de Rodrigo Aguilar Martínez
Obispo de Tehuacán
En el Evangelio que se proclama el Miércoles de Ceniza, Jesús nos presenta la perspectiva para vivir la Cuaresma mediante tres obras de penitencia, y son la oración, el ayuno y la limosna.
Estas tres obras de penitencia tienen la finalidad de descentrarnos de nosotros mismos para centrarnos en Jesucristo, reconociéndolo presente en los demás, sobre todo los necesitados y rechazados de muchas maneras por la sociedad.
El Papa Francisco nos lanza al espíritu de salida. Precisamente la penitencia en estas tres formas nos hace salir de nosotros mismos, dejar de estar obsesivamente pendientes de lo que nos falta, de cómo aumentar la experiencia del placer, de presumir nuestros logros y conquistas, para salir hacia los demás a aliviar su necesidad de sobrevivencia, de cariño, de atención humana. En la medida que más salgamos de nosotros mismos, más disponibles estaremos a abrir la mente y el corazón para los demás. Es un morir a nosotros mismos a fin de vivir para los demás.
El ejemplo supremo de ello es Cristo mismo, quien se desprendió de los privilegios de su divinidad y se hizo hombre, asumiendo totalmente la fragilidad humana, menos el pecado, llegando al extremo de morir en la cruz como un maldito. Pero con su muerte nos ha dado vida en abundancia, aunque nos deja en libertad de recibirla o rechazarla
Muchas veces los bautizados hemos entrado en la cultura de la indiferencia hacia Jesús y los pobres y pequeños que lo hacen presente en nuestra vida. Aún es tiempo de conversión.
El ejercicio de la penitencia tiene su fatiga pero también su gozo. La fatiga de renunciar a comportamientos egoístas, convenencieros, injustos. El gozo de enderezar la vida, de ser útiles, de hacer el bien. La penitencia nos une a la muerte de Cristo para entrar a la alegría de su resurrección. En verdad Cristo es Camino, Verdad y Vida.