II Domingo de Navidad, ciclo B

Papa: 
Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Bello domingo nos regala el año nuevo. ¡Bella jornada!

San Juan dice en el Evangelio que hemos leído hoy: «En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron». «La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre» (Jn. 1,1-18).Los hombres hablan tanto de la luz, pero a menudo prefieren la tranquilidad engañadora de la oscuridad. Nosotros hablamos mucho de la paz, pero a menudo recurrimos a la guerra o elegimos el silencio cómplice o no hacemos nada concreto para construir la paz. De hecho, San Juan dice: «Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Porque el juicio es éste: la luz - Jesús - ha venido al mundo, pero los hombres prefirieron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Cualquier persona, de hecho, que hace el mal, odia la luz. Y no viene a la luz para que sus obras no sean reprendidas. Así dice el Evangelio de San Juan. El corazón del hombre puede rechazar la luz y preferir las tinieblas, porque la luz descubre sus malas obras. ¡Quien hace el mal, odia la luz! ¡Quien hace el mal, odia la paz!

Hemos iniciado hace pocos días el año nuevo en el nombre de la Madre de Dios, celebrando la Jornada Mundial de la Paz, sobre el tema “No esclavos, sino hermanos”. Mi auspicio es que se supere la explotación del hombre por parte del hombre. Esta explotación es un plaga social que mortifica las relaciones interpersonales e impide una vida de comunión marcada por el respeto, la justicia y la caridad. Cada hombre y cada pueblo tiene hambre y sed de paz; cada hombre y cada pueblo tiene hambre y sed de paz…por lo que es necesario y urgente construir la paz.

La paz no es solamente la ausencia de guerra, sino una condición general en la cual la persona humana está en armonía consigo misma, en armonía con la naturaleza y en armonía con los demás. Ésta es la paz. Sin embargo, silenciar las armas y apagar los focos de guerra sigue siendo la condición inevitable para dar inicio a un camino que conduce al logro de la paz en sus diferentes aspectos. Pienso en los conflictos que todavía ensangrientan demasiadas regiones del planeta, en las tensiones en las familias y comunidades: ¡en cuántas familias, en cuántas comunidades también parroquiales hay guerras! Así como también en los contrastes encendidos en nuestras ciudades, nuestros países, entre grupos de diferentes estratos culturales, étnicos y religiosos. Tenemos que convencernos, no obstante todas las apariencias en contrario, que la concordia es siempre posible, en todos los niveles y en todas las situaciones. ¡No hay futuro sin propósitos y proyectos de paz! ¡No hay futuro sin paz!

Dios en el Antiguo Testamento hacía una promesa. El profeta Isaías decía: «Con sus espadas forjarán arados y podaderas con sus lanzas. No levantará la espada una nación contra otra ni se adiestrarán más para la guerra» (Is 2, 4). ¡Es bello! La paz es anunciada como don especial de Dios en el nacimiento del Redentor: «Paz a los hombres que amados por Él». (Lc 2, 14)Ese don debe ser incesantemente implorado en la oración. Recordemos, aquí, en la plaza, aquel cartel: “En la raíz de la paz está la oración”. Este don tiene que ser implorado y tiene que ser recibido cada día con compromiso, en las situaciones en las que nos encontramos. En los albores de este nuevo año, todos nosotros estamos llamados a reavivar en el corazón un impulso de esperanza, que debe traducirse en obras concretas de la paz. “¿Tu no estás bien con esto? ¡Haz la paz! En tu casa, ¡haz la paz! En tu comunidad, ¡haz la paz! En tu trabajo, ¡haz la paz! Obras de paz, de reconciliación y fraternidad. Cada uno de nosotros debe cumplir gestos de fraternidad hacia su prójimo especialmente hacia quienes están extenuados por tensiones familiares o disidencias de diversa índole. Estos pequeños gestos tienen mucho valor: pueden ser semillas que dan esperanza, puede abrir caminos y perspectivas de paz.

Invoquemos ahora a María, Reina de la Paz. Ella, durante su vida terrena, conoció no pocas dificultades, relacionadas con la fatiga diaria de la existencia. Pero nunca perdió la paz del corazón, fruto del abandono confiado en la misericordia de Dios. A María, nuestra tierna Madre, le pedimos que indique al mundo entero el camino seguro del amor y de la paz. Ángelus domini...