2014-11-06 Radio Vaticana
(RV).- En la ley del Reino de Dios el contracambio no sirve, porque Él dona con gratuidad. Lo afirmó el Papa Francisco en la Misa matutina en la Casa de Santa Marta. El Pontífice advirtió que a veces, por egoísmo o ganas de poder rechazamos la fiesta a la cual el Señor nos invita gratuitamente. A veces, advirtió, nos confiamos de Dios “pero no demasiado”.
Un hombre dio una gran fiesta, pero los invitados pusieron excusas para no ir. El Papa ha desarrollado su homilía partiendo de la parábola narrada por Jesús en el pasaje de Evangelio de hoy. Una parábola, dijo, que nos hace pensar porqué “a todos nos gusta ir a una fiesta, nos gusta ser invitados”. Pero en este banquete “había algo” que a los tres invitados “que son un ejemplo de tantos, no les gustaba”. Uno dice que debe ver su campo, tiene ganas de verlo para sentirse “un poco potente”, “la vanidad, el orgullo, el poder, y prefiere más bien aquello que quedarse sentado como uno entre tantos”. Otro ha comprado cinco bueyes, por lo tanto está concentrado en los negocios y no quiere “perder tiempo” con otra gente.
El último, finalmente, se excusa diciendo que es casado y no quiere llevar a la esposa a la fiesta. “No – dijo el Papa – quería el afecto para sí mismo: el egoísmo”. “Al final – prosiguió el Pontífice – los tres tienen una preferencia por sí mismos, no por compartir una fiesta: no sabe qué es una fiesta”. Siempre, hay un interés, está lo que Jesús ha explicado como “el contracambio”.
"Si la invitación hubiera sido, por ejemplo: 'Vengan, que tengo dos o tres amigos negociantes que vienen de otro país, podemos hacer algo juntos', seguramente nadie se habría excusado. Pero lo que los asustaba a ellos era la gratuidad. Ser uno como los otros, allí. Precisamente el egoísmo, estar al centro de todo. Es tan difícil escuchar la voz de Jesús, la voz de Dios, cuando uno gira alrededor de sí mismo: no tiene horizonte, porque el horizonte es él mismo. Y detrás de esto hay otra cosa, más profunda: está el miedo de la gratuidad. Tenemos miedo de la gratuidad de Dios. Es tan grande que nos da miedo”.
Esto, dijo el Papa, sucede “porque las experiencias de la vida, tantas veces nos han hecho sufrir” como sucede a los discípulos de Emaús que se alejan de Jerusalén, o a Tomás, que quiere tocar para creer. “Cuando la oferta es tanta” – agregó retomando un proverbio popular – “hasta el Santo sospecha”, porque “la gratuidad es demasiada”. “Y cuando Dios nos ofrece un banquete así” – afirmó – pensamos que “es mejor no meterse”:
“Estamos más seguros en nuestros pecados, en nuestros límites, pero estamos en nuestra casa; ¿salir de nuestra casa para ir a la invitación de Dios, a la casa de Dios, con los otros? No. Tengo miedo. Y todos nosotros cristianos tenemos este miedo: escondido, adentro…pero no demasiado. Católicos, pero no demasiado. Confiados en el Señor, pero no demasiado. Esto 'pero no demasiado' marca nuestra vida, nos hace pequeños, ¿no? Nos empequeñece".
Una cosa que nos hace pensar - agregó - es que, cuando el siervo le refirió todo esto a su dueño, el dueño se irritó porque había sido despreciado. Y manda a llamar a todos los pobres, los lisiados por las plazas y las vías de la ciudad. El Señor pidió al siervo que obligue a las personas a entrar a la fiesta. “Tantas veces – comentó el Santo Padre – el Señor debe hacer con nosotros lo mismo: con las pruebas, tantas pruebas”:
“Oblígalos, que aquí será la fiesta. La gratuidad. Obligar a aquel corazón, a aquella alma a creer que es gratuidad de Dios, que el don de Dios es gratis, que la salvación no se compra: es un gran regalo, que el amor de Dios…es el amor más grande! Ésta es la gratuidad. Y nosotros tenemos un poco de miedo y por esto pensamos que la santidad se hace con nuestras cosas y a la larga, nos volvemos un poco pelagianos ¡eh! La santidad, la salvación es gratuita”.
Jesús - ha evidenciado - “ha pagado la fiesta, con su humillación hasta la muerte, muerte de Cruz. Y ésta es la gran gratuidad”. Cuando nosotros miramos el Crucifijo, - dijo el Papa - pensamos que ésta es la entrada a la fiesta”: “Sí, Señor, soy pecador, tengo tantas cosas, pero te miro y voy a la fiesta del Padre. Me confío. No quedaré desilusionado, porque Tú has pagado todo”. Hoy – concluyó – “la iglesia nos pide que no tengamos miedo de la gratuidad de Dios”. Solamente, “nosotros debemos abrir el corazón, de parte nuestra hacer todo lo que podemos, pero la gran fiesta la hará Él”.
(MCM - RV)