de Enrique Díaz Díaz
Obispo Coadjutor de San Cristóbal de las Casas
Jeremías 17,5-10: “Maldito el que confía en el hombre; bendito el que confía en el Señor”, Salmo 1: “Dichoso el hombre que confía en el Señor”, San Lucas 16,19-31: “Recibiste bienes en tu vida y Lázaro, males; ahora él goza del consuelo, mientras tú sufres tormentos”
En días pasados los noticieros publicaban los nombres de las personas más ricas del mundo, y aparecían junto a ellos las cantidades fabulosas que ganan diariamente. Se preguntaban cuántos años tendría que trabajar un obrero con sueldo mínimo para ganar lo que ellos ganan en un día, ¡imposible! Con frecuencia se publican los sueldos de servidores públicos o de comerciantes prósperos, sus posesiones y riquezas, para después hacer comparaciones con los sueldos miserables de hermanos nuestros que se quedan como Lázaro, a la espera de las migajas que caen de la mesa. Pero nadie se las da.
Los poderosos hasta con las migajas quieren hacer negocio. El Papa Francisco no se cansa de reclamar al sistema injusto que cada día produce nuevos pobres. El problema de hambre en el mundo no es por falta de alimentos, es por mala distribución. No es que no haya lugar en la mesa de la vida para los pobres, es que se les niega el acceso a ese puesto. Vivimos en medio de contrastes brutales donde millones de personas no alcanzan a obtener ni siquiera un dólar para pasar el día, mientras otros, ciertamente unos cuantos, derrochan sus ganancias.
La parábola es una fuerte crítica a esta inhumana distribución de los bienes a los que todos los hermanos tenemos derecho, pero también es una crítica fuerte al corazón duro de quien ni siquiera se da cuenta de que su hermano está sufriendo a la puerta. Es dura la comparación pero son más sensibles y “humanos” los perros que se acercan a lamerle las llagas, que sus hermanos de carne y de sangre abotagados de alimentos y placeres.La parábola no pretende un adormilamiento y un premio de consolación para el pobre que está sufriendo, es el reclamo a todos nosotros porque hemos hecho de la casa de todos, el privilegio de unos cuantos, porque hemos roto la hermandad y vivimos en el egoísmo. No, después de muertos no podremos construir la fraternidad. No, con fantasmas y amenazas no se abre el corazón.
Quizás las palabras de Jeremías en la primera lectura nos den la pauta para entender estas palabras: “Maldito el hombre que confía en el hombre y aparta del Señor su corazón. Será como un cardo en la estepa”. Que esta parábola hoy nos haga reflexionar y nos abra los ojos para descubrir cada uno de nosotros al hermano que sufre y para luchar por unas estructuras más justas y solidarias.