El Reino de Dios está cerca. Arrepiéntanse y crean en el Evangelio (cfr. Mc 1,14-20)

de Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Obispo Auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM

III Domingo Ordinario, ciclo B

En la novela Frankenstein o el moderno Prometeo, el irresponsable científico encuentra al “rompecabezas de cadáveres” al que dio vida con electricidad y luego abandonó, y lo maldice por haber asesinado a su hermano pequeño. Pero el monstruo, reconociendo su crimen y rogándole que lo escuche, le dice: “Mis vicios son los vástagos de una soledad impuesta que aborrezco”[1].

El pecado nos deforma y nos encierra en un pozo de soledad que se convierte en tierra fértil para el egoísmo, el relativismo, el materialismo y el utilitarismo, que extienden sus ramas a los demás, reduciéndolos a objetos de placer, de producción o de consumo, hasta convertir nuestra sociedad en un lugar plagado de injusticias, inequidades, corrupción, impunidad, indiferencia, violencia y muerte, que se vuelven contra nosotros.

Pero no todo está irremediablemente perdido. Dios, cuyo amor y ternura son eternos, nos muestra el camino de la libertad y de la vida[2]. Así lo hizo con los ninivitas, quienes escuchando a Jonás, el enviado del Señor, se corrigieron de su mala conducta y tomaron el camino correcto[3]. Ahora lo hace con nosotros mediante su Hijo, en quien se acerca para liberarnos del pecado, reunirnos en su Iglesia y hacernos hijos suyos, partícipes de su vida plena y eterna que consiste en amar.

Por eso Jesús anuncia que en Él el Reino de Dios está cerca y nos invita a gozar de él aceptando libremente esta Buena Noticia. De ahí que nos diga: “Arrepiéntanse y crean en el Evangelio”. “El que desea la almendra de la nuez, rompe la cáscara” [4], comenta san Jerónimo ¡Rompamos la prisión de la soberbia, la avaricia, la lujuria, la ira, la gula, la envidia, la pereza, el rencor, la indiferencia y la venganza, donde el demonio, padre de la mentira, como un dictador absoluto, nos hace creer que somos libres y dichosos!

¿Cómo va a ser libre quien se ve obligado a ser esclavo de la moda, a vivir obsesionado por verse bien y consumir toda clase de placeres, a pensar superficialmente, a buscar como sea dinero para comprar cosas que le hacen creer que necesita, a usar, desechar y olvidarse de los demás? ¿Cómo ser dichosos con tanta soledad y sin sentido? ¿Para qué invertirlo todo en lo que tarde o temprano se va a terminar? Porque como recuerda san Pablo, “este mundo que vemos es pasajero”[5].

Simón, Andrés, Santiago y Juan lo comprendieron. Por eso, conscientes de que Jesús no quita nada y lo da todo, dejaron atrás su vida anterior y lo siguieron. Así comenzaron una vida verdadera, de la que harían partícipes a muchos, como lo prometió el Señor: “Síganme y haré de ustedes pescadores de hombres”. Unidos al Maestro, aquellos discípulos no dejaron sólo al que sufría, al que padecía alguna necesidad, al que estaba confundido, al que era víctima de alguna injusticia, o al que erraba el camino.

Como a ellos, Jesús nos invita a seguirlo por el camino de una vida libre, plena y eterna, y a participar de su compromiso “en favor de los demás”[6], empezando por nuestro matrimonio, nuestra familia, nuestro noviazgo, nuestros vecinos, nuestros compañeros de estudio o de trabajo, y nuestra sociedad, actuando siempre con amor. Un amor que nos haga comprensivos, justos y serviciales. Un amor que nos haga capaces de perdonar y de pedir perdón. Un amor que nos comprometa a contribuir al desarrollo integral de todos. Un amor que hará triunfar para siempre la verdad, la justicia, la libertad, la solidaridad y la vida.


[1] Cfr. SHELLEY Mary, Frankeinstain o el moderno Prometeo, Amertown Internacional, S.A., 2004, p. 116, www.librosenred.com.

2ª Lectura: 1 Cor 7, 29-31.

[2] Cfr. Sal 24, 4-9.

[3] Cfr. 1ª Lectura: Jon 3, 1-5.10.

[4] En SANTO TOMÁS DE AQUINO, Catena Aurea, 6114.

[5] Cfr. 2ª Lectura: 1 Cor 7, 29-31.

[6] BENEDICTO XVI, Spe salvi, 28.