“AUFERTE ISTA HINC ET NOLITE FACERE DOMUN PATRIS MEI; DOMUM, NEGOTIATIONIS”

“Quiten todo eso de aquí; y no quieran convertir la casa de mi Padre (Templo) en centro comercial” (Jn. 2, 16)

Los cuatro evangelistas narran, la expulsión de los vendedores del templo. Lucas de una manera breve. Mateo un poco más detallada; y Marcos también añade algo más.

Pero el evangelio de San Juan tiene detalles propios que lo distingue de los evangelios sinópticos y pone más claro: el sentido de la vida, de las acciones y de las palabras del Divino Maestro. En esta escena Jesús va hablar de dos templos: el de su cuerpo y el templo de Jerusalén que ofrecía una vista magnífica, desde que fue reconstruido por el infiel rey Herodes.

Estaba adornado y enriquecido de variados elementos artísticos, que los judíos, incluyendo a los apóstoles, se sentían impresionados por su aspecto esplendoroso, en medio de los rayos solares. Los judíos tenían que subir y entrar en él para celebrar la pascua y ofrecer un sacrificio. No se debía subir con bastón, con sandalias o bolsa y al entrar tenían que sacudirse el polvo de los pies.

El sacrificio que debían ofrecer era para la gente de elevada posición económica, un buey o una oveja; y para la gente pobre, una paloma. Y de los veinte años en adelante debían de pagar en forma anual, medio ciclo, pero conforme a la moneda del templo. No pagar con moneda extranjera, sino nacional.

Por lo mismo, para facilitar a los peregrinos lo necesario para cumplir con lo prescrito por la ley y para facilitar el cambio de las monedas, se les había permitido por los sacerdotes invadir el atrio del santuario, que se había convertido en una sucia plaza de feria. En la que se daba un estrépito inmenso, en donde se mezclaban balidos de ovejas, mugidos de bueyes, estiércol de animales, cucurreo de palomas, disputas, regateos y altercado entre los vendedores.

Los cambistas con uñas afiladas realizaban sus cambios, cobrando una sobrecarga. Todo el atrio del templo, era un floreciente mercado, un gran bazar oriental. Todo autorizado por los sacerdotes de aquel tiempo, que tenían por ello, una buena fuente de ingresos. La situación era lo suficientemente deplorable, para que el Hijo de Dios, llamara al templo: “Cueva de ladrones”.

La Casa de Dios, se había convertido en la casa de “Mammón” y que en vez de lugar de adoración y oración, los hombres materializados en complicidad con los sacerdotes, traficaban allí, con el estiércol del demonio. El Divino pobre peregrino, al entrar al lugar y ver aquel espectáculo, cogiendo unos pedazos de cuerda y trenzándolos a manera de látigo se abre camino entre la multitud estupefacta y precedió a expulsar a los animales y a los aprovechados mercaderes.

Y los bancos de los cambistas caen al primer empuje y les desparramó el dinero, entre gritos de enojo y sorpresa; y desalojan el atrio como harapos desperdigados por el viento. Una escena de indescriptible confusión se produjo: reses corriendo, los cambistas recogiendo afanosos las monedas que habían rodado por el suelo y el mismo Dios hecho hombre abrió las jaulas de las palomas y las soltó.

El sentido de esta escena, no era tan sólo en los abusos comerciales, sino el hecho de haberse establecido en aquella parte del templo, conocida como el pórtico de Salomón, que era la parte oriental del atrio de los gentiles. Sección del templo que era símbolo de que todas las naciones del mundo eran bien recibidas. Pero los adoradores del dios amarillo, el: Mammón lo estaban profanando.

Y con esta actitud Jesús hace la purificación, porque la casa de su Padre -el templo- es para hacer oración y los mercaderes la habían convertido en una “Cueva de ladrones”. El sentido de esta acción de Cristo, está claro; es hacer que se dé al templo, que es el lugar santísimo de la morada de Dios, la veneración y el respeto que se merece.

