Lecturas del jueves, segunda semana del tiempo ordinario, ciclo B

Pastoral: 
Litúrgica
Date: 
Jue, 2015-01-22

I. Contemplamos la Palabra

Lectura de la carta a los Hebreos 7,25–8,6:

Jesús puede salvar definitivamente a los que por medio de él se acercan a Dios, porque vive siempre para interceder en su favor. Y tal convenía que fuese nuestro sumo sacerdote: santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado sobre el cielo. Él no necesita ofrecer sacrificios cada dia –como los sumos sacerdotes, que ofrecían primero por los propios pecados, después por los del pueblo–, porque lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo. En efecto, la ley hace a los hombres sumos sacerdotes llenos de debilidades. En cambio, las palabras del juramento, posterior a la ley, consagran al Hijo, perfecto para siempre. Esto es lo principal de toda la exposición: Tenemos un sumo sacerdote tal, que está sentado a la derecha del trono de la Majestad en los cielos y es ministro del santuario y de la tienda verdadera, construida por el Señor y no por hombre. En efecto, todo sumo sacerdote está puesto para ofrecer dones y sacrificios; de ahí la necesidad de que también éste tenga algo que ofrecer. Ahora bien, si estuviera en la tierra, no sería siquiera sacerdote, habiendo otros que ofrecen los dones según la Ley. Estos sacerdotes están al servicio de un esbozo y sombra de las cosas celestes, según el oráculo que recibió Moisés cuando iba a construir la tienda: «Mira –le dijo Dios–, te ajustarás al modelo que te fue mostrado en la montaña.» Mas ahora a él le ha correspondido un ministerio tanto más excelente, cuanto mejor es la alianza de la que es mediador, una alianza basada en promesas mejores.

Sal 39,7-8a.8b-9.10.17 R/. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad

Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
y, en cambio, me abriste el oído;
no pides sacrificio expiatorio,
entonces yo digo: «Aquí estoy.» R/.

«Como está escrito en mi libro,
para hacer tu voluntad.»
Dios mío, lo quiero,
y llevo tu ley en las entrañas. R/.

He proclamado tu salvación
ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios:
Señor, tú lo sabes. R/.

Alégrense y gocen contigo
todos los que te buscan;
digan siempre: «Grande es el Señor»
los que desean tu salvación. R/.

Lectura del santo evangelio según san Marcos 3,7-12:

En aquel tiempo, Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del lago, y lo siguió una muchedumbre de Galilea. Al enterarse de las cosas que hacía, acudía mucha gente de Judea, de Jerusalén y de Idumea, de la Transjordania, de las cercanías de Tiro y Sidón. Encargó a sus discípulos que le tuviesen preparada una lancha, no lo fuera a estrujar el gentío. Como había curado a muchos, todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo.
Cuando lo veían, hasta los espíritus inmundos se postraban ante él, gritando: «Tú eres el Hijo de Dios.»
Pero él les prohibía severamente que lo diesen a conocer.

II. Compartimos la Palabra

“ Se ofreció a sí mismo”

La carta a los Hebreos, como estamos viendo a lo largo de estos días a través de su lectura continuada, nos ayuda a profundizar en el misterio de Cristo desde una clave fundamental que atraviesa todo el texto: Jesucristo es el único y verdadero sacerdote.

Pero ¿De qué sacerdocio se nos habla? ¿Qué tiene de peculiar este sacerdocio de Cristo?
No se nos habla, desde luego, del sacerdocio que se ejercía en el Antiguo Testamento y para que podamos tomar conciencia de la novedad que trae el sacerdocio de Cristo, el autor de la carta va introduciendo una serie de contraposiciones, recogiendo las distintas categorías propias del culto sacerdotal veterotestamentario y dotándolas de un nuevo significado:

Frente al culto sacerdotal imperfecto, basado en la ofrenda de holocaustos y sacrificios, a través de dones que no pueden salvar; ejercido diariamente por hombres pecadores, que tienen que ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados y después por los del pueblo, la carta nos muestra cuál es el culto perfecto: El de aquel que es santo, inocente, sin mancha; que no necesita ofrecer sacrificios cada día porque lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo y que por ello, nos ha acercado a Dios y, intercediendo para siempre por nosotros, nos ha abierto el camino de la salvación.

Esta es la “llave”, la puerta de acceso al “Santuario”, a la comunión con el Padre : no la realización de un rito, sino el acto de amor en obediencia del Hijo, tal como se expresa en el salmo 39 que leeremos este día:

Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
y en cambio me abriste el oído;
no pides sacrificio expiatorio,
entonces yo digo:”Aquí estoy.”

Como está escrito en mi libro:
“para hacer tu voluntad.”
Dios mío, lo quiero,
y llevo tu ley en mis entrañas.

“Todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo”

La actividad evangelizadora de Jesús despierta la atracción de la gente. Eran muchos los que le buscaban y acudían a él, como nos dice hoy el Evangelio, de numerosos lugares. Aunque se retirara a algún lugar para descansar o para estar con los suyos, era lo mismo, la gente lo seguía. Y con razón: sabían que había curado a muchos y veían en él una esperanza para sus vidas, muchas veces cargadas de dolor y sufrimiento. Aunque sólo fuera tocarlo…

Dice el Evangelio que hasta los espíritus inmundos se postraban ante él; aquellos que esclavizaban y esclavizan interiormente a las personas, que, con distintos nombres, nos hacen sentir muchas veces impotencia ante un mal que nos oprime desde dentro y desde fuera. El poder de Jesús sobre estos espíritus es signo de la fuerza liberadora del Evangelio. ¿Podemos reconocer en nosotros, en nuestro mundo algunos de estos espíritus inmundos? ¿Qué nombre les ponemos? ¿Les damos tanto poder que nos hemos abandonado a ellos? O ¿dejamos que el Evangelio nos vaya transformando y liberando por dentro?

Pero para ello es importante que, como aquellas gentes de entonces, sepamos hacer memoria de todas las cosas buenas que Jesús hacía y sigue haciendo en nuestras vidas, que nos dejemos atraer una y otra vez por él, que le busquemos con todo el corazón intentando tocarlo…. Y ya sabemos cada uno en dónde y en quiénes está Él tan cerca y tan presente.

Hna. María Ferrández Palencia, OP
Congregación Romana de Santo Domingo