Enseñaba como quien tiene autoridad (cfr. Mc 1, 21-28)

de Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Obispo Auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM

Enseñaba como quien tiene autoridad (cfr. Mc 1, 21-28)
IV Domingo Ordinario, ciclo B

Fatigadísimo luego de subir por la escalera hasta el vigésimo piso de un edificio, el enfermo de catarro llama a la puerta y dice: “Doctor, tengo mucha gripe ¿Qué me recomienda?”. “Tome un antihistamínico y compre unos lentes”, fue la respuesta. “¿Pero qué tiene que ver los lentes con el catarro?”, pregunta el griposo. “Son para que encuentre el consultorio del doctor, porque esta es una escuela de danza”.

Como al enfermo de catarro, el “resfriado” del pecado –que puede ser fatalmente mortal–, nubla nuestra vista hasta el punto de buscar la salud de la felicidad en el lugar equivocado, luego de haber andando mucho y habernos cansado demasiado.

Pero en medio de esa oscuridad, ¡una gran luz resplandece[1]!: Jesús, en quien Dios viene a nosotros para iluminar este mundo maravilloso, ensombrecido por las nubes del pecado que nos hace vivir en las tinieblas del egoísmo, el relativismo, el materialismo y el utilitarismo que provocan inequidad, injusticia, miseria, corrupción, impunidad, violencia y muerte.

En Cristo se cumple la gran promesa que Dios hizo a Israel a través de Moisés: “Dios hará surgir en medio de ustedes, entre sus hermanos, un profeta como yo”.[2] “El profeta –explica Benedicto XVI– no es el que predice el futuro, sino el que muestra el camino que conduce a Dios, en quien el futuro es posible[3]. ¡Jesús nos muestra el camino del verdadero desarrollo y de una vida feliz para siempre!

“La enseñanza de Jesús –dice el ahora Papa emérito– no proviene de un aprendizaje humano… Viene del contacto inmediato con el Padre”[4]. Por eso enseña con autoridad; con esa autoridad del amor que libera de la dictadura del demonio a la humanidad, representada en el hombre poseído por un espíritu inmundo, como señala san Jerónimo[5].

El demonio, reconociendo la divinidad de Cristo pero fingiéndose solidario con la humanidad, exclama: “¿Has venido a acabar con nosotros?”. Así pretende hacernos creer que Jesús viene a terminar con lo divertido de la vida; que con su enseñanza acaba con nuestra libertad de pensar y que con su moral trunca el avance de la ciencia, la tecnología y la economía.

Pero Jesús no nos abandona a los gritos de quienes pretenden confundirnos; con la fuerza del amor y la verdad hace callar a esos testigos de la mentira para liberarnos y darnos la paz, que a nosotros toca recibir y conservar ¿Cómo? Haciéndole caso[6], sin dejarnos distraer, como aconseja san Pablo[7], ya que, como decía un antiguo estratega: “Quien está disperso en todas direcciones, es vulnerable en todas partes”[8].

Unidos a Dios y centrados en la verdad, la justicia, el amor y el perdón, seremos capaces de irradiar a todos la luz de Cristo, a pesar de las tinieblas que puedan ensombrecer nuestra familia y nuestra sociedad, conscientes de que, como dice el refrán: “vale más encender un fósforo, que maldecir la oscuridad” ¡Seamos luz!


[1] Cfr. Aclamación: Mt 4, 16.

[2] Cfr. 1ª Lectura: Dt 18, 15-20.

[3] Gesù di Nazaret, Ed. Rizzoli, Italia, 2007, p. 24.

[4] Ibíd., p. 27.

[5] Citado en SANTO TOMÁS DE AQUINO, Catena Aurea, 6129.

[6] Cfr. Sal 94.

[7] Cfr. 2ª Lectura: 1 Cor 7, 32-35.

[8] SUN TZU, El arte de la guerra, Ed. Coyoacan, México, 2003, n. 6,15.