¡”LAZARO YA ESTABA EN LA OBSCURIDAD DE LA TUMBA Y EL SEÑOR LE MANDA: LAZARO SAL FUERA”! "EL MILAGRO QUE DECIDIO SU MUERTE"

Los evangelios registran tres resurrecciones de muertos hechas por Jesús. Estos tres milagros fueron: Jesús devuelve la vida a la hija de Jairo; ésta, acaba de morir y aun se encontraba en el lecho mortuorio. Lo mismo hizo con el hijo único, de la viuda de Naim, el cual ya estaba en el féretro, e iba rumbo al cementerio. Por último su voz de mando surco los abismos de la muerte e hizo salir de la hediondez y de la putrefacción a su amigo Lázaro, su hospedador y anfitrión de Betania. Esta era una aldea, graciosamente asentada en la vertiente oriental del monte de los Olivos, cuyo encanto se acentuaba por el contraste que hacía con el desierto vecino. En esta aldea, Jesús había encontrado una hospitalaria familia, con unas manos que esmeradamente lo atendían; unos oídos dóciles y enamorados de su palabra y un amor sincero de amistad. Tres hermanos unidos por los vínculos de la sangre y de la fe. Lázaro enfermó de gravedad y Jesús fue avisado con urgencia y brevedad: “Señor el que amas está enfermo”. No hay nada más delicado y discreto que esta información y oración a la vez. Pero Jesús no tenía prisa de llegar al lecho en el que yacía el amigo herido de muerte. Porque Él, no quería sanarlo, sino resucitarlo. Este clamoroso milagro está dentro del cuadro de su programa mesiánico. Después de dos días de espera, llega a Betania, cuando Lázaro, era ya presa de la muerte. Pero Jesús es fuente de vida sobrenatural y agente de resurrección, El mismo lo afirma: “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn. XI, 25); Después de haber sido contagiado, por el dolor humano, solloza por su amigo. Su llanto no es mesiánico, como el que tendrá frente a la ciudad santa, sino es el de un hombre que llora por las mismas causas que los demás; por los efectos del pecado que son: el dolor, la enfermedad y la muerte. Ninguna lágrima es para Él mismo; sino para la naturaleza humana que había asumido. En todo semejante a nosotros, menos en el pecado. Rápido recobra su aspecto de serena majestad y después de una observación hecha por Martha que advertía al Señor la condición del difunto y que demostraba su falta de esperanza, Jesús hace una plegaria al Padre Celestial, por la que se reconoce su enviado y con voz de autoridad y domino, forzó a la muerte a soltar su presa. Lázaro salió de la tumba y volvió a la vida.

Y, allí, a plena luz del día, está un vivo que fue muerto y un muerto vivo. La admiración y el temor se apoderaron de los presentes. Lázaro era motivo de su alegría y de terror, porque conocía en vivo a la muerte; ésta había estado con él y las tinieblas de la fosa sepulcral, fueron sus compañeras por espacio de cuatro días. Su espíritu había estado en lejanas regiones desconocidas para todos los presentes, excepto para Jesús. Era todo un enigma como lo es la muerte, pero nadie se atrevía a preguntarle, sobre sus aventuras en aquel misterioso viaje. La alegría y la admiración que reinaba en el ambiente de Betania no era algo vulgar. Aquel difunto que estuvo amortajado y embalsamado y ahora caminaba, comía y sonreía, era todo un documento de eternidad. Fue en este milagro en donde la gloria de Jesús brilló con todo su fulgor. Este admirable suceso, fue ocasión de que muchos judíos creyeran en Él. Pero también aumentó la envidia y el odio de los fariseos, Jesús es signo de contradicción; esto fue predicho años atrás. Para unos es salvación; para otros piedra de tropiezo. Para unos aquel milagro fue principio de conversión; para otros obsesión de pecado. Jesús es como el sol, cuando brilla sobre el lodo lo endurece; cuando lo hace sobre la cera la ablanda. Unos corazones se endurecen para la incredulidad, otros se ablanda para la fe.

Los enemigos de Jesús, no pueden negar este prodigio tan brillante; los espectadores no pudieron menos que reconocer el poder sobrenatural del taumaturgo, están pues impotentes frente a Él. En simple conciliábulo decretaron darle muerte. Aquella resurrección, no fue sino el detonador que hizo estallar el odio, que no se saciará, hasta verlo en el patíbulo de la cruz. Pero aquella muerte, fue necesaria para la salvación de la humanidad. No siempre los milagros son remedio para la incredulidad. La persona que no quiere creer, aunque un muerto resucite, no cambiará su forma equivocada de pensar. Hay muchas personas, curiosas y obcecadas, que prefieren creer en los absurdos, antes que aceptar un misterio. Para una gente así, el hecho milagroso, lejos de disponerlo a la fe, lo endurecen como al Faraón de Egipto y los judíos coetáneos de Jesús. Los milagros, no son hechos destinados a satisfacer necesidades de seguridad, sino un medio del que Dios se sirve, para conducir la historia humana hacia el establecimiento del Reino y son realizados en momentos cruciales, para fortalecer nuestra fe. El milagro es signo de que ha llegado al mundo la salvación. Es lenguaje divino, palabra concreta y apremiante y como testimonio de autenticidad y eficacia de que Jesús es el enviado del Padre, para la salud de la humanidad. Los milagros son epifanías del Salvador que nos dicen que Dios está en medio de nosotros. Son una llamada a la conversión y a la fe. Esta es una disponibilidad total frente a la persona de Jesús y su misión.

Con ocasión de este milagro que es la sentencia de muerte de Jesús, avive su fe en Él, y tenga confianza en que un día también su palabra omnipotente, nos sacará de la tumba porque Él dijo: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera vivirá, y todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre”. Cristo nos abre un camino nuevo hacia la vida eterna de Dios. No olvide que para los fariseos y sus seguidores serán siempre enemigos de Cristo; y por eso los de aquel tiempo, en borrascosa discusión y violenta contra Cristo, todos convinieron en que era necesario y preciso actuar rápidamente contra el Divino Redentor. Y de allí en adelante, siguió la conspiración contra Él. Pero como sabía todo lo que le iba a suceder, pues para eso había venido, Él mismo se prepara y celebra la Pascua, que sería la última de su vida terrena. Ahora nos corresponde a nosotros prepararnos para celebrar la Pascua, pero no la judía, sino la cristiana en la que celebramos el triunfo de Cristo sobre la muerte que le dieron los judíos; y su gloriosa resurrección, es luz luminosa que ilumina nuestro camino hacia la puerta de la muerte y entrar resucitados a la vida eterna y estar junto a Él. ¡Arriba y adelante! Llenos de fe y de buenas obras, en nuestra vida temporal para tener como cosecha la Vida Eterna. Preparémonos religiosamente a celebrar la Semana Santa en la que recordamos llenos de fe y gratitud su muerte, padecida para nuestra salvación.