de Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Obispo Auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM
Hoy, en la Basílica de Guadalupe, el Secretario General de la CEM, Mons. Eugenio Lira, presidió la Misa de la Fundación Pontificia "Ayuda a la Iglesia que sufre", con la presencia de su Presidente Internacional, del Arzobispo de Acapulco, Mons. Carlos Garfias, de algunos sacerdotes venidos de distintas regiones del mundo, y de varios fieles. Al término de la celebración les fueron obsequiadas unas piedras de la cantera del Tepeyac a los encargados de las oficinas en distintos países y se oró por la justicia y la paz en México.
Homilía de S.E. Mons. Eugenio Lira Rugarcía
Nuestro México está en crisis. Y también lo están muchos países en el mundo, donde millones de cristianos y seguidores de otras religiones sufren diversas formas de miseria y persecución. El egoísmo, la inequidad, la injusticia, la intolerancia, la corrupción y la indiferencia han oscurecido este hermoso paisaje terreno. Pero todos, poniendo de nuestra parte, podemos hacer que las cosas mejoren. El Adviento, que ayer comenzamos, es una oportunidad para hacerlo.
En este tiempo, con el iniciamos un nuevo Año Litúrgico, nos preparamos para celebrar la gran y amorosa idea que tuvo Dios; venir a este mundo que ha creado para, haciéndose uno de nosotros, restaurar el caos que provocamos al desconfiar de Él y cometer el pecado original, con el que abrimos las puertas de la tierra al sufrimiento, al mal y a la muerte.
¡Éste es nuestro Dios! Un Dios que no se queda en la distancia, mirando con indiferencia lo que pasa, sino que se acerca, se compromete y actúa. Él ha venido para ofrecernos un futuro. Así nos lo dice hoy a través del profeta Isaías: “Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor... De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra".
¡Qué esperanza tan maravillosa! Una esperanza tan grande que, como enseñaba Benedicto XVI, “hace que valga la pena el esfuerzo del camino". Esta esperanza es la que nos impulsa a imitar a Dios y, como Él, no mirar de lejos y con indiferencia lo que pasa en México y en el mundo, sino a entrarle y a trabajar para construir una humanidad unida, donde la luz de la verdad, la equidad, la justicia, la tolerancia, el diálogo, la solidaridad y la vida disipen las tinieblas que ensombrecen la existencia.
Entrémosle, sabiendo que el Señor está cada día con nosotros, caminando con nosotros, luchando con nosotros ¡Confiemos en Él! Como el centurión que, al rogarle que sanara a su criado y que con humildad reconoció que no era digno de que el Señor entrara en su casa, le dijo con fe: "Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano".
Creamos en el poder de la Palabra de Dios. Interesémonos por los demás. Hagamos nuestro el dolor de tantas personas que son víctimas de la pobreza, la injusticia y la violencia. Pidamos por aquellos que, enfermos de egoísmo, han olvidado que todos somos hermanos, y descartan a su prójimo, como si fuera un objeto o un enemigo.
La Fundación Pontificia “Ayuda a la Iglesia que Sufre” ha venido comprometiéndose con esta causa desde hace muchos años, brindando auxilio material y espiritual a quienes más lo necesitan. Por eso, felicito a cada uno de sus miembros y bienhechores, e invito a muchos a que nos sumemos a este gran esfuerzo, que es muy concreto, para aliviar de alguna manera las penas que agobian a tantos hermanos nuestros.
Frente a los grandes retos de hoy, me permito proponerles aquello que dijo el Papa Francisco en su reciente visita pastoral a Turquía: “no se desanimen... hagan un esfuerzo para no desanimarse. Con la ayuda de Dios, sigan esperando en un futuro mejor, a pesar de las dificultades y obstáculos que ahora están afrontando”.
Que Santa María de Guadalupe, Mujer del Adviento, que se encaminó presurosa a servir, interceda por nosotros para que comprendamos que, como decía san Ambrosio, frente a la necesidad del prójimo, el amor no conoce de lentitudes ¡A ser cercanos, a comprometernos y a actuar! Así, unidos a Dios, podremos decir de verdad a todos, como el salmista: "la paz sea contigo".