Curó a muchos enfermos de diversos males (cfr. Mc 1, 29-39)

de Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Obispo Auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM

V Domingo Ordinario, ciclo B

El mundo es bello y la vida una aventura extraordinaria. Nuestro cuerpo es un sistema maravillosamente diseñado. Nuestras emociones, sentimientos y afectos nos abren al encuentro con los otros. Nuestra inteligencia nos permite captar la realidad y nuestra voluntad nos ayuda a elegir con libertad para alcanzar la realización de nuestro ser, contribuir al bien de los demás yperfeccionar la tierra.

Sin embargo, las nubes del dolor oscurecen frecuentemente este hermoso paisaje terreno.Enfermedades, discapacidades, depresiones, desilusiones y tristezas. Problemas en casa, la escuela, el trabajo o los vecinos. Ver a un ser querido perderse por el mal camino. No saber qué ha sucedido con un pariente o amigo extraviado o secuestrado. La nostalgia de la migración. Padecer injusticia, inequidad, miseria, corrupción o violencia. La muerte de un ser querido. Sentir que se acerca el final.

“Me han tocado en suerte meses de infortunio y se me han asignado noches de dolor”[1], exclama Job ¡Cuántos podríamos hacer nuestras estas palabras! Porque como constataba san Juan Pablo II: el sufrimiento es casi inseparable de la existencia terrena[2]. ¿Y qué es lo peor que puede pasarnos cuando sufrimos? Sentir que estamos solos, que nada tiene sentido y que todo termina en el vacío de la nada.

Pero, “Cuando todo se derrumba alrededor de nosotros, y tal vez también dentro de nosotros, Cristo sigue siendo nuestro apoyo indefectible”[3], constataba el Papa Wojtyla. En Jesús, Dios se nos acerca y carga con nuestros dolores[4], mostrándonos que con Él todo tiene sentido y que nos aguarda una meta tan grande que hace que valga la pena el esfuerzo del camino.

Así lo hace con la suegra de Simón y los enfermos y poseídos del demonio. ¡Él sana los corazones quebrantados[5]!, elevando el sufrimiento humano a nivel de redención[6], y ofreciéndonos lapromesa de un amor indestructible[7].

¿De dónde le viene la fuerza para hacerlo? De su unión con el Padre, a quien busca en la oración. Es precisamente la oración de los discípulos, representada en el aviso que le hacen sobre la enfermedad de la suegra de Simón, la que favorece el encuentro del Redentor con aquella mujer. Así, como señala san Beda, “se muestra que las pasiones y los vicios se mitigan siempre con los ruegos de los fieles”[8].

En el dolor ¡no nos encerremos en nosotros mismos, condenándonos a la soledad, el sinsentido y la desesperanza! Seamos de aquellos a los que los discípulos se refieren cuando dicen: “Todos te andan buscando” ¡Busquemos a Jesús, que viene a nosotros! Y habiéndolo encontrado, ayudemos a los que sufren a acercarse a Él.

Como san Pablo, que se hacía todo a todos[9], con nuestras oraciones, palabras y obras, sirvamos con generosidad a los hermanos para que todos podamos expresar, como san Agustín: “Cuando yo me adhiera a ti, Señor, con todo mi ser, ya no habrá más dolor, ni trabajo para mí, sino que toda mi vida será viva y llena toda de ti” [10].


[1] Cfr. 1ª. Lectura: Jb 7,1-4.6-7.

[2] Cfr, Salvifici doloris, n. 3.

[3] Memoria e Identidad, Ed. Planeta, México, 2005, p. 170.

[4] Cfr. Aclamación: Mt 8, 17.

[5] Cfr. Sal 146.

[6] Cfr. Salvifici doloris, n. 19.

[7] RATZINGER Joseph, Introducción al cristianismo, Ed. Sígueme, Salamanca, 2001, p. 71.

[8] En SANTO TOMÁS DE AQUINO, Catena Aurea, n. 6129.

[9] Cfr. 2ª. Lectura: 1 Cor 9,16-19.22-23.

[10] Confesiones, X, 28, 39.