de Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Obispo Auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM
Navidad 2014
En la noche de este mundo, oscurecido por el pecado que alejándonos de la luz de la verdad ha eclipsado el valor de la vida, la dignidad, los derechos y los deberes de las personas y nos ha sumido en las tinieblas del egoísmo, el relativismo, el individualismo, el materialismo, el utilitarismo, la injusticia, la pobreza, la corrupción, la indiferencia y la violencia, recibimos esta Navidad la mejor de las noticias: ¡Hoy nos ha nacido el Salvador![1]
En Jesús, Dios se hace uno de nosotros para quebrantar el yugo que nos impusimos al desconfiar de Él y cometer el pecado[2], con el que abrimos las puertas del mundo al sufrimiento, al mal y a la muerte. Así nos demuestra que no es un Creador que se quede en la distancia, mirando con indiferencia lo que sucede, sino un Padre amoroso que se acerca, se compromete y actúa para ofrecernos un futuro: ser hijos suyos y participar de su vida plena y eternamente feliz, que consiste en amar y hacer el bien[3].
¡Sí! Dios actúa para hacernos dichosos por siempre. A nosotros toca hacer nuestra parte: recibirlo y, como Él, acercarnos a los demás; comprometernos y actuar para construir juntos una familia, un México y un mundo mejor para todos, aunque a veces las cosas sean difíciles.
A pesar de que no hubo lugar para que su Madre lo diera a luz, Jesús no se dejó vencer por el mal, sino que transformó la historia con el poder del amor, que hace triunfar la vida, la verdad, la libertad, la justicia, el progreso y la paz. Aprendamos de Él y hagamos lo mismo, sin dejarnos derrotar por los problemas en casa, la escuela, el trabajo y la sociedad.
Jesús, como afirma san Cirilo, nos libera de una existencia bestial y nos conduce a una vida conforme a la dignidad humana[4]. No nos auto-condenemos al “Alzheimer espiritual”, que, como dice el Papa, es “olvidar la historia de la salvación, la historia personal con el Señor”[5]. Conscientes de lo que Jesús nos ofrece, corramos como los pastores en Belén a encontrarnos con Él, que viene a nosotros en su Palabra, en sus sacramentos –sobre todo en la Eucaristía–, en la oración y en el prójimo.
Así nos llenaremos de su amor y lo proclamaremos, día tras día[6], en nuestro matrimonio, en nuestra familia, en nuestro noviazgo, en nuestros ambientes de amigos, vecinos, escuela, trabajo y a cuantos nos rodean, especialmente a los más necesitados, procurando con nuestras oraciones, palabras y acciones hacer triunfar la verdad, la justicia, la libertad, la vida, el progreso y la paz para todos.
¡Nada de derrotismos, desalientos o confrontaciones! Confiando en Jesús y contando con su ayuda demos lo mejor de nosotros para edificar juntos un matrimonio, una familia y un México en paz, de tal manera que, como decía el beato Juan de Palafox, “no nos perdamos en las tinieblas de que huimos”[7].
[1] Cfr. Aclamación: Lc 2, 10-11.
[2] Cfr. 1ª Lectura: Is 9, 1-3. 5-6.
[3] Cfr. 1ª Lectura: Is 9, 1-3. 5-6.
[4] Cfr. Catena Aurea, n. 9206.
[5] Discurso a la Curia Romana en ocasión de la Navidad, 22 de diciembre de 2014.
[6] Cfr. Sal 95.
[7] El Pastor de Nochebuena, Cap. I, 3.