También en esta escena hay una autorevelación de Jesús, de su divinidad al afirmar que el templo es la casa de su Padre y al decir esto, se proclama no sólo Mesías, sino también Hijo de Dios. Y por lo mismo como Unigénito del Padre, se encuentra allí como en su propia casa, y por lo mismo tiene derecho de dar las ordenes de salir fuera a abusadores y profanadores comerciantes.

También hay que fijarnos que Jesús no desprecia a las personas en este caso comerciantes; convivió con publicanos y pecadores, porque como médico Divino busca a los enfermos del pecado y no a los santos. Lo que a Jesús no le gusta y condena, es que la riqueza se convierta en alta muralla que dificulte la vista del Reino de los cielos.

El Verdadero Templo

Desconcertados por su majestuosa serenidad, los príncipes de los sacerdotes y de los escribas; y como eran muy propensos a pedir como garantía hechos significativos, le piden una señal que justificara su manera de actuar. Cristo acepta la invitación y condesciende y les da la señal pedida, que no es clara en el día y hora en que se da. Sino hasta la hora de cumplirse y les dice: “Destruyan este templo y en tres días lo levantaré”.

Y sorprendidos por la respuesta al parecer humana, inverosímil, pues el templo en el que estaba sucediendo esta escena, había necesitado cuarenta y seis años para su edificación que había comenzado en el primer año del reinado de Ciro, en el -559- antes de Cristo. Y había sido reconstruido por Herodes el Grande. Pero el Divino Redentor habla del templo verdadero que era su cuerpo, su naturaleza humana.

El Templo de Israel, edificado con piedras, no era más que un símbolo, una figura, del verdadero Santuario donde el Padre Celestial será adorado en espíritu y en verdad. El cuerpo de Cristo era un verdadero templo porque en Él estaba morando corporalmente la plenitud de Dios. La cúpula de este templo, su cabeza fue coronada de espinas; los cimientos, sus sagrados pies, fueron desgarrados con clavos; sus manos fueron extendidas en forma de cruz; y el sagrario: su corazón fue traspasado con una lanza.

El templo de su cuerpo fue destruido por la maldad de los hombres, pero lo fundamental es que esa destrucción fue por algunas horas y fue por la salvación de la humanidad. El fin temporal del cuerpo de Cristo, señala el fin de otro templo y de otros sacrificios que los jefes de Israel habían reducido a un mercado lucrativo, en busca de la prosperidad material.

Conducta que Cristo rechaza en forma definitiva y le dará a la humanidad el nuevo espíritu de adoración y el culto interior, que hará del Nuevo Israel, el verdadero templo del Padre, en el que se le adores y alabe con verdadera oración, no con gritos y maullidos.

El Templo es para orar: “¡Señor Enséñanos a Orar!”

En cualquier lugar se puede hacer oración, pero el templo por ser la casa de Dios, es el lugar más apropiado para la oración. Esta, junto con el sacrificio, es el acto fundamental del culto divino. Por la oración adoramos, alabamos a la Divinidad; le pedimos perdón por las veces que le hemos ofendido, usando mal los mismos bienes que la Divina Providencia nos ha dado; y también que nos siga ayudando.

En la Antigua Alianza la oración era por obediencia, para responder al llamamiento y a la palabra de Dios. Era una aceptación laudatoria de la voluntad Divina. Todo judío, tenía que hacer oración tres veces al día. Por la mañana, hacia la hora tercia (nueve de la mañana), a la mitad de la jornada (medio día) y a la hora nona -tres de la tarde- que era la hora del sacrificio vespertino.

Por lo general se oraba de pie o de rodillas, con los brazos elevados al cielo, con las palmas abiertas esperando recibir lo pedido. Lamentablemente los judíos fariseos -hipócritas- habían convertido la oración en un motivo de apantallar, de exhibición para su incontrolable deseo de vanidad. Actitud que le Señor Jesús condena. No es la posición, sino el fin por el que hacen oración lo que a Dios no le agrada.

Por eso sus discípulos le piden que los enseñe a orar; porque El, es el ejemplo vivo de oración. La oración cristiana es de sinceridad y de sencillez; es el mismo Jesús el que nos pide evitar la “charlatanería”, el “tartamudeo” y no imitar el ejemplo de los fariseos. Se debe evitar la minuciosidad ridícula.

La oración cristiana no es la locuacidad, sino la sencillez del corazón, impregnado de una fe de calidad. Tenga presente y no se le olvide, que Jesús no condena la oración larga; El mismo, se pasaba las noches en oración; sino la “charlatanería”. Nosotros en lo particular y como comunidad cristiana debemos orar como Cristo y con Cristo, empujados por la fe, el amor y la gratitud.

La forma de orar, pedida por el Divino Redentor, es un intercambio de amor entre el hombre y Dios. Es una respuesta de nuestro amor, el amor de Dios que se nos ha entregado y nos ayuda por puro amor. En la hora que hacemos oración, es el momento más valioso del día, en el que manifestamos que amamos a Dios sobre todas las cosas.

Y aunque haya resequedad en la vida espiritual, durante la oración, se respirará a todo pulmón; y el corazón saltará de alegría, como el preso fugado de la estrecha mazmorra de la cárcel, en donde se sentía asfixiado. Orar desde el silencio interior para escuchar la voz de Dios. Decir oraciones, no es lo mismo que “hacer oración”. A veces el silencio, es la mejor oración, porque la comunicación de mejor calidad surge desde el silencio, porque hay concentración e inmersión en sí mismo.

Pero hay que evitar que del silencio brote: el aburrimiento, la ignorancia, apatía, miedo, enfado, soledad y cobardía. El silencio de la oración es: paz, apertura, espera, maduración espiritual, del que admira y contempla la bondad divina y todo lo que hace por la humanidad.

Por eso también debe de haber alegría en la oración y porque hay conciencia de nuestra filiación adoptiva. Por eso no se hace oración por obligación, por rutina o por miedo. Debe de haber alegría en la oración, por la presencia de Cristo y de su Espíritu.

Hay que hacernos niños, sencillos y alegres. No hagamos de la Casa de Dios -Templo- ni mercado, ni funeraria, ni velatorio, sino la Casa del Padre, donde se reúnen los hermanos como comunidad, inspirados y fortalecidos por el Espíritu. Aunque también se reza con el cuerpo, porque también tiene su lenguaje, según la psicología.

Sin embargo lo más importante es la actitud interior, como lo pidió el mismo Señor Jesús y nos encomendó orar: “en espíritu y en verdad”. Recomendación que va contra el formulismo exterior farisaico. También es cierto que el amor no es completo si no se expresa también con el lenguaje del cuerpo. Orar de pie y de rodillas no es algo sobreañadido a la actitud espiritual de adoración.

Cuando nos ponemos de pie es signo de respeto a cualquier persona importante. También es la postura del centinela que está vigilando. Estar sentados es la postura tanto del maestro, del que preside y del que escucha con atención.

De rodillas, tiene el sentido de humildad, para pedir perdón, de adoración, de respeto, “Al nombre de Jesús que toda rodilla se doble”, Etc. Lo que hay que evitar es la: “logolatría” -demasiadas palabras- Que la oración no se convierta en una catarata de palabras, que empobrezcan y enfríen la verdadera oración.

Profanación del Templo en la actualidad

También en nuestra época, se da profanación de la Casa de Oración del Padre: El Templo; por los ladrones que roban dinero, valores artísticos. Por el mercantilismo de ciertas personas, que llevan aparatos para tomar imágenes de personas y de la ceremonia litúrgica que se está celebrando. En lo personal en varias ocasiones les he llamado la atención a estar persona, que corren por todas partes buscando sacar dichas imágenes y se molestan.

En alguna ocasión me contestaron: “Nosotros venimos a trabajar”. Pero el Templo es para hacer oración. También se profana el templo por el exhibicionismo, por la forma de vestir. Se debe ir al templo vestidos honestamente. Sin importar el lujo o la calidad del vestido. Lo que importa es que éste, cumpla con el fin que tiene: cubrir el cuerpo. No olvidemos que la lección de esta escena realizada hace cientos de años, por el Divino Maestro, sigue siendo y será de actualidad. El Templo es para hacer oración y tener nuestro encuentro personal con Dios. ¡Arriba y adelante!