Lecturas del sábado, tercera semana del tiempo ordinario, ciclo B

Pastoral: 
Litúrgica
Date: 
Sáb, 2015-01-31

I. Contemplamos la Palabra

Lectura de la carta a los Hebreos 11,1-2.8-19:

La fe es seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no se ve. Por su fe, son recordados los antiguos. Por fe, obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba. Por fe, vivió como extranjero en la tierra prometida, habitando en tiendas –y lo mismo Isaac y Jacob, herederos de la misma promesa–, mientras esperaba la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios. Por fe, también Sara, cuando ya le habla pasado la edad, obtuvo fuerza para fundar un linaje, porque juzgó digno de fe al que se lo prometía. Y así, de uno solo y, en este aspecto, ya extinguido, nacieron hijos numerosos como las estrellas del cielo y como la arena incontable de las playas. Con fe murieron todos éstos, sin haber recibido lo prometido; pero viéndolo y saludándolo de lejos, confesando que eran huéspedes y peregrinos en la tierra. Es claro que los que así hablan están buscando una patria; pues, si añoraban la patria de donde habían salido, estaban a tiempo para volver. Pero ellos ansiaban una patria mejor, la del cielo. Por eso Dios no tiene reparo en llamarse su Dios: porque les tenía preparada una ciudad. Por fe, Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac; y era su hijo único lo que ofrecía, el destinatario de la promesa, del cual le habla dicho Dios: «lsaac continuará tu descendencia.» Pero Abrahán pensó que Dios tiene poder hasta para hacer resucitar muertos. Y así, recobró a Isaac como figura del futuro.

Lc 1,69-70.71-72.73-75 R/. Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado a su pueblo

Nos ha suscitado una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas. R/.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza. R/.

Y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.
Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días. R/.

Lectura del santo evangelio según san Marcos 4,35-41:

Un día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: «Vamos a la otra orilla.»
Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó un fuerte huracán, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un almohadón.
Lo despertaron, diciéndole: «Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?»
Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: «¡Silencio, cállate!»
El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo: «¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?»
Se quedaron espantados y se decían unos a otros: «¿Pero quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!»

II. Compartimos la Palabra

Hoy todas las lecturas están relacionadas con el tema de la fe. El autor de la Carta a los Hebreos hace un bello y profundo comentario, y luego nos muestra lo que dice en la vida de algunos personajes del Antiguo Testamento, no por conocidos menos admirables por su coherencia en todo lo relacionado con la fe. Así Abrahán, Isaac, Jacob, Sara, etc.

San Marcos, en el Evangelio, nos narra un milagro de Jesús sólo para sus discípulos. Algo parecido a aquellas lecciones que daba en particular para ellos. “Cuando se quedó a solas, los que lo rodeaban y los Doce le preguntaban el sentido de las parábolas” (Mc 4,10). Y “todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado” (Mc 4,34).

“¿Por qué sois tan cobardes?”

El eco de este interrogante a los discípulos sigue oyéndose en el mar y en los “mares” de la vida de cada ser humano. Del todo, nadie puede librarse de él en algún momento –normalmente en bastantes- de su vida.

Los discípulos lo sienten de tal forma que, desconsiderados, no tienen reparo en despertar al cansado Jesús, el único tranquilo en aquel grupo de viajeros navegantes. Desconsiderados porque Jesús estaba dormido por el agotamiento y, sobre todo, porque los que sabían de mares y tormentas eran ellos, pescadores; Jesús, era artesano carpintero. Pero, con la soga al cuello, y conociendo el poder de Jesús, acuden a él.

Acuden a Jesús, sorprendidos por su aparente pasividad y despreocupación –“¿No te importa que nos hundamos?”-, pero acuden. Y Jesús, una vez más, responde, y lo hace con la ternura de una madre que actúa “reprochándoles” su falta de fe. Y es que a los discípulos y a nosotros no nos gusta tanto Dios cuando duerme y hace como si no se enterara de lo que nos pasa, cuanto el Dios milagroso que nos puede sacar las castañas del fuego y convertir a los “gusanitos de Jacob y las orugas de Israel” en otros Abrahán o San Juan Bosco.

“¿Aún no tenéis fe?”

La fe no suprime los vientos, las tempestades y los peligros del mar. Jesús une el miedo con la falta de fe. Los creyentes auténticos, no los que creemos como los discípulos en la barca azotada por la tempestad, afrontan los problemas inherentes a la condición humana de una forma distinta. Quizá el ideal hubiera sido que Jesús se hubiera despertado por el oleaje y el viento, no por los gritos de angustia de sus amigos, y los hubiera encontrado movilizados y, como buenos y avezados pescadores, intentando solventar aquel problema que, por lógica, no debería haber sido el primero de aquellas características; y, a sabiendas de que todo dependía del Dios que “dormía” en la popa del barco, en la parte trasera, ellos se hubieran movilizado como si todo dependiera de ellos y de su experiencia tantas veces contrastada. Pero no fue así. La sola presencia de Jesús en la barca no les inspiraba suficiente confianza. Llevar a Jesús con ellos no era tan convincente como las olas y el viento contra los que luchaban.

Aunque no “ejercieran”, en el fondo eran todavía demasiado “pescadores”, y poco discípulos y seguidores. Todavía no tenían “tablas”. Ya llegaría el momento. Ni ellos ni San Juan Bosco nacieron santos. Lo importante es que Jesús vaya siempre en nuestra barca, aunque sea dormido.

Fray Hermelindo Fernández Rodríguez
La Virgen del Camino