“EL TIEMPO DE ADVIENTO ES EL PRINCIPIO DEL AÑO LITURGICO”

​Hoy dentro de la liturgia Católica, da principio un Nuevo Año Litúrgico, durante el cual se celebran los grandes misterios del Cristianismo y las vidas ejemplares de los Santos. La Iglesia cumple la misión de santificar de modo peculiar a través de la Sagrada Liturgia, de aquí se sigue la importancia de captar el verdadero sentido de los diferentes tiempos litúrgicos. La vivencia adecuada de ellos hace que los católicos saquen consecuencias y compromisos. Es necesario que asimilemos la riqueza litúrgica y espiritual propia de este tiempo, que nos lleva a vislumbrar, todo lo que ha sido el Plan Divino de Salvación; desde los primeros ecos de expectación mesiánica oídos en el A. T., hasta la consumación perfecta realizada en la plenitud de los tiempos. El tiempo de Adviento está impregnado de esperanza. Es un período de espera, que no debe ser inquieta, ni angustiosa, sino gozosa y confiada. Porque vivimos en la espera de la feliz esperanza y de la manifestación de la gloria de Nuestro Gran Dios y Salvador Jesucristo. Entonces el universo entero asistirá maravillado a la derrota definitiva del espíritu del mal, arrojado para siempre a los abismos del infierno. Este tiempo litúrgico no es sólo una preparación, para que el mundo recuerde y celebre un hecho realmente histórico, pero ya pasado cronológicamente como es la irrupción de Dios hecho hombre en la historia humana. Restringir el sentido del Adviento a esto, significa dejar en el olvido nuestro destino final. El mesianismo al empezar a realizarse origina el comienzo de la Escatología, que es el coronamiento definitivo de la obra redentora de Jesucristo.

​Decir pues Adviento, no es únicamente decir preparación para la Navidad, sino que significa esperanza y responsabilidad de los creyentes ante el que volverá un día, no para ser juzgado, sino ser juez y coronar su obra de salvación de cara a la eternidad. El Adviento nos sitúa en el presente de la salvación, con la responsabilidad de una apertura personal a la palabra, a la promesa y a las exigencias de la Vocación Cristiana, para hacer posible ya desde aquí, la realización del “Reino de Dios”. Durante este tiempo la Iglesia, haciéndose eco de la exhortación hecha por Cristo, nos invita a la vigilancia y a estar prevenidos. Da un grito de alerta, para zarandear el amodorramiento religioso del hombre actual, inmerso en un ambiente obsesivamente materialista, que le hace olvidar su vocación escatológica. Desde los orígenes de la humanidad, fuimos heridos por el pecado y de ahí arranca nuestra inclinación al mal y a seguir caminos equivocados, con el riesgo de perdernos en forma definitiva. Por eso es urgente y necesaria esa constante y reiterada exhortación a la vigilancia, para afrontar responsablemente el misterio de la Salvación. Ciertamente el mundo es para el hombre y este para el mundo; se pertenecen mutuamente, para una plena realización de ambos, pero no se debe vivir de espaldas al sentido escatológico que tiene todo el universo. El auténtico cristiano, es el hombre que vive el mensaje evangélico a diario con la atención acuciante de quien espera la manifestación definitiva de Cristo. Fácilmente nos podemos dejar absorber, por el remolino del mundanismo y de la inmediatez, olvidándonos de la eternidad aparentemente lejana. Por eso en este tiempo se nos exhorta a estar alerta y vigilantes, ya que no hay nada en el mundo, que no sea una llave, para abrir o cerrar las puertas del Reino. Se nos llama la atención, para que trabajemos en hacer un mundo más humano y sepamos valorar las cosas de este mundo con relación a los bienes eternos, porque la esperanza cristiana va más allá de las realizaciones en el mundo.

​Vivir en el tiempo tiene su riesgo, si no sabemos formular nuestra escala correcta de valores, podemos consumir la vida en superficialidades embarnizadas sirénicamente de placer y perder el destino eterno. “DE QUE LE SIRVE AL HOMBRE GANAR TODO EL MUNDO, SI AL FINAL SE PÍERDE”. Por eso la Iglesia Católica fundada por Jesucristo, tiene tiempos especiales en los que invita a la reflexión, para hacer una reforma y conversión interior y un esfuerzo sincero en la búsqueda constante de un Cristo vivo y de un Evangelio encarnado en nuestro diario vivir. El espíritu de este tiempo nos exige vivir no en el abandono enervante de un pasivismo espiritual derrotista; sino con el alma esperando ansiosa y responsablemente a Cristo reformador de nuestras miserias que vendrá no como la primera vez, que tuvo el sello del sufrimiento y en la que fue envuelto en pañales; sino revestido de gloria y coronado de realeza. No nos limitemos a meditar y celebrar sólo la primera venida, sino que se nos invita a vivir en espera de la segunda. Litúrgicamente nos preparamos para la Navidad, pero existencialmente para el DIA DEL JUICIO DEL SEÑOR. Jesús no debe ser sólo un recuerdo lleno de sentimientos y emociones, sino la ocasión para dejarnos salvar por El, renovar nuestro compromiso de ser testigos de su reino en nuestro mundo. Recuerde que el tiempo de Adviento con su fuerte reclamo escatológico y salvífico, debe formar a los creyentes en su “ser” a testimoniar en el mundo los Valores humanos y cristianos, sin los cuales el hombre no puede realizarse plenamente. Vivamos pues la Liturgia Adviental, porque este tiempo es uno de los periodos de la vida espiritual de la comunidad eclesial de suma importancia por su contenido teológico y salvífico orientado a la parusía. Recuerde que hay: adviento histórico, adviento mistérico o eclesial y adviento escatológico. El primero es el que se vivió desde Adán hasta el acontecimiento de la Encarnación. Vivían sin Cristo y era para ellos una esperanza y un futuro. El mistérico es que la Iglesia celebra haciendo realidad la promesa hecha a Adán y a sus descendientes. Y el escatológico es el final donde se realizará la segunda Venida que habrá de coronar en forma gloriosa su obra redentora. Y también debemos estar preparados para esta venida que será un momento definitivo con el Divino Redentor, que será para ser premiados o castigados, en forma eterna. El adviento siempre será un grito de alerta, una llamada a la vigilancia y un programa de superación moral que nos lleve inmaculados e irreprochables hasta la parusía del Divino juez. Aprovechemos este tiempo litúrgico, lleno de optimismo esperanzador y de fortaleza operante, impregnado de una vida de oración y de auténtica esperanza cristiana. ¡Arriba y adelante!