2015-01-17 Radio Vaticana
(RV).- En la homilía que el Papa había preparado para la misa celebrada en Tacloban, si bien Francisco habló en nuestro idioma expresando diversos conceptos, el Obispo de Roma explica que quiso visitar esta ciudad que fue devastada por el tifón Yolanda, hace ya catorce meses, para llevar a sus habitantes, que siguen reconstruyendo esta tierra, el amor de un padre, la oración de toda la Iglesia y la promesa de que no han sido olvidados. El Papa Bergoglio añade que en ese lugar la tormenta más fuerte jamás registrada en la tierra fue superada por la fuerza más poderosa del universo: el amor de Dios.
El Santo Padre también destaca que aunque ya no estén en los titulares de la prensa, las necesidades continúan. Por esta razón pide a los líderes de los gobiernos, a los organismos internacionales, a los benefactores y a las personas de buena voluntad que no cejen en su empeño de reconstrucción.
El Pontífice no olvida mencionar que sus habitantes, en medio de un gran sufrimiento, no dejaron de confesar la victoria de la cruz. Agradece a quienes alojaron y alimentaron a los que buscaban refugio en las iglesias y afirma que “quien roba a los pobres, envenena las raíces mismas de la sociedad”.
(María Fernanda Bernasconi - RV).
Texto de la Homilía que el Papa Francisco había preparado para esta ocasión:
Santa Misa
Tacloban, Aeropuerto
17 enero 2015
¡Qué consoladoras son las palabras que hemos escuchado! Una vez más, se nos dice que Jesucristo es el Hijo de Dios, nuestro Salvador, nuestro Sumo Sacerdote que nos trae la misericordia, la gracia y la ayuda en nuestras necesidades (cf. Hb 4, 14-16). Él sana nuestras heridas, perdona nuestros pecados y nos llama, como a san Mateo (cf. Mc 2, 14), para que seamos sus discípulos. Lo bendecimos por su amor, su misericordia y su compasión. Alabado sea Dios.
Doy gracias al Señor Jesús que nos ha permitido reunirnos aquí esta mañana. He venido para estar con ustedes, en esta ciudad que fue devastada por el tifón Yolanda hace catorce meses. Les traigo el amor de un padre, la oración de toda la Iglesia, la promesa de que no nos olvidamos de ustedes, que siguen reconstruyendo. Aquí, la tormenta más fuerte jamás registrada en la tierra fue superada por la fuerza más poderosa del universo: el amor de Dios. En esta mañana, queremos dar testimonio de aquel amor, de su poder para transformar muerte y destrucción en vida y comunidad. La resurrección de Cristo, que celebramos en esta Misa, es nuestra esperanza y una realidad que experimentamos también ahora. Sabemos que la resurrección viene sólo después de la cruz, la cruz que han llevado con fe, dignidad y la fuerza que viene de Dios.
Nos reunimos sobre todo para orar por aquellos que han muerto, por los que siguen desaparecidos y por los heridos. Encomendamos a Dios las almas de los difuntos, nuestras madres, padres, hijos e hijas, familiares, amigos y vecinos. Tenemos la confianza de que, en la presencia de Dios, encontrarán misericordia y paz (cf. Hb 4, 16). Su ausencia causa una gran tristeza. Para ustedes que los conocían y amaban – y todavía los aman –, el dolor por su pérdida es grande. Pero miremos con ojos de fe hacia el futuro. Nuestra tristeza es una semilla que algún día dará como fruto la alegría que el Señor ha prometido a los que confían en sus palabras: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados” (Mt 5, 5).
Nos hemos reunido esta mañana también para dar gracias a Dios por su ayuda en los momentos de necesidad. Él ha sido su apoyo en estos meses tan difíciles. Se han perdido muchas vidas, ha habido sufrimiento y destrucción. Y, a pesar de todo, nos reunimos para darle gracias. Sabemos que él cuida de nosotros, que en Jesús su Hijo, tenemos un Sumo Sacerdote que puede compadecerse de nosotros (cf. Hb 4, 15), que sufre con nosotros. La compasión de Dios, su sufrimiento con nosotros, le da sentido y valor eterno a nuestras luchas. Su deseo de darle las gracias por todos los bienes recibidos, aun cuando se ha perdido tanto, no indica sólo el triunfo de la resistencia y la fortaleza del pueblo filipino, sino también un signo de la bondad de Dios, de su cercanía, su ternura, su poder salvador.
También damos gracias a Dios Todopoderoso por todo lo que se ha hecho, en estos meses de una emergencia sin precedentes, para ayudar, reconstruir y auxiliar. Pienso, en primer lugar, en aquellos que acogieron y alojaron al gran número de familias desplazadas, ancianos y jóvenes. ¡Qué difícil es abandonar el propio hogar y modo de vida! Damos las gracias a aquellos que han cuidado a las personas sin hogar, los huérfanos y los indigentes. Los sacerdotes y los religiosos y religiosas hicieron todo lo que pudieron. Mi agradecimiento para todos aquellos que han alojado y alimentado a los que buscaban refugio en las iglesias, conventos, casas parroquiales, y que siguen ayudando a los que todavía lo necesitan. Ustedes acreditan a la Iglesia. Son el orgullo de su nación. Les doy las gracias a cada uno personalmente. Cuanto hicieron por el más pequeño de los hermanos y hermanas de Cristo, lo hicieron por él (cf. Mt 25, 41).
En esta Misa también queremos dar gracias a Dios por los hombres y mujeres de bien que llevaron a cabo las operaciones de rescate y socorro. Damos gracias por tantas personas que en todo el mundo dieron generosamente su tiempo, su dinero y sus recursos. Países, organizaciones y personas individuales en todo el mundo pusieron a los necesitados en primer lugar; es un ejemplo a seguir. Pido a los líderes de los gobiernos, a los organismos internacionales, a los benefactores y a las personas de buena voluntad que no cejen en su empeño. Es mucho lo que queda por hacer. Aunque ya no estén en los titulares de prensa, las necesidades continúan.
La primera lectura de hoy, tomada de la Carta a los Hebreos, nos insta a ser firmes en nuestra fe, a perseverar, a acercarnos con confianza al trono de la gracia de Dios (cf. Hb 4, 16). Estas palabras tienen una resonancia especial en este lugar. En medio de un gran sufrimiento, ustedes no dejaron nunca de confesar la victoria de la cruz, el triunfo del amor de Dios. Han visto el poder de ese amor en la generosidad de tantas personas y pequeños milagros de bondad. Pero también han visto, en la especulación, el saqueo y las respuestas fallidas a este gran drama humano, tantos signos trágicos de la maldad de la que Cristo vino a salvarnos. Oremos para que también esto nos lleve a una mayor confianza en el poder de la gracia de Dios para vencer el pecado y el egoísmo. Oremos en particular para que todos sean más sensibles al grito de nuestros hermanos y hermanas necesitados. Oremos para que se rechace toda forma de injusticia y corrupción que, robando a los pobres, envenenan las raíces mismas de la sociedad.
Queridos hermanos y hermanas, en esta dura prueba han sentido la gracia de Dios de una manera especial a través de la presencia y el cuidado amoroso de la Santísima Virgen María, Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Ella es nuestra Madre. Que los ayude a perseverar en la fe y la esperanza, y a atender a todos los necesitados. Que ella, junto con los santos Lorenzo Ruiz y Pedro Calungsod, y todos los demás santos, siga implorando la misericordia de Dios y la amorosa compasión para este país y para todo el amado pueblo filipino. Amén.
(from Vatican Radio)