Homilía de
S.E.R. Mons. Christophe Pierre
Nuncio Apostólico en México
Centenario de la Familia Paulina
(Basílica de Guadalupe, México, D.F., 9 de noviembre de 2014)
Queridas hermanas y hermanos,
Al celebrar hoy la dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán, Catedral del Obispo de Roma, la Palabra de Dios por medio del profeta Ezequiel nos presenta la figura del templo como fuente de agua. De agua que mana del lado del altar y se hace un río hacia Oriente, hacia el desierto de Judea porque es agua divina, regalo de Dios para el desierto y el destierro de su pueblo. La imagen de que esta agua ha de llegar a las aguas del Mar Muerto es todo un canto y una inspiración de los dones divinos. Donde no hay vida, Dios donará vida; donde no hay Espíritu, Dios suscitará algo realmente nuevo.
Pero, si imponente es la visión de Ezequiel, no lo es menos la teología del “templo” que San Pablo nos sugiere en su primera carta a los Corintios. En ella no hay altar, sino “espíritu” y “templo” cuyo único cimiento válido es Jesucristo.
De “templo” y de “cuerpo” nos habla también el Evangelio. Del cuerpo de Cristo: espacio habitado en plenitud por la divinidad durante treinta y tres años en la tierra y que ahora, resucitado, vive glorioso para siempre. Cuerpo de cuyo costado brotan torrentes de Agua Viva que todo lo llenan de vida por Él, que dijo: “Yo soy la Vida”, “Quien tenga sed que venga a Mí y beba”.
Templo-cuerpo, agua-vida. Binomios llenos de contenido que dicen mucho a todos ustedes y a nosotros que hoy, convocados por el Espíritu Santo nos encontramos aquí en la casa de Santa María de Guadalupe, para junto con Ella presentar al Padre nuestra acción de gracias.
“Primero nos bendice a nosotros el Señor, después bendecimos nosotros al Señor. Aquella es la lluvia, éste es el fruto. Así se devuelve el fruto a Dios, que llueve sobre nosotros y nos cultiva”. Son palabras de San Agustín comentando el Salmo 66. Y así es también nuestra alabanza hoy, apoyada en la memoria de las bendiciones recibidas a lo largo de los cien años de existencia de la Familia Paulina. Bendición y acción de gracias, que cobijados por la tierna mirada de la Morenita del Tepeyac, presentamos al Señor.
¡Sí! Hoy damos gracias a “Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo”, por todos los dones recibidos: por la persona del beato Santiago Alberione y las de todas y todos los discípulos misioneros de Jesús que en el pasado y en el presente, siguiendo las huellas de San Pablo, a lo largo de los años han conformado esta gran familia. Alabamos al Señor de todo corazón. También porque entre los innumerables miembros de la familia Paulina hoy se cuentan beatos, venerables y tantos hermanos y hermanas que supieron vivir su existencia de manera ejemplar en los diversos estados de la vida eclesial: sacerdotes religiosos, laicos religiosos, consagradas, sacerdotes diocesanos, laicos comprometidos, cooperadores, o simpatizantes. Damos gracias por el don que así ha enriquecido a la Iglesia a lo largo de un siglo.
Alabamos, entonces, y damos gracias a Dios, encomendándonos a la intercesión del beato Alberione y a la de quienes gozan ya de la visión beatífica, ahora que la memoria del don de Dios y los “signos de los tiempos” les mueven a escuchar, con renovada atención, la voz del Señor, en modo de poder descubrir con la mayor nitidez, siempre bajo la acción del Espíritu Santo, en la oración cotidiana, en la experiencia sacramental, en la meditación y contemplación de la Palabra y en el análisis de los nuevos retos, cuál es la voluntad de Dios para cada uno y para todos, y para poner en acto, a cien años de existencia del carisma paulino, esa fidelidad creativa y clarividente que contribuya eficazmente a responder a los desafíos del hoy, insertándose en el cambio de época dominada por la ciencia, la técnica, la electrónica, la mercadotecnia, la biotecnología, y puesta al servicio del mercado regido por los criterios de la eficacia, rentabilidad y funcionalidad; un cambio de época, que a nivel cultural ha promovido y promueve el relativismo, el secularismo y el individualismo que hacen desvanecer la concepción integral del ser humano, debilitando su relación con el mundo y con Dios.
“Nosotros -decía el P. Alberione-, hemos de seguir encaminando las almas al cielo; pero no a las que vivieron hace diez siglos, sino a las que viven hoy. Hemos de tomar al mundo y a los hombres como son hoy, para hacer el bien hoy” (ATP 147). Escuchar, pues, al Señor, que impulsa a toda la Familia Paulina a la mayor conversión, personal y comunitaria, interior y “ad extra”, para avanzar por el camino de la santidad y para poder dar razón de su ser y de su quehacer en el mundo de hoy, sin ser del mundo, asumiendo su propio “papel sumamente pedagógico para todo el Pueblo de Dios” (Juan Pablo II, Plenaria de la C. para los Institutos de vida consagrada y Sociedades de vida apostólica, 21.09.2001).
¡Santidad y apostolado! “Nuestro primer trabajo –decía el beato Santiago Alberione-, es la santificación, luego viene el apostolado” (Vad 681). Para estar en grado de “enseñar” a los otros en el apostolado, el Paulino debe “ir a la escuela” de Cristo Maestro, pues para ser “apóstoles de la comunicación” es necesario ser “discípulos” de Cristo Maestro Camino-Verdad-Vida, hasta lograr “vivir de Jesucristo: hasta que Cristo tome forma en ustedes” (DF, 1932, 37). “Esta es la senda trazada para los Paulinos: ser siempre discípulos del Maestro; siempre vivir de Él; siempre escucharle; siempre revelarlo. Con el Maestro y en dependencia de Él, serán maestros de saber, de perfección, de vida” (Vad 226).
Ustedes, pues, hermanas y hermanos, poseen una vocación que consiste en ser, ante todo, santos discípulos de Cristo Maestro Camino-Verdad-Vida, y en ser, al mismo tiempo, apóstoles que evangelizan el pueblo de la comunicación, siguiendo los pasos de “San Pablo vivo hoy, pero compuesto por muchos miembros”. Una vocación y carisma que por su misma naturaleza está destinado a jamás “envejecer o hacerse inútil en la sociedad”, precisamente porque íntimamente vinculado a la misión de “evangelizar a los hombres de hoy con los medios de hoy”, en toda época histórica.
Y la época histórica en la que cada uno de ustedes está llamado a evangelizar a los hombres con los medios de hoy, es la nuestra, conformada por los nuevos retos. En efecto, día a día asistimos al desarrollo que hace surgir nuevos mass media, dando vida a la comunicación digital que ha cambiado la naturaleza misma de la comunicación, que de instrumento se transformó en cultura, y ahora, en ambiente de vida que reclama ser comprendido y asumido. Es precisamente en este ambiente de vida que las y los Paulinos deben hoy “lanzarse hacia delante”. Hoy que, -como releva el Papa Francisco-, “el mundo de la comunicación puede ayudarnos a crecer o, por el contrario, a desorientarnos”.
La vida sitúa a jóvenes y adultos ante un flujo casi incesante de “comunicaciones”, de noticias y de interpretaciones, de imágenes y sonidos, de propuestas y solicitaciones. Para el hombre de hoy, muchas de sus actitudes, juicios, tomas de posición, adhesiones y oposiciones se deben a los conocimientos cada vez más vastos y rápidos de las opiniones y de los comportamientos que les llegan a través de los medios de comunicación social. A partir de ello, la gente puede aumentar su empatía y compasión hacia el ser humano o, por el contrario, encerrarse en un mundo individualista y egoísta con efectos casi narcóticos.
El complejo mundo de la comunicación y de los medios con sus estructuras, es un universo cambiante en el que las posibilidades de una tecnología siempre actualizada abren dimensiones hasta hace bien poco ni siquiera imaginadas. Vivimos en un tiempo de indudable aceleración histórica. Lo nuevo hoy, se hace anticuado por la novedad, mañana. Pero las necesidades básicas, vitales, existenciales de todo hombre y mujer, permanecen inalterables. Por ello, hoy no basta, -indica el Papa-, “pasar por las «calles» digitales, es decir simplemente estar conectados: es necesario que la conexión vaya acompañada de un verdadero encuentro. No podemos vivir solos, encerrados en nosotros mismos. Necesitamos amar y ser amados. Necesitamos ternura. Las estrategias comunicativas no garantizan la belleza, la bondad y la verdad de la comunicación (...). La red digital puede ser un lugar rico en humanidad: no una red de cables, sino de personas humanas”.
Y es también aquí que, por vocación y misión ustedes cobran un mayor protagonismo. Son ustedes quienes, debidamente preparados espiritual e intelectualmente, desde el discernimiento humilde y amplio de la realidad, pueden contribuir a que la verdad no naufrague en el océano de la actual comunicación, sino que sea dada con diligencia a toda persona.
“La comunicación –dice el Papa Francisco-, contribuye a dar forma a la vocación misionera de toda la Iglesia; y las redes sociales son hoy uno de los lugares donde vivir esta vocación redescubriendo la belleza de la fe, la belleza del encuentro con Cristo”. Y añade: “también en el contexto de la comunicación sirve una Iglesia que logre llevar calor y encender los corazones”. Comunicación, -precisará el Papa-, como proximidad; desde la conciencia de que somos humanos, hijos e hijas de Dios. Comunicar para reavivar, alentar y sostener la esperanza de los hombres; pues de lo que se trata es de lograr “que nuestra comunicación sea aceite perfumado para el dolor y vino bueno para la alegría”.
Queridas hermanas y hermanos. Nosotros, cada una y cada uno, somos de Cristo: somos discípulos, testigos, misioneros de Cristo; de Aquel que es “Camino, Verdad y Vida", también para aquellos que aún no le conocen.
¡Ánimo pues, y adelante! Como miembros vivos del Cuerpo de Cristo llamados a llevar el Agua Viva a todas las gentes, prosigan su tarea con la misma “parresía” que San Pablo mostró a lo largo de toda su vida. Vivan a fondo el carisma, la espiritualidad y la misión que, -don del Espíritu Santo-, les ha legado el beato Santiago Alberione. Déjense cubrir con la mirada tierna de Santa María de Guadalupe y sean “aceite perfumado para el dolor y vino bueno para la alegría”, para todo hombre y para todo el hombre.
Así sea.