde el amor esponsal que tiene el sello indeleble del compartir. Definitivamente compartir es el nombre social del amor.

Por eso, esta celebración eucarística puede desatar nuestra capacidad de compartir y ofrendar en este altar todo lo que hemos recibido para bien de los demás, marcados desde el bautismo para alcanzar “la alegría más profunda en dar que en recibir” (Hch 20,35) y capacitados en la Confirmación para vivir dicho gozo con la ayuda impostergable del Espíritu Santo, y con esta fuerza de los sacramentos seguir edificando esta bella ciudad, éste es un aporte de los discípulos de Jesús en bien de esta ciudad.

Los que vivimos desde la fe tenemos el desafío de la urbe al que queremos responder con la vitalidad de la pastoral urbana en actitud misionera, en palabras del Papa Francisco: “Parroquias en salida” al encuentro de lo distinto, para acompañar los diversos rubros de la realidad a evangelizar y a ser fermento evangélico en una sociedad plural que va constatando que solo la fe vivida en madurez da unidad a la realidad y la integra y le da sentido en Cristo; con San Agustín, en su espléndido libro LA CIUDAD DE DIOS, recordamos que dos amores construyeron dos ciudades uno desde el egoísmo que los llevó a la desintegración evoca a Babel, ciudad autosuficiente y evoca también a Babilonia, la anti-ciudad ; y otro desde el amor entregado que llevó a la ciudad a la unidad y a la integralidad de la sociedad y edificó así la ciudad de Dios, la ciudad Santa del Apocalipsis, desde este amor evangélico queremos colaborar con todos los de buena voluntad, en actitud proactiva, favoreciendo el auténtico desarrollo total de nuestra urbe.

Nos acercaremos al altar donde vamos a celebrar la Cena del Señor Jesús y proclamaremos que nuestra ofrenda es el CUERPO del Señor Jesús que se entrega y su SANGRE que se derrama, la ofrenda total del resucitado que se nos ofrece para comerla y beberla para que nos fortalezca y dinamice, y así podamos continuar la historia que nos toca escribir en el día a día de esta ciudad. Cada uno en su campo que le es propio: educativo, deportivo, económico, político, cultural, en el cultivo del campo o en el cultivo de las artes y sobre todo en el arte de formar hogares sinaloenses donde se viva el compartir como signo de vida que se entrega y fructifica en nuevas generaciones que se sumen a la utopía de un Culiacán libre de la cultura de la muerte y de todo tipo de esclavitud que impida el crecimiento y la belleza de esta ciudad capital y ciudad episcopal.

A quienes nos toca edificarla desde la Fe católica u otras expresiones religiosas, la fiesta patronal nos estimula para que seamos como San Miguel: proclamadores del Dios de la vida, el Padre de Jesús y Padre nuestro y sigamos afanándonos en el día a día de la historia que nos corresponde coherentes con el nombre del Arcángel Patrono de la ciudad: ¡Quién como Dios! Que esta fiesta nos aliente a compartir y nos capacite para ello, a fin de que nuestra sociedad esté marcada por el Evangelio de la vida superando todos los signos de muerte que nos impiden edificar y sostener la vitalidad de esta noble, próspera y bella ciudad.

Culiacán cuenta con todos nosotros en la fuerza del Evangelio de Jesucristo, es lo mejor que podemos ofrecer a nuestra ciudad: el Evangelio de la vida que nos lleva al encuentro, al acompañamiento y a ser fermento en esta sociedad plural y poliédrica necesitada profundamente del Evangelio que hace nuevas todas las cosas y sostiene los corazones guiados por el Espíritu Santo.

¡QUIÉN COMO DIOS! ¡ALABADO SEA JESUCRISTO!

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