I. Contemplamos la Palabra
Comienzo de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 1,1-10:
Pablo, apóstol de Cristo Jesús por designio de Dios, a los santos y fieles en Cristo Jesús, que residen en Éfeso. Os deseo la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo. Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor. Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya. Por este Hijo, por su sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche para con nosotros, dándonos a conocer el misterio de su voluntad. Éste es el plan que había proyectado realizar por Cristo cuando llegase el momento culminante: recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra.
Sal 97,1.2-3ab.3cd-4.5-6 R/. El Señor da a conocer su victoria
Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo. R/.
El Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia
y su fidelidad en favor de la casa de Israel.
la victoria de nuestro Dios.
Aclamad al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad. R/.
Tañed la cítara para el Señor,
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas,
aclamad al Rey y Señor. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (11,47-54):
En aquel tiempo, dijo el Señor: «¡Ay de vosotros, que edificáis mausoleos a los profetas, después que vuestros padres los mataron! Así sois testigos de lo que hicieron vuestros padres, y lo aprobáis; porque ellos los mataron, y vosotros les edificáis sepulcros. Por algo dijo la sabiduría de Dios: "Les enviaré profetas y apóstoles; a algunos los perseguirán y matarán"; y así, a esta generación se le pedirá cuenta de la sangre de los profetas derramada desde la creación del mundo; desde la sangre de Abel hasta la de Zacarías, que pereció entre el altar y el santuario. Sí, os lo repito: se le pedirá cuenta a esta generación. ¡Ay de vosotros, maestros de la Ley, que os habéis quedado con la llave del saber; vosotros, que no habéis entrado y habéis cerrado el paso a los que intentaban entrar!»
Al salir de allí, los escribas y fariseos empezaron a acosarlo y a tirarle de la lengua con muchas preguntas capciosas, para cogerlo con sus propias palabras.
II. Compartimos la Palabra
“Gracia y paz de parte de Dios”.
Comenzamos hoy en la liturgia eucarística la lectura de la carta a los Efesios, una carta escrita –según parece- para hacerla circular entre las Iglesias de Asia fundadas por el apóstol Pablo.
Los primeros versículos que hoy se proclaman nos trasportan al proyecto originario de Dios: la historia es historia de salvación, de bendición, de gracia y paz. Dios nos hace partícipes, es más, derrocha derramando sobre nosotros su Amor y su misericordia en un proyecto que es benevolente siempre con nosotros.
Acostumbrados como estamos a contemplar la historia como una sucesión de hechos dramáticos, caóticos, del uno al otro confín, esta lectura nos hace una fuerte llamada a la conversión, a la esperanza, a recobrar la ilusión y a ser pacientes. Dios lleva adelante su proyecto pero son precisos estos tiempos de purificación, de pruebas, de lucha. Dios redime todo lo creado y confía a la Iglesia la misión de ser artífice de comunión y sacramento de salvación, posibilitando el crecimiento de todos hacia la cabeza que es Cristo. Como decía el mártir de Argelia, el P. Christian de Chergé: “Establecer la comunión y establecer la semejanza, jugando con las diferencias”.
“Ni entráis ni dejáis entrar”.
Contrastan terriblemente el tono de alabanza y bendición de la carta a los Efesios con estos ataques de Jesús a los maestros de la Ley y los fariseos. Es el mismo asombro que causa el hecho de que los más preparados para recibir la revelación de Jesucristo, se cerraron al Evangelio e incluso intentaron por todos los medios acabar con él.
Es una doble advertencia la que hoy nos da el Evangelio: primero, no adueñarnos del saber, no creernos poseedores de la verdad, ni sentirnos seguros de la salvación que Dios nos da gratuitamente. Hay que estar vigilantes. Segundo, caer en la cuenta de que somos responsables los unos de los otros. No podemos creer que la fe sea algo individual; todo lo contrario, el bien y el mal repercuten en la generación a la que pertenezco; mi santidad y mi pecado harán crecer o paralizarán la comunión del cuerpo de Cristo. Dios quiere salvar a todos en Cristo por medio nuestro; no seamos obstáculo, sino que demos testimonio con valor de que Jesús es el único Salvador.
MM. Dominicas
Monasterio de Sta. Ana (Murcia